Muere Sidati Selami, el sabio invidente que dedicó su vida a recopilar la cultura oral del Sáhara Occidental
Si en el Sáhara se dice que cuando muere un anciano desaparece un libro, con la desaparición de Sidati Selami es toda una biblioteca la que se ha perdido. Aunque en su caso queda la obra: todo el material que recopiló, clasificó, analizó, estudió y difundió. ¡Que Allah le haya acogido benévolo en su seno!
Entre 1974 y principios de 1976 tuve la oportunidad de ejercer como periodista en la emisora de radio que existía en El Aaiún, capital del entonces Sáhara español. Radio Sáhara tenía como finalidad servir de vehículo de información en un inmenso territorio desértico en el que el único medio capaz de llegar a casi todos sus rincones era el radiofónico. Constituía, además, un excelente instrumento para la conservación y difusión de la cultura autóctona y era una eficacísima herramienta para la construcción de la identidad nacional y la defensa de los derechos del pueblo saharaui frente a las pretensiones anexionistas de los países vecinos.
Entre el casi medio centenar de trabajadores de la emisora, que en parte eran españoles y en parte, saharauis, encontré a un joven de apariencia tímida y mirada dulce. ¿He dicho mirada? Pues sí y ello pese a que era invidente. Se trataba de Sidati Selami. No hablaba español, por lo que siempre tuve que dialogar con él a través de un intermediario, pero de inmediato surgió entre nosotros una relación distendida y cordial. Sidati era un acreditado experto en la cultura del país bidán, el que se extiende a lo largo de la zona atlántica del gran desierto, principalmente por el Sáhara Occidental y Mauritania, aunque abarca asimismo algunos territorios del Marruecos meridional y del occidente argelino y malinés, siendo su principal peculiaridad, además del carácter nómada de sus gentes, el uso por estas de la lengua hasanía, una variante del árabe.
Pese a su invidencia, Sidati era un hombre intrépido que cargaba en su equipaje un magnetófono de la época y se lanzaba por el desierto durante meses de frig en frig (campamentos nómadas) en busca de leyendas, tradiciones, músicas, canciones y retazos de la cultura bidán. Todo ello lo grababa, guardaba y al cabo regresaba a la ciudad para montar dicho material en la radio y emitirlo, lo que le convirtió en un personaje popular y en un referente indispensable y respetado del patrimonio cultural saharaui.
De Sidati se contaba que, pese a ser ciego, había aprendido a desmontar y reparar el magnetófono que le acompañaba cuando se producía alguna avería. Y poseía una memoria prodigiosa que le permitía recordar textos larguísimos en su literalidad, sin equivocarse. El primero de todos, el sagrado Corán.
El doctor Larosi Haidar, profesor de la Universidad de Granada, le dedicó un artículo biográfico (Historia oral saharaui. Relato de un invidente) en el que relata su origen y peripecia vital. Era nieto por vía materna de Chej el Uali, uno de los numerosos hijos del legendario Chej Maelanin, fundador de Smara, pertinaz enemigo de los franceses y docto erudito, que poseyó una importante biblioteca en pleno desierto y al que se le atribuye la autoría de más de 300 textos.
Explica que quedó ciego con pocos años, según el decir de los suyos por culpa del “mal de ojo”. Sin embargo, su abuelo le profetizó que, pese a dicha minusvalía, sería envidiado de sus contemporáneos por sus extraordinarias cualidades. Como así fue. Memorizó de adolescente, además del libro sagrado, numerosos conocimientos de gramática y literatura árabe, fue capaz de administrar un comercio familiar (ha conservado hasta su muerte el cuaderno en el que anotaba los impagados) y permaneció un par de años en Senegal gestionando un negocio.
Había nacido en torno a 1940-1941 (en el desierto en aquellas calendas la fecha de nacimiento era harto aproximada) y dice el profesor Haidar que se implicó en el conflicto de 1957-1958, pero entonces era poco más que un fogueiris (adolescente con la madurez necesaria para hacer el ramadán) y además invidente, por lo que nos tememos que su participación debió ser más moral que efectiva. No tengo constancia que en el asendereado panorama del Sáhara que yo conocí tuviese una implicación directa en la vida política. De hecho, se puede decir que no hacía ninguna falta: él hacía política hablando por la radio de la cultura saharaui y creando conciencia entre la gente de su identidad nacional propia y diferente de la de los demás países.
Pero si con España no tuvo problema alguno, si los hubo con Marruecos porque, habiendo permanecido en El Aaiún ocupado, fue detenido en 1987 y encarcelado hasta 1991. Peor aún: me dicen que, como suele ser frecuente en los usos y costumbres de la represión marroquí, la policía o sus adláteres violentaron su casa y destrozaron su biblioteca, que hubo de reconstruir tras su puesta en libertad.
Le reencontré en 2015 convertido en un anciano venerable de lenguas barbas, con la misma actitud de 1974: sonriente, apacible, hospitalario, sabio, rodeado de libros y objetos recogidos por el desierto. Me llega la “jabara” (noticia), de que acaba de fallecer en Agadir, en uno de cuyos hospitales estuvo ingresado. Si en el Sáhara se dice que cuando muere un anciano desaparece un libro, con la desaparición de Sidati Selami es toda una biblioteca la que se ha perdido. Aunque en su caso queda la obra: todo el material que recopiló, clasificó, analizó, estudió y difundió. ¡Que Allah le haya acogido benévolo en su seno!
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