“En magia todo es posible, porque no hay más que un efecto visual” (Mago Yunke, “Hangar 52”)
El ilusionista valenciano que ha recorrido medio mundo presenta en Barcelona su espectáculo de magia de grandes aparatos (Teatre Apolo)
El ilusionismo no solo es entretenimiento y fascinación; puede ser también una eficaz arma de guerra, como se demostró durante la segunda contienda mundial cuando los británicos fueron capaces de engañar al ejército del mariscal Rommel protegiendo el puerto de Alejandría de sus bombardeos mediante el truco de crear una ciudad falsa en otro punto cercano de la costa, lo que confundió a los aviadores alemanes, que también quedaron desconcertados cuando al ir a atacar el canal de Suez el uso de los reflectores de dicha vía de comunicación debidamente reforzados por espejos estroboscópicos giratorios les dejó fuera de juego. Tales tretas no fueron concebidas por sesudos ingenieros militares, sino por un artista de variedades, el mago Jasper Maskelyne, que ha pasado a la historia tanto por sus capacidades para asombrar al prójimo desde un escenario, como para despistar el enemigo sobre el campo de batalla.
Muy lejos de aquel desierto egipcio y en Vilavella, pueblo de la provincia de Castellón de la Plana situado al pie de la sierra de Espadán, un niño llamado Salvador Vicent Martínez quedaba fascinado cuando miraba el cielo y veía como volaban los aviones y, más aún, cuando conoció las hazañas del ilusionista inglés. Un día decidió que sería mago y con el tiempo, se ha convertido en el Mago Yunke, un profesional del espectáculo que ha recorrido medio mundo seduciendo a varios millones de espectadores y que ha regresado a Barcelona para ofrecer en el teatro Apolo el espectáculo de magia de grandes aparatos titulado “Hangar 52”.
Luis Marsillach (padre de Adolfo, el actor del mismo apellido) que en su tiempo fue respetado periodista y crítico teatral, decía que “las variedades son lo menos variado del teatro”, algo que aplicaba también a uno de su géneros, el ilusionismo. Pero sin duda habría modificado dicha opinión si hubiera visto sobre al Mago Yunke, cuya actuación es un derroche de imaginación, habilidad, espectacularidad, belleza plástica y buen humor, como cuando, tratando de justificar su pelo rubio, dice que “soy hijo de mi madre y de un amigo escocés de mi padre”. El nervio del show está constituido por una serie de números en los que aparecen y desaparecen personas como por arte de ensalmo, incluido un pequeño espectador cuyos padres le pierden de vista cuando el Mago le invita a subir al escenario y a montarse con él en la carcasa de un avión, para verlo aparecer de nuevo más tarde sano y salvo pero ¡desde el fondo de la sala! En “Hangar 52” todos los trucos están hábilmente enhebrados con un montaje coreográfico que cuenta con la utilización puntual de numerosos y sorprendentes efectos especiales.
Nos comentó Salvador Vicent que todos los trucos que utiliza, menos uno que ya quitó, son fruto de creación propia. Los prepara en el taller que posee en su población natal donde ejerce su trabajo de artesanía escénica con genio, perseverancia e ilusión, pero también con toda una filosofía del oficio que le hace decir: “en la magia todo es posible, porque no es sino un efecto visual y el valor artístico de cualquier número de ilusionismo no solo está en la trampa que se utiliza, sino en la forma en la que el profesional trata de seducir al público”. A cuyos efectos debe tener muy en cuenta que “lo único que el espectador no perdona es el aburrimiento”. Algo imposible que ocurra en este espectáculo fascinante que permanecerá en el paralelo barcelonés hasta finales de marzo para seguir luego su itinerario por diversos países y recalar finalmente en Arabia Saudí.
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