El Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAE) emitió, el pasado 12 de diciembre, una alerta sanitaria por un brote de sarampión originado en un vuelo de la compañía Vueling. La enfermedad afectó a seis tripulantes contagiados por uno de los pasajeros.
Esta noticia puede alarmar a algunos lectores ya que el sarampión era una enfermedad que parecía controlada en Europa. No hay que preocuparse. Disponemos de todos los mecanismos sanitarios para erradicar el brote y evitar una epidemia. El éxito de la vacunación contra esta enfermedad es espectacular. Introducida en 1963 cuando el sarampión mataba 2,6 millones de personas al año en todo el mundo —el doble de lo que mata hoy en día la tuberculosis, casi el triple que el sida y seis veces más que la malaria— ha conseguido reducir dramáticamente la mortalidad hasta sólo 110.000 casos el año pasado.
Además, la vacuna actúa como un «cortafuegos». Cuando se logra vacunar más del 90% de la población, se produce una protección denominada «inmunidad de grupo» que hace que las pocas personas que quedan sin inmunizar queden protegidas por la dificultad de circulación del virus. Por debajo del 90% empiezan las dificultades y si hay menos del 80% de personas inmunizadas de forma natural (por haber pasado la enfermedad) o por vacunación, el problema pasa a ser grave.
Pero resulta interesante analizar las causas del resurgimiento del sarampión porque son las mismas que originan dos de los problemas sociales más preocupantes de Europa: el crecimiento del populismo ultraderechista que alienta al movimiento antivacunas y los efectos negativos de la globalización -que también tiene muchos positivos- que han generado áreas poblacionales de marginación y exclusión social en nuestro continente.
A primera vista parecería que en España podemos estar tranquilos porque la tasa de inmunización supera el 95% de la población dado que los ciudadanos mayoritariamente confían en las vacunas y la decisión socialmente más aceptable sigue siendo vacunar a los hijos con la triple vírica (que incluye el sarampión a los doce meses y el sexto año de vida). De esta manera se ha conseguido eliminar la transmisión "endémica" (aquella que se presenta constantemente en un área geográfica) del sarampión en España. Pero el peligro puede venir de fuera a partir de casos importados internacionalmente como han sido los detectados en el avión de Vueling.
En un mundo cada vez más interconectado, de poco sirve la autocomplacencia de sentirse a salvo en nuestra comunidad. Hay que abrir el foco y abordar los problemas a escala continental. También hay que ser riguroso al analizarlos.
Algunas voces profanas han acusado a los colectivos antivacunas y a los políticos que los animan de ser la única y exclusiva causa del rebrote del sarampión en Europa. En realidad, no es así porque las causas del problema no son tan sencillas. Las causas son múltiples y se combinan de forma diferente en cada país.
Una mirada al este de Europa nos permitirá ver que los dos países más afectados en términos absolutos, que son Rumanía y Ucrania, lo son por razones socioeconómicas que han hecho crecer la exclusión social de las poblaciones más vulnerables. En el caso de Rumania, las bajas tasas de vacunación se deben a los graves problemas que tiene la sanidad pública y a la existencia de bolsas de población rural muy pobre y de grandes colectivos socialmente segregados como los gitanos. En estos casos, estos ciudadanos europeos no tienen acceso a la atención médica por falta de recursos económicos. En el caso de Ucrania, que concentra más de la mitad de los contagios europeos, la falta de suministro de vacunas (especialmente entre los años 2014 y 2016) y la ausencia de un programa de inmunización bien planificado explicarían una salud pública tan lamentable que alcanzó el triste récord de ser el país con la tasa de vacunación más baja de Europa (42%).
La situación es bien distinta a la Europa occidental. En estos países, el crecimiento de la ideología antivacunas sí que es el mayor responsable del resurgimiento del sarampión. El virus ha encontrado en Francia y en Italia unos buenos aliados en algunos políticos alocados que no sólo son xenófobos e insolidarios sino que han apoyado a los ingenuos y desinformados ciudadanos del movimiento antivacunas. Este es el caso de Jean-Marie Le Pen en Francia y del Movimento 5 Stelle en Italia, que han fomentado la desconfianza de los ciudadanos respecto a las vacunas contribuyendo a crear un problema de salud pública totalmente evitable.
Por tanto, no puede afirmarse que toda la culpa del rebrote de esta enfermedad se deba exclusivamente a la ideología antivacunas fomentada por algunos políticos irresponsables. Ellos tienen parte de culpa pero también intervienen otros factores socioeconómicos y en cada país europeo es la suma de estos factores la que explica esta tendencia al alza de la enfermedad.
Hay que recordar que ponerse o no una vacuna es una decisión individual. Esto es totalmente legítimo y respetable. Pero tengamos en cuenta que es una decisión que también tiene implicaciones para el colectivo porque cuando no nos la ponemos o no dejamos que la reciban nuestros hijos facilitamos la presión del virus y de esta manera ponemos en riesgo a colectivos vulnerables como los niños muy pequeños y las personas inmunodeprimidas.
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