El último habitante de un pueblo fantasma de Catalunya: así es su lucha contra la soledad
Eloi Pasarin es el único residente de Àrreu, un pueblo abandonado en los años 80
En lo más profundo del Pallars Sobirà, en el Pirineo catalán, se esconde un pequeño pueblo con una historia marcada por la tragedia y el abandono. Àrreu, una localidad que en 1803 fue devastada por un alud, quedó oficialmente despoblada en los años 80. Sin embargo, hoy en día sigue latiendo un último vestigio de vida entre sus muros de piedra: Eloi Pasarin, su único habitante, según ha informado RAC1 en un reportaje.
Un regreso inesperado
Pasarin llegó por primera vez a Àrreu en 1994, acompañado de unos amigos que buscaban un refugio en la montaña. Durante un año, vivieron en una casa cedida por un propietario, pero luego se marcharon. Años después, Eloi descubrió que se construiría una pista forestal para mejorar el acceso y decidió regresar. Logró comprar una de las casas y, desde hace cinco años, trabaja en su restauración con la ayuda de caballos.
"Todo encajaba: el taller, los caballos, la madera del bosque... Pero lo que no encaja es la soledad", confiesa Pasarin a RAC1. "Ya son cinco años viviendo aquí y cada vez siento más el peso de estar solo", añade
Una vida en soledad
Vivir en un pueblo abandonado trae consigo grandes desafíos. Durante años, la ausencia de carreteras dificultó la llegada de visitantes. Sin embargo, la apertura reciente de una pista forestal ha cambiado un poco la situación. "Ahora ya no estoy tan aislado, la gente viene de vez en cuando. Espero que esto ayude a repoblar el pueblo", expone al citado medio.
A pesar del aislamiento, Pasarin se mantiene ocupado en su taller de carpintería. Se dedica a crear muebles, utensilios y piezas artesanales que vende tanto en una pequeña exposición como a través de Instagram. "Escucho la radio, leo, veo la televisión por las noches... Pero es cierto que me gustaría tener con quién hablar", afirma.
El riesgo de vivir solo
Uno de sus mayores temores es sufrir un accidente. "Cada día pienso en lo que pasaría si me caigo o me lastimo", admite. Su experiencia como socorrista en pistas de esquí y ambulancias le ha dado conocimientos en primeros auxilios, pero reconoce que hay situaciones en las que no podría hacer nada. "Si me quedo inconsciente, ahí sí que estaría perdido".
Para minimizar riesgos, sigue una regla de oro: "Cuando una tarea se complica demasiado, mejor parar y retomarla después". Esta filosofía la aplica también a su trabajo con caballos. "Si un caballo se niega a hacer algo, es que lo estoy haciendo mal. Entonces, vuelvo a empezar".
La soledad, un reto mental
Aunque ha aprendido a convivir con la soledad, no la disfruta. "Me gusta la gente, me gusta socializar. Pero aquí no tengo a nadie. Es duro no poder saludar a un vecino", dice con nostalgia. Aun así, mantiene el optimismo: "Estoy seguro de que en el futuro volverá a haber vida aquí".
A sus 57 años, Pasarin también piensa en el futuro. "No es lo mismo trabajar en la montaña con 25 que con 50 años. La fuerza ya no es la misma, pero compenso con técnica y experiencia". Mantiene una rutina de ejercicios para estar en forma, aunque admite que los dolores de espalda ya son parte del día a día.
En busca de compañía
Entre risas, pero con sinceridad, Pasarin no oculta que le gustaría encontrar pareja. "También es algo que echo de menos", confiesa.
Mientras tanto, sigue luchando por mantener viva la esencia de Àrreu, con la esperanza de que algún día otras personas se animen a compartir su historia en este rincón olvidado de los Pirineos.
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