Cuando este artículo vea la luz pública, quizá Liz Truss haya dejado de ser Premier del Reino Unido de Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia, País de Gales) e Irlanda del Norte. Si eso no hubiese sucedido formalmente, sí cabría considerarlo como un fait accompli dado su descrédito en las propias filas del Partido Conservador y, lo que es más determinante, en las bancadas de los diputados rasos –o backbenchers-- en la Cámara de los Comunes de Westminster. Estos últimos, y su famoso Comité 1929, suelen ser determinantes en la resolución de dilemas de tal envergadura.
Apenas pasadas unas semanas desde su elección el 6 de septiembre pasado como primera ministra su desprestigio es generalizado. Si se celebrasen elecciones generales los vencedores indiscutibles serian el renqueante Partido Laborista y su grisáceo líder, Keir Stammer. Pero tal no sucederá porque el poder de los cargos gubernamentales e institucionales pega cuan imán irresistible a los impreparados tories, los cuales no poseen el decoro ni la vergüenza de recomponerse de cara a su opinión política. Tampoco la capacidad para mantener una credibilidad internacional --antaño amplia y respetada—y ahora basada en armas disuasorias como son sus submarinos nucleares Trident estacionados en aguas de Faslane, a la salida del estuario escocés de rio Clyde. Es este un argumento de ‘fuerza’ análogo al hipotético uso del armamento atómico por parte de Putin, en su agresivo imperialismo criminal desatado en Ucrania.
Han sido varios los responsables del ejecutivo del Reino Unido que han subido y bajado del tiovivo en el que se ha convertido el 10 Downing Street en los últimos años (David Cameron, Theresa May, Boris Johnson, Lizz Truss). Quizá el caso de BoJo, como se le conoce coloquialmente en los mentideros políticos, sea el más emblemático en el despliegue inacabado de postureos y engaños sin fin a los ciudadanos británicos de los últimos tiempos.
La vergüenza común delimitadora de decencia e indecencia ha sido inexistente en el código de conducta personal de Boris Johnson. Apuntaló su reputación como mentiroso compulsivo en la peligrosa deriva agresiva del nacionalismo inglés post-Brexit. El antieuropeísmo británico que él ha representado es ahora reivindicado por Liz Truss. Recuérdese que la actual Premier fue antaño europeísta. Hace ahora un año la europeísta se arrepintió y fue la designada por el gobierno de Boris Johnson para negociar ‘contra’ con la Unión Europea. Ocupaba entonces el ministerio de asuntos exteriores como Foreign Secretary.
Johnson fue el campeón del Brexit, aunque su convicción fuese mayormente de carácter instrumental. Aún hoy sigue manteniéndose como el favorito para volver a Downing St, según una última encuesta entre la militancia conservadora. Las prácticas que ha pretendido continuar Truss tendrán, muy probablemente, un similar colofón al de su antecesor. Y es que el Brexit ofrecía una causa ‘heroica’ para preservar el viejo principio de ‘Britannia rules’ (Inglaterra manda, sic). Ahora tal pretensión se ha vuelto del revés a la vista de los peligrosos efectos colaterales que ha escenificado el hundimiento de la libra esterlina en los mercados financieros.
Donde dijo digo, dice Diego. Ese ha sido el proceder de Truss en un brevísimo plazo de tiempo en el que se ha visto abocada a dar un giro de 180 grados a su política económica, renunciando a las bajadas de impuestos a los ricos que supuestamente traerían los beneficios de la trickle down economics para la reactivación económica. Es decir, que siguiendo los postulados del neoliberalismo más agresivo se hubiera tratado de facilitar el ‘efecto derrame o de goteo’. Su lógica es que las ganancias de los supermillonarios dinamizan la economía y la prosperidad alcanza al conjunto de la ciudadanía. Recuérdese el caso de EE. UU. durante los últimos lustros del siglo XX. Allí los contribuyentes ricos menos gravados fiscalmente prefirieron ‘simplemente’ invertir en el sector especulativo financiero --en ocasiones altamente rentable--, rehuyendo otros dominios de la economía productiva generadores, por ejemplo, de puestos de trabajo. La economía financiera sin regulación pasó, de tal manera, a estar dominada por los intereses de inversores y rentistas. Y fue la principal causa de la devastadora crisis de 2008.
Jeremy Hunt, el nuevo ministro de Hacienda (Chancellor of Exchequer) que se ha convertido en primer ministro de facto del nuevo gobierno conservador, ha anunciado en los Comunes una batería de medidas opuestas a las que pretendía su jefa Truzz, como reducir del 20% al 19% el tipo básico del IRPF, mantener las ayudas fiscales para los autónomos, o la rebaja del impuesto sobre el alcohol. En realidad, casi todas las iniciativas originales de la primera ministra han sido retiradas de la tramitación parlamentaria. El propósito no es otro que evitar sustos a los capitales peregrinos que han visto mermadas sus ganancias con la caída de la libra esterlina.
Sumando las previsiones realizadas ahora por Hunt, el gobierno ahorrará casi 37.000 millones de euros que, de otro modo, habrían aumentado significativamente la deuda pública, con implicaciones no baladíes para la City londinense. Y habrían incrementado sustancialmente las dificultades gubernamentales para cuadrar las cuentas nacionales mediante el recurso indirecto por la inyección de los capitales peregrinos ‘invisibles’ en la City londinense. Muchos de esos dineros provienen de los antiguos países colonizados por el Reino Unido, donde sus élites siempre han aspirado a tener sus ahorros e inversiones en Londres. Sin la disponibilidad de los dineros depositados y negociados por la City, los Gobiernos y las empresas no habrían podido solventar sus problemas de financiación de la deuda tanto pública como privada.
Las primeras reacciones a las medidas de Hunt han sido las de no ‘huir’ definitivamente de la City. Observemos cómo se desarrollan los acontecimientos en el próximo futuro, y si el Reino Unido consigue abandonar su marcha calamitosa de irrelevancia tras el fiasco del Brexit.
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Luis Moreno ha obtenido el Premio Nacional de Investigación Pascual Madoz 2022 (Derecho, Ciencias Económicas y Sociales)
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