El terrible y lamentable atentado de este jueves 17 de agosto en pleno corazón de Barcelona me ha cogido lejos -en mi tierra, Galicia- y me ha dejado consternado nada más llegar para pasar unos días de vacaciones.
Me enteré de lo que había pasado casi al instante y dejé el café que estaba tomando para coger el coche y volver a casa. De camino me comuniqué con la redacción y contacté con amigos y conocidos para confirmar que, por suerte, todos estaban bien.
Ahora estaría como loco por enterarme de todo lo posible para poder informar. Puedo imaginarme la tensión por la que han pasado mis compañeras y compañeros periodistas. Gracias por vuestro trabajo. Siempre es duro y demoledor. Y mucho más cuando te toca tan cerca.
Y por supuesto, gracias a todas las personas que no han difundido imágenes del horror, de las víctimas de la barbarie terrorista. Difícil resistirse a no buscarlas, más cuando te dedicas a informar.
Yo he visto algunas, son terribles. Son ciertas, son lamentables y, precisamente por eso, no deben servir para alimentar el horror.
En un medio de comunicación a veces es difícil decidir qué es publicable y qué no. Cuántas veces se han publicado imágenes de atentados. Demasiadas. Demasiados.
Pero el respeto a las víctimas debe prevalecer sobre el morbo. Y por eso agradezco a todas las personas que, consternadas como yo, no han querido hacer difusión de determinadas imágenes y vídeos que, en realidad, nada aportan más allá de la difusión del terror.
Catalanes o no, todos debemos mostrar nuestro más determinado rechazo a estos actos despreciables que han sacudido Barcelona. Nuestra ciudad. Mi ciudad.
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