No hay fecha para las próximas elecciones catalanas. Convocarlas es potestad del President. Pero Torra está a la espera de lo que, con toda probabilidad, será la ratificación, por parte del Tribunal Supremo, de la sentencia que le inhabilita. De algún modo, la campaña ha empezado ya. Todos van tomando posiciones. Y, como ocurre en cada contienda electoral, la cuestión es: ¿de qué irán estos comicios? ¿Qué se dirime en ellos?
Dos años después del fracaso del intento unilateral, agotada una legislatura baldía y enfrentados a muerte los socios del actual gobierno independentista, la disyuntiva se sitúa entre pasar página y encarar otra perspectiva para Catalunya… o reactivar el “procés”, quizás con una hoja de ruta más atenta al principio de realidad. Todo ello con evidentes efectos sobre la vida política española. Parece que ERC ha optado por una vía más pragmática: facilitó la investidura de Sánchez y pone la aprobación de sus presupuestos en la balanza de una mesa de negociación sobre el conflicto catalán. Pero, ¿hasta qué punto está embebida ERC del peligro que supondría frustrar las expectativas del gobierno de coalición y abrir las puertas a un retorno de las derechas enfurecidas? ¿Realmente le importa “un comino la gobernabilidad de España”? En cualquier caso, la presión del mundo convergente, agitado por Puigdemont, redoblará en las próximas semanas. Botifler el último.
ERC no podrá zafarse de semejante presión mientras las formaciones independentistas conserven una mayoría de escaños en el Parlament. (En votos nunca la han alcanzado). Si esa mayoría se repitiese, por mucho que se produjera un sorpasso republicano, la hegemonía cultural de la derecha nacionalista seguiría pesando decisivamente en favor de la “unidad”. Queda por ver si cuajan las tentativas, actualmente en curso, de configurar una oferta catalanista no independentista. Y si concita el apoyo de una franja ciudadana, cansada de la agitación de estos años, capaz de ampliar la paleta de posibles alianzas.
Pero hay muchas más incógnitas. Es difícil imaginar que, pasada la tensión emocional de aquel otoño de 2017, C's, abonado a una bronca permanente, pueda conservar el caudal de votos airados que cosechó. ¿Cuántos recuperará el PSC? ¿Cuántos se refugiarán en la abstención o migrarán hacia otras opciones? De lo que ocurra en esos márgenes dependerá en gran medida el panorama que dibujen los comicios. No obstante, más allá de avatares, a través de procesos inacabados o incluso de las situaciones híbridas que puedan darse, se perfila el dilema estratégico que condensará el futuro del país: la apuesta por la secesión – aunque sea tomándose un respiro tras la reciente y frustrada aventura -… o la perspectiva de una solución federal que recoja las aspiraciones de reconocimiento nacional y de autogobierno de la sociedad catalana en un nuevo pacto de convivencia. Frente a la voluntad centralizadora de las derechas españolas, esas son las alternativas que acabarán disputándose la hegemonía en Catalunya.
El federalismo, aún siendo la antítesis de la independencia, responde a los anhelos de buena parte de esa ciudadanía que se arremolinó en torno a la estelada, irritada por la intransigencia del Estado. El federalismo es capaz de pactar los cauces constitucionales – procedimientos, mayorías reforzadas, papel de los parlamentos... - que permitan al independentismo promover sus aspiraciones. La Ley de Claridad, junto a una mayor incorporación de Quebec a la vida federal canadiense, desactivó el deseo de celebrar otro referéndum. La independencia, por el contrario, conlleva sesgos de irreversibilidad, división social y exclusión. El – inexistente jurídicamente – derecho a decidir comporta la obligación de pactar, nos dice Daniel Innerarity.
Que la vía federal se abra paso dependerá de la firmeza con que la izquierda en su conjunto abrace esa perspectiva, como la más conforme a los intereses de las clases populares.
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