“El Sáhara español: un conflicto aún por resolver”, un riguroso estudio del embajador José Antonio de Yturriaga

En realidad, el título del libro lo dice todo porque, en efecto, aunque los sucesivos gobiernos españoles consideran que han dado carpetazo por la parte que les toca a aquel enojoso problema

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Libros   El Sáhara, un conflicto aún por resolver

 

Hay causalidades muy oportunas y una de ellas sin duda la aparición del libro “El Sáhara español: un conflicto aún por resolver” del embajador José Antonio de Yturriaga, justamente en los días que se produce el 45 aniversario de una de las mayores humillaciones que recibió la política exterior española a lo largo del siglo XX: la firma de la Declaración de España, Marruecos y Mauritania sobre el Sáhara Occidental y sus documentos anejos, lo que se conoce como “acuerdos de Madrid”, en virtud de los cuales España abandonó precipitadamente el Sáhara y, haciendo caso omiso de su compromiso con el pueblo saharaui y con la ONU, se desentendió de la descolonización de aquel territorio que llegó a ser una provincia de nuestro país.


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En realidad, el título del libro lo dice todo porque, en efecto, aunque los sucesivos gobiernos españoles consideran que han dado carpetazo por la parte que les toca a aquel enojoso problema, lo cierto es que el problema subsiste y, mal que nos pese, nos sigue afectando directamente pues tanto la ONU, como la Unidad Africana, siguen considerando a España la potencia administradora de un territorio no autónomo que, en realidad, administra ilegalmente Marruecos desde finales de 1975.


Yturriaga, diplomático de carrera que posee una larga experiencia profesional como embajador de España, expone con un profundo conocimiento del problema y una documentación exhaustiva la evolución de la fallida descolonización. Recuerda las oportunidades que España tuvo para ejercitarla adecuadamente y que no supo aprovechar, la primera a principios de los 60 y la última cuando, frente a la llamada “marcha verde” organizada por Marruecos, pudo aceptar el plan propuesto por Waldheim de administración temporal a cargo de Naciones Unidas.


Subraya que la citada invasión debió ser prevista y seguramente lo fue, aunque quizá deliberadamente ignorada y, en todo caso, estuvo planificada por Estados Unidos y financiada por Arabia Saudita, país este último que asimismo financió la construcción del muro que divide el Sáhara (“la mayor barrera hecha por el hombre desde la construcción de la muralla china”) y que ha imposibilitado la acción militar del Frente Polisario.


De las páginas del libro se deducen muchas responsabilidades, personales unas, institucionales otras. Entre las primeras, las de Arias Navarro, el ministro Carro Martínez -al que dedica epítetos harto severos-, el general Muñoz Grandes, los ministros Fernández Ordóñez y Moratinos y algunos más. Entre las segundas, la ONU, la OUA/UA, ambas por su acreditada ineficacia, los Estados mayores de EEUU y España, los gobiernos de Mauritania e incluso el de Argelia, protagonistas de segundo nivel, cuando no comparsas, y el de Arabia saudita, pero, sobre todo, el de Francia por su apoyo irrestricto a Marruecos. Estados Unidos, en cambio, aun siendo proclive a Marruecos, ha mantenido una actitud más flexible. Es digno de destacar que, basándose en indicios razonablemente verídicos, exime de culpa a un Franco agonizante que parece estuvo dispuesto a oponerse a la entrega del Sáhara a Marruecos.


Yturriaga no duda en hacer afirmaciones terminantes: la Declaración tripartita y sus acuerdos anexos fueron nulos de pleno derecho por una serie razones que analiza y la presencia de Marruecos en el Sáhara no puede calificarse sino de mera ocupación. Por el contrario, y siguiendo a diversos autores, algunos de ellos saharauis, la colonización española merece, en su conjunto, una valoración más bien positiva. 


Pese a todo ello el pragmatismo del diplomático profesional lleva al autor a proponer como salida más plausible la de la autonomía propuesta por Marruecos “siempre que éste le concediera un auténtico régimen de autonomía con amplias competencias y recibiera las debidas garantías para su cumplimiento”, algo que resulta poco o nada creible por parte de un Estado fuertemente centralizado, con los principales poderes no ya en manos de su gobierno, sino del propio monarca que actúa con fuertes resabios teocráticos. En todo caso, y esto es una coda de cosecha propia, se ha derramado mucha sangre, se ha suscitado mucho odio y se han creado muchos agravios comparativos para creer en fórmulas transaccionales incapaces de satisfacer a ninguna de las partes.

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