Infocracia y periodismo mamporrero

Luís Moreno

Catalunyapress opiipremsa
 

 

El clarividente comunicólogo Marshall McLuhan aseveraba que los media, o medios de comunicación de masas, eran el masaje de las audiencias. En su época no se habían desarrollado aún las redes sociales y digitales que ahora todo permean y condicionan la comprensión del mundo que vivimos. Importa menos si las noticias son veraces o contrastadas, o simplemente mentirosas (fake) y fruto de la invención de periodistas mamporreros transmisores de los espurios intereses del poder (económico, político y social).

 

En su última entrega editorial, el filósofo coreano, Byung-Chul Han, sostiene que la infocracia que nos envuelve es un frenesí informativo y comunicativo que nos aturde. Además, se ha apoderado también de la esfera política y está provocando distorsiones y trastornos masivos en la vida democrática. En la infocracia, la política también se somete a la lógica de los medios de masas. Como factor omnipresente, la diversión y exageración impactante determina la transmisión de los contenidos políticos y socava la racionalidad.

 

Según Byung-Chul Han, el entretenimiento es el mandamiento supremo. Así, el esfuerzo del conocimiento y la percepción se sustituye por el negocio de la distracción. La consecuencia es una rápida decadencia del juicio humano: “Nos divertimos hasta morir”. La distinción entre ficción y realidad se torna difusa. Dado este contexto en España, el rol de los periodistas recobra notoriedad e influencia, como ya sucedió en su comportamiento durante los tiempos de la Transición tras el fallecimiento del dictador Franco.

 

Hoy las guerras de información se libran con todos los medios técnicos y psicológicos imaginables. Según el pensador coreano radicado en Berlín, los votantes son inundados con noticias falsas. Legiones de troles inciden en las campañas electorales difundiendo de forma deliberada noticias falsas y teorías conspirativas. También hinchan el número de seguidores, creando estados de opinión irreales. Con sus tuits y comentarios pueden cambiar el clima de opinión en los medios sociales en la dirección deseada. Los estudios demuestran que basta con un pequeño porcentaje de bots para ‘masajear’ la percepción de sus receptores. Como se sabe, los bots están diseñados para imitar o sustituir el accionar humano. Operan en forma automatizada, por lo que funcionan mucho más rápido que una persona. Puede que no influyan de manera directa en las decisiones de voto, pero manipulan los ámbitos de decisión.

 

Como otros ciudadanos de los diversos sectores de la sociedad civil, los periodistas pueden comportarse acorde a sus presupuestos de responsabilidad deontológica, u optar por ‘hacer caja’ y percibir a sueldo las indicaciones de sus empleadores. Se convierten en ‘voces de su amos’ participando en la pugna de los intereses de poder en juego en nuestras sociedades. Los últimos casos de manipulación para destruir la reputación de políticos incómodos ilustran tales ejercicios de podredumbre informativa.

 

Fernando González Urbaneja, compañero de aula en la vieja Escuela de Periodismo donde me gradué hace ahora 50 años, afirma que el periodismo tiene que competir, más que nunca, porque ha perdido el monopolio de informar. ¿Quieren las nuevas generaciones ser informadas? ¿O se conforman/deforman ellas solas en las redes sociales? ¿Les trae al pairo el periodismo ‘serio’ a las nuevas generaciones?. Cabría polemizar si el periodismo, como articulación de una función social imprescindible en sociedades civilizadas y democráticas, es suficiente para vehicular la información que determinan crecientemente los medios ahora dominados por los intereses de los Nuevos Señores Feudales Tecnológicos (Ej. Jeff Bezos-Amazon, Tim Cook-Apple, Sundar Pichai-Google o Mark Zuckerberg-Facebook).

 

La labor de ‘validación de las noticias' se configura como la gran variable interviniente --e independiente-- en el debate político y electoral. Algunos de los políticos polarizadores más estrambóticos y conspicuos, como Trump o Boris Johnson, han sabido maximizar la demagogia de sus ‘masajes’ hasta límites insospechados. Para sus seguidores no importa si lo que dicen es verdad o mentira. Cuenta que ‘confirmen’ sus creencias o presunciones, por disparatadas que sean. Poco les inquieta el denominado Principio Asimétrico de la Gilipollez, la conocida como Ley Brandolini, que establece que la energía necesaria para refutar una afirmación sin sentido es bastante superior a la necesaria para producirla. Si piensas que la tierra es plana, y tal aseveración la sostiene tu chat telemático, la ‘veracidad’ de semejante despropósito queda confirmada.

 

¿Y cuál es rol cambiante que juegan los periodistas? Debe aceptarse la complicidad de los periodistas con la polarización, entre otras razones, porque es evidente su contribución. Aunque como dice González Urbaneja, cabe poner la excusa de que el periodismo es el ejercicio de poner espejos para reflejar una realidad que incluye los discursos políticos y sociales sesgados y polarizados. Afortunadamente hay periodistas que siguen la ética de responsabilidad de denunciar las ‘malas prácticas’ del capitalismo global.

 

Recuérdese cómo siguiendo la estela de anteriores filtraciones de documentos, como los Archivos FinCen, los Papeles del Paraíso, los Papeles de Panamá y LuxLeaks, la última exposición pública de los chanchullos financieros abierta por los Papeles de Pandora es la mayor conocida hasta el momento . El esfuerzo investigativo ha sido enorme. En esta última filtración del ICIJ (Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación) han participado más de 600 periodistas de 117 países y medios reconocidos de todo el mundo.

 

Otros periodistas, en cambio, optan por la mamporrería de fabricar y aderezar historias para perjudicar adversarios políticos de los grupos mediáticos donde están asalariados. Lo que se nos ofrece como indecencia periodística se entremezcla con ejercicios esporádicos de primicias que, en algunos casos recientes (asunto Pablo Iglesias y Podemos), enfangan nuestras relaciones ciudadanas.

 

Quizá no sea para curarse de espanto, dada su creciente y generalizada utilización que se acepta como amortizada. Pero la extensión de una desbocada infocracia canalla ciertamente daña la ‘calidad’ de nuestra democracia. Y de nuestros valores civilizatorios, si es que algo va quedando de ellos.

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