Fernando Caro ha publicado recientemente en su interesante blog un artículo (“La Agonía de España”), que no tiene desperdicio. En forzada síntesis, y si no entendí mal, las principales causas serían el separatismo y la corrupción/cleptocracia. No seré yo quien le desautorice pero, aunque el terreno de la conjetura es resbaladizo, quisiera sugerir otra línea. Reconoceré, para empezar, que la clarividencia de Ortega y Gasset sigue siendo, para mí, fuente principal.
Cuando hay problemas serios, lo lógico parece localizar una o dos grandes causas, sean esas dos u otras, para explicarlo todo a partir de ahí. Pero la vida no es lógica, y estos problemas tienen muchas causas, y aunque quizá no las captemos todas, debemos tener la mente abierta y buscar las muchas causas en muchos sitios. Eso sucede a España hoy, y aquí lo reflejaremos (si podemos).
Yo diría que España no está en agonía sino más bien que, en sentido propio, no existiría ya, o sólo malamente (admito exagerar un poco; moderen ustedes); y ello por razones distintas del binomio separatismo-cleptocracia, los cuales sin duda pueden dañarla, pueden reducirla (España ya fue recortada en el pasado), pero no aniquilarla. Alemania es hoy mucho menor que en su día el Imperio Alemán; Austria, menor aun. Este “land alemán del sur, loco por hablar inglés”, como ironizan algunos (hay quien le llama “Expaña”, para distinguir), quizá ya no sea verdaderamente España; y ese problema no se arreglaría ni aunque toda Cataluña amaneciera mañana madridista.
Así que, mientras discutimos sobre separatismo y corrupción, la otra agonía (o enfermedad) sigue su marcha. ¿Qué agonía, y qué marcha? Pues, para empezar, y respondiendo con otra pregunta como buen galaico: ¿qué porcentaje de población vive en la mitad del territorio, el “corazón de España” (Castillas, Aragón, Extremadura)? Como el 14,5%, y disminuyendo. ¿Cuánta gente joven vive ahí? Imagínense. ¿Y qué parte del PIB suman todas ellas juntas? Como el 13%. ¿Qué futuro les espera (pregunta extensible a Galicia, Asturias o Cantabria)? Por ejemplo, León ha desaparecido, incluso legalmente, y camina hacia lo invisible en la educación y los medios. ¿Y la orgullosa Asturias, antes rica; “Asturias es España, y el resto, terreno conquistado a los moros”? Suena muy bien, pero ¿cuánto le importa eso a la España actual, y especialmente a Madrid, y especialmente al Palco del Bernabéu, que, según dicen, no sabe si hay “vida más allá de la M30”. Si España deja marchitarse a sus primeros reinos —Asturias y León, manantial de España—, si
abandona a su suerte al “corazón de España” —y todo ello sin pestañear, pues Madrid sigue creciendo—, saquen los patriotas españoles conclusiones. El 1,6 % del territorio —Madrid—, se encamina al 20% del PIB español y al 13 % de la población; y de población joven, mucho más. Su PIB per cápita es como el doble de Extremadura. La renta disponible en Pozuelo son unos 53.400 €, más de cinco veces superior al rural de Extremadura, y aumentando; una distancia más sudamericana que europea. Si los extremeños (u otros) siguen pensando que su problema es Cataluña, y que lo único que hay que hacer es cerrar filas con banderas españolas, adelante. Al final, y aun juzgada con criterios “españolistas”, resulta que España 2.0, o Expaña, o España-Madrid, o como deseen, se comporta de manera anti-española en los hechos. (No se sorprendan: algo así viene sucediendo, de cuando en cuando, desde los Borbones).
Para rastrear la real o supuesta agonía, cambiemos ahora de tercio, pues el problema tiene muchas caras. ¿Qué queda de la antropología y cultura españolas? Pues lo que quede en Colombia, México o Perú; no mucho más. ¿Quién hizo de España un rebaño sumiso y acrítico: el separatismo y la corrupción? No; el “Establishment”, cuya sucursal española está, básicamente, en Madrid. ¿Y qué se hizo de las costumbres españolas, las amistades españolas o las familias españolas? ¿Qué queda de la educación española y las universidades españolas, tras la anglosajonización académica, versión cutre, de Bolonia? Hasta la cervantina palabra “licenciado” ha cedido el paso al boloñés “graduado”. Y ¿quién ha sacrificado todo eso? Sólo hay una respuesta: los sucesivos gobiernos centrales.
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