“Mort d’un comediant”, un mensaje de amor al teatro con excelente interpretación (Romea)

Guillem Clúa propone una ficción dramática sobre la forma en que los actores se incardinan en los personajes que interpretan

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Jordi Bosch y Francesc Marginet en el Romea
Archivo - El ministro de Industria y Turismo, Jordi Hereu. - Carlos Luján - Europa Press - Archivo

 

“Desde que se inician en su oficio los actores viven en mayor o menor medida en los personajes que interpretan” explicó Guillem Clúa, autor de la comedia “Mort d’un comediant” que, con dirección de Josep Maria Mestres, se ha estrenado en el Romea. Un texto teatral en el que su autor ha querido hacer una declaración de amor al teatro, a la vez que formular una invitación al espectador para que penetre en los entresijos del trabajo actoral.

En “Mort d’un comediant”, Clúa acredita su capacidad para tejer una historia acaso no demasiado verosímil, pero sí creíble. En este caso acredita, además, un dominio exhaustivo de la historia del teatro mediante la utilización de fragmentos de numerosos textos de autores clásicos de diferentes siglos, desde Esquilo a Arthur Miller, que le dan pie para configurar la personalidad de un individuo contradictorio, de anfractuosa y compleja psicología. El autor imagina el encuentro entre quien se presenta como un autor retirado que está obsesionado en revivir a cada momento de su vida diaria alguno de los personajes de ficción que encarnó durante su trayectoria profesional, cuyo cuidado exige la contratación de un cuidador que atienda el régimen de alimentación y medicación que le han prescrito y, de alguna manera, se convierta en su soporte, su compañero y su vigilante.

Mestres ha fiado en la acreditada capacidad de Jordi Bosch para asumir este reto que está plagado de dificultades porque el texto de Clúa obliga al intérprete a desdoblarse no solo en cada uno de los personajes de ficción que recita en uno u otro momento, sino también en dos seres humanos reales, al punto de que es factible plantear aquel clásico interrogante de “¿quién soy yo? La elección no ha podido ser más afortunada porque a lo largo de unos cien minutos Bosch consigue impartir una verdadera lección de arte interpretativo. Se entrega para ello de forma total y absoluta al punto de que es perfectamente perceptible ver cómo acaba la función inundado de su propio sudor, tal es el esfuerzo que pone en su/s personaje/s. La ira, la agresividad, la sinrazón se combinan y alternan magistralmente con la complicidad, la ternura o el simpático desatino. Clúa le da pie para que lo que pudiera haber derivado en tragedia no pierda nunca el tono propio de la comedia y desliza numerosas ocasiones para satirizar diferentes aspectos de nuestra vida diaria, con subliminales ironías sobre el universo teatral, las autoridades y las instituciones catalanas, que Bosch aprovecha oportunamente para provocar no ya la sonrisa, sino en muchas ocasiones la carcajada. A cuyos efectos cuenta como contrapunto de su personaje a Francesc Marginet que cumple a satisfacción su cometido sin empañar el protagonismo de Bosch, así como la colaboración de Mercè Pons. 

El resultado es sencillamente excelente y “Mort d’un comediant” un acierto pleno no solo en lo que respecta a su texto, sino y por encima de cualquier otra consideración, por una interpretación a todas luces magistral. 

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