La verdad es que, en circunstancias normales, en una democracia parlamentaria, jamás daría yo ese consejo a nadie. Pero estamos en una situación especial, parecida al agotamiento de la primera Restauración Borbónica, y, paradójicamente, el votar en blanco, abstenerse o votar partidos pequeños, es lo más que podemos hacer nosotros, el pueblo, frente a la Casta. Así que déjenme decirles el por qué de este heterodoxo artículo.
Lo que está pasando ahora recuerda el final de la anterior Restauración. Veinte años antes de marchar Alfonso XIII, la suerte del régimen ya estaba echada. Aquella Restauración, que para los estándares hispanos había sido buena al principio -como después la de 1975-, no daba más de sí (Ortega y Gasset, p. ej.). Aquel bipartidismo, copiado por Cánovas de Inglaterra, se basaba en el caciquismo y el turno pacífico, fuese natural o artificial; nuestro bipartidismo se basa en un sistema electoral “contra natura”, el de d’Hondt con lista cerrada. Hace dos o tres años, los indignados decían que los diputados “no nos representan”. Y tenían razón, pero por otra cosa: porque un representante siempre representa a quien le nombra; en este caso, a quien le coloca en la lista. Nuestros votos son como una condición, pero representar de verdad, representan a sus jefes de partido, y en la práctica lo ve así todo el mundo, incluso muchos votantes.
Lo que decimos se refiere al sistema electoral en sentido estricto. Considerado ahora en sentido amplio, no está mejor: la regulación de las campañas, la financiación de los partidos o las subvenciones producen unas elecciones comparables a una competición deportiva en la que nunca hay juego limpio ni igualdad de oportunidades.
Tercer argumento: la Casta. Como en tiempos de Alfonso XIII, los grandes partidos hoy forman una casta, y Podemos tenía razón en eso (¿quizás sólo en eso?) Si nosotros ahora votáramos masivamente, la Casta diría que la respaldamos. Los nuevos partidos -Ciudadanos, y, sobre todo, Podemos-, parecieron en su momento una muy necesaria alternativa a la Casta. Ninguno era mi opción, pero una alternativa necesaria, sí parecían ser. Ahora vemos que no lo son. Ciudadanos es prescindible y existe básicamente por la corrupción que plaga al PP. En cuanto a Podemos, allí donde gobierna, se dedica a faroles vacíos e insensatos que bien vistos no aumentan en nada la democracia ni la libertad política: ataca el Cristianismo, aprieta las tuercas a los pobres usuarios de la ORA, viste sin corbata, y... no representa amenaza alguna a los bancos. Tampoco promete un arreglo duradero del gran problema español, el territorial. Al final, Podemos confirma aquello de que, dentro de un sistema, “lo más parecido a un político es... otro político”.
Cuarto: un indicio importante: las Cortes salidas del 20-D, que, por estar fragmentadas, se correspondían algo mejor con la sociedad, pudieron hacer algo más de lo que hicieron, por ejemplo, contra la Ley Mordaza, el legado de Wert, el sistema electoral... No lo intentaron. El parlamento español, en vez de actor principal de un sistema parlamentario, parecía un rebaño esperando que le impongan un pastor. Las Cortes que salgan del 26-J, si produjeran una mayoría clara y con mucho respaldo electoral, podrían hacer aun menos.
Y por último: acabamos de ver en estos meses que sin gobierno no se vive nada mal. Si hubiéramos tenido un gobierno sólido, sabe Dios qué nuevos recortes estaríamos ahora soportando. En nuestro mundo multinivel, lo que sobra son gobiernos (local, provincial, autonómico, estatal, europeo, FMI...). Si la abstención, o el voto a partidos pequeños, o el voto en blanco fueran altos, el nuevo gobierno se sentiría menos respaldado para imponer nuevas austeridades o nuevos atentados a la poca libertad política que nos queda.
¿Siguen ustedes pensando en ir masivamente a votar, y en particular votar alguno de la Banda de los Cuatro?
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