La música de la flauta de bambú shakuhachi ha estado siempre asociada con la espiritualidad y con el budismo zen, en concreto, con los monjes komuso, una secta fundada en Japón en el siglo XIII. El nuevo disco del maestro Rodrigo Rodríguez, Blowing Zen – Shakuhachi Meditation Music, estudia precisamente las posibilidades que ofrece este instrumento para la meditación y la introspección.
El argentino de nacimiento Rodrigo Rodríguez ha estudiado en Japón música clásica y tradicional como alumno del reconocido maestro de shakuhachi Kohachiro Miyata, vinculado al linaje Mu-Ryu, y es un experto de talla internacional en la interpretación de este instrumento, así como en las tradiciones asociadas a él.
El shakuhachi llega al archipiélago nipón en el siglo VI procedente de China, pero su interpretación evoluciona de una forma totalmente autónoma e independiente de la que tiene lugar en el continente debido al aislamiento al que se somete Japón. Se trata de una flauta de bambú que se toca verticalmente como la flauta dulce a diferencia de la travesera.
Los monjes komuso de la secta Fuke, conocidos como “los monjes del vacío”, utilizaban desde el siglo XIII este instrumento dentro de la práctica ritual del suizen o “zen soplado”. Estos religiosos portaban una especie de cesto de mimbre en la cabeza, que les cubría la cara por completo, como símbolo de su desapego terrenal. El hecho de que el shakuhachi sea interpretada en vertical les permitía tocar sin tener que descubrirse la cabeza.
De acuerdo con el relato del misionero francés Edmond Papinot (Dictionnaire d’histoire et de géographie du Japon. 1906), la secta se creó en China y en 1248 el bonzo Kakushin viajó allí desde Japón para recibir la doctrina, aprendiendo además a tocar el shakuhachi en el templo Gokoku-ji. A su vuelta al archipiélago en 1254, Kakushin se dedicó a recorrer el país predicando y tocando la flauta junto con sus discípulos, uno de los cuales, Komu, dio el nombre genérico a la secta de komuso. Durante la era Tokugawa muchos samuráis sin señor se unieron a la secta, portando largos sombreros para no ser reconocidos. Con la restauración Meiji los komuso fueron abolidos.
La música de shakuhachi es evocadora e hipnótica; es como una llamada al interior del ser, como un diálogo íntimo con uno mismo, como una llamada a la calma y a la introspección procedente de la naturaleza. De un maestro de shakuhachi, se dice que puede invocar una quietud interior en los oyentes, “como un tranquilo río que refleja la luna de invierno”. Se trata por tanto de melodías idóneas para la meditación.
Sin llaves, ni lengüeta, como otros instrumentos de viento occidentales, está construida de bambú madake (más duro y resistente que el vulgar) y, a pesar de lo simple de su estructura, es capaz de emitir un completo y complejo abanico melódico que abarca sonidos cautivadores cargados de misterio y embrujo. Está construida de una sola pieza, a diferencia de otras flautas orientales, y consta de cinco agujeros.
Como muchos otros occidentales antes y después, Rodrigo sufrió con la música japonesa lo que Jay Keister (Seeking Authentic Experience: Spirituality in Western Appropriation of Asian Music. 2005) define como una epifanía, “una súbita, trascendental experiencia que altera nuestra forma de percibir el arte y la vida”. Prosigue Keister describiendo cómo entre los músicos los músicos de shakuhachi occidentales, el interés inicial por el instrumento a menudo surge de una de estas epifanías que, de pronto, alteran la forma en que el individuo percibe y concibe la música.
Esta nueva forma de sentir tiene su origen en el encuentro con sonidos extraños, que parecen proceder de otro mundo, de forma que ese exotismo nada familiar es “la base de su poder”, siendo su separación de cualquier significado cultural específico algo que “impulsa su poder espiritual al ser percibido como auténtico y puro”.
un resumen muy conciso d elo qu ees el mágico sondo de la flauta shakuhachi. Como practicante que soy, debo reconocer que, aun sabiendo la historia y su cultura no hay nada como oirla en vivo y hacerla sonar en sí mismo ya es un reto para el ego de cada cual. Se lo recomiendo, una forma d emeditar curiosa y apasionante al mismo tiempo
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