Piti Español: el historiador catalán que fue trapecista y payaso en Sudáfrica
“La pista africana” (La Campana) es un relato sobre la apasionante vida nómada en el país del apartheid y un canto de amor al circo
¿Qué niño no ha quedado boquiabierto bajo la carpa de un circo? Seguramente ninguno. Pero son pocos, o casi nadie, quienes, una vez adultos, siguen amando el circo con tanta intensidad que son capaces de convertir sus sueños en realidad enrolándose en una troupe nómada como hizo Piti Español, un barcelonés que, una vez licenciado en Historia moderna, decidió hacer realidad su sueño. Lo relata en “La pista africana” (La Campana), un libro poliédrico porque lo es de viajes y de memorias personales pero, sobre todo, constituye un canto de amor al circo, a sus gentes y al estilo de vida nómada que los lleva a recorrer el mundo y conocer pueblos y países.
“Un circ ambulan tés un món força complex: és un espectacle, és un teatre, és un poble, és un mitjà de transport i és un zoo. Moltes coses alhora. Que totes encaixin demana el seu temps”. Cosa harto difícil que los profesionales convierten en realidad día tras día. Empezando por los trabajos menos conocidos, como el montaje de la carpa: “Sota les ordres de Hans, baixàvem d’un remolc llarg els dos pals mestres que aguantaven la cúpula i i els clavàvem la base a terra. Una grua els axiceva, estirant-los. Quan els teníem drets, empenyíem el remolc de la carpa fins a col.locar-lo entre els dos pals, collàvem uns cables a la cúpula de chapiteau i uns motors elèctrics instal.lats dins dels king poles estiraven enlaire la cúpula… En una hora havíem creat un espai que no existía, ara ja no era un pàrquing, un prat o una plaça de poble, era tota una altra cosa: una mena de catedral, d’hangar d’avions, de tenda mora. Quan m’esmunyia per primera vegada sota la carpa era un momento molt especial”.
Todo ello conformaba un paisaje humano atípico, como el de su primer circo: “Hi havia diverses menes de treballadors… el marroquins, tots de menys de trenta anys, que treballaven sense papers… tots parlaven francés o espanyol i jo, en general, m’hi entenia molt bé. Hi havia el ganàpies: una colla d’alemanys, francesos i holandesos, de més de quaranta anys, mig alcohòlics, tirant a bruts, i amb cara d’haver-se fotut moltes castanyes a la vida, que treballaven al circ perque no podien treballar en cap altre lloc… finalmente hi havia el aventurers, nois holandesos, americans i alemanys que eren al circ mirant d’estalviar una mica per poder pasar una temporada a Amsterdam fent el boig… jo era l’exepció, jo era l’unic treballador que n’era com a pas previ per esdevenir, aviat, trapecista”. No todo eran unos desharrapados: uno de sus compañeros de trabajo era médico; y otros, sencillamente unos desgraciados, como su amigo el contorsionista venezolano Robin Medina, gay irredento, al que tuvo que enseñar ¡a masturbarse!
Tras unas primeras experiencias en Holanda y en París, marchó a Sudáfrica como parte de los Star Lord, grupo de trapecistas con los que recorrido el país con el Boswell Wilkie Circus, el más importante, para luego enrolarse en el Robero Circus, donde se consagraría como payaso, al punto de que “la dirección del circ estava pensant de convertir-me en el pallaso nacional sud-africà que feia anys que buscaven”.
Piti describe anécdotas de la vida del circo, el alojamiento en camiones y trailers, la forma de aliviar las necesidades o de ducharse utilizando la manguera con la que se limpiaba a los elefantes, cómo los trapecistas destrozan sus manos y las desinfectan con orina, los trucos y supersticiones del circo, los amores y desamores –“amor, gelosía o passions”-, el miedo que se siente cuando se sube al trapecio, pero también la satisfacción de haber hecho bien el trabajo, así como las pésimas retribuciones, las numerosas ilegalidades -trabajadores sin contrato, conducción de camiones por medio mundo sin carné adecuado y un largo etcétera- y, en fin, las relaciones sentimentales no ya dentro del circo, sino con admiradores: “lligar, definivament, és una de les moltes maneres de coinèixer un país”. Nada que objetar.
Y, en fin, no falta la descripción de la terrible realidad de un país como Sudáfrica que conoció cuando estaba vigente la segregación racial y regía una clasificación surrealista si no kafkiana: “els blancs són sudafricans, el coloured (mestizos), també son sudafricans, però no tenen el mateixos drets que els blancs, els kaffirs (negros) no són sudafricans, cada un d’ells és ciutadà del homeland (bantustantes teórcamente independientes) que li correspon segons la seva tribu; el indis també son sudafricans, però no poden viure a la provincia d’Orange… els xinesos són considerats no blancs, però el japonesos són blancs honoraris quan están drets i no blancs quan están estirats, és a dir, quan dormen, fan l’amor o no fan res perquè están morts” (¡!) No respetar estas normas implicaba riesgos, como cuando le expulsaron de una playa “para blancos” porque iba en compañía de uno de sus compañeros del circo mestizo o hubo de ocultar celosamente su relación con una muchacha negra porque, he haberse sabido, habrían podido expulsarle del país.
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