En algunos de mis artículos de opinión anteriores ya había reflexionado sobre temas que tenían que ver con la situación y las expectativas de la economía, como las repercusiones de la guerra de Ucrania en las pymes y en la geoeconomía, o sobre los devastadores efectos de una inflación elevada y acelerada que impacta claramente en el poder adquisitivo de las personas y familias. En el contexto actual se ha instalado un sentimiento que mezcla negatividad, pesimismo y miedo sobre el futuro inmediato de la economía.
Antes del verano se oían multitud de voces que decían que en septiembre la economía se desplomaría. De hecho, gente de mi entorno me preguntaban por mi opinión de lo que sucedería el 1 de septiembre, a la vuelta de las vacaciones. Mi respuesta siempre era la misma; que el 1 de septiembre la situación sería aproximadamente idéntica a la del 31 de agosto. La economía no se hunde repentinamente de un día para otro, si bien ante nosotros se están generando unas nubes negras que presagian una fuerte tormenta.
En la actualidad nos encontramos con una serie de fenómenos que afectan negativamente a la economía y provocan fuertes motivos de preocupación. De una parte, una inflación elevada y acelerada que está requiriendo y requerirá de fuertes y decididas subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales para contrarrestarla. Estas subidas tendrán un intenso efecto desacelerador en la economía. Además, generarán un gran impacto sobre el coste de la deuda pública de países como España, altamente endeudados alrededor del 117% de su PIB. A la vez, la subida de tipos de interés también tendrá un impacto negativo en las familias endeudadas con hipotecas a tipos de interés variable. Asimismo, la previsible reducción de la demanda privada por la fuerte pérdida de poder adquisitivo generada por la inflación y de la demanda de inversión de las empresas por el relevante incremento del precio del dinero son otros de los factores negativos de la ecuación. Por lo pronto, en los últimos meses también se ha empezado a ver una desaceleración del mercado de trabajo que en agosto perdió 187.000 cotizantes en España y con el paro ampliando su cifra en 40.000 personas en el fin de la temporada turística.
Por otra parte, tenemos la guerra en Ucrania que, previsiblemente será mucho más larga de lo que cabía esperar, está provocando la restricción y posible corte total de suministro de gas por parte de Rusia a los países de Europa, que son muy dependientes del mismo. A la vez, la guerra también provoca escasez y encarecimiento de algunos productos alimentarios básicos.
La lista de adversidades es larga porque otro fenómeno que está afectando a la economía son las ineficiencias en la cadena de suministro de productos esenciales como microchips que están castigando fuertemente a algunas industrias importantes de Europa como la del automóvil (SEAT planteó hace pocos días un ERTE de 3 meses hasta el 23 de diciembre por la escasez global de semiconductores). Alemania, que ha sido el motor de Europa hasta ahora, está flirteando con la recesión debido a los problemas con los que se está enfrentando su industria. Y, por si fuera poco, se suma la conocida teoría de los economistas de “la profecía autocumplida”, es decir que, si todos pensamos que la economía irá mal, adoptaremos una posición conservadora. Por una parte, los consumidores reducirán el consumo de bienes y servicios y, por otra parte, las empresas, con unas expectativas negativas sobre el futuro y un coste del dinero elevado, reducirán sus inversiones. En definitiva, desaceleración de la economía.
Para contrarrestar la inflación, la semana pasada el BCE decidió una fuerte subida de tipos del 0,75%, situándolos en el 1,25%. Una decisión que comporta riesgos de desaceleración de la economía, pero necesaria para luchar contra la disparada inflación que en agosto se situó en Europa en el 9,1%. Aunque estamos ante la mayor alza de tipos desde la creación del euro, la propia presidenta del BCE ha reconocido que serán necesarios más incrementos de tipos para combatir eficazmente la inflación y situarla en el anhelado nivel del 2%. En este punto cabe recordar que el banco central estadounidense -FED- ha tenido hasta este momento una política más decidida en la subida de tipos, en USA los tipos se sitúan en la actualidad en el 2,25%.
El encarecimiento del dólar también es un fenómeno que fomenta la inflación en Europa (en las últimas semanas el euro se ha depreciado y ha cotizado por debajo de la moneda norteamericana), puesto que los contratos energéticos se denominan en dólares. De ahí que el BCE tampoco pueda mantener un elevado diferencial de tipos de interés con USA que siga erosionando el euro, factor que alienta las subidas de tipos en Europa.
Por lo que se refiere a España, de momento, tal como preveía en mi anterior artículo sobre la inflación, parece que el paquete de medidas que ha ido impulsando el gobierno con el objetivo de reducirla no han conseguido los efectos esperados, por lo que la inflación se ha situado en el mes de agosto en el 10,5%. Si bien esta tasa es 3 décimas inferior a la del mes anterior, la inflación subyacente (evolución de los precios de todos los bienes y servicios exceptuando los productos energéticos y los alimentos) se situó en el 6,4%, tres décimas superiores a la de julio, colocándose en el nivel más alto desde 1993.
En julio, según las estadísticas de los Convenios Colectivos del Ministerio de Trabajo, los sueldos habían crecido el 2,56%. La brecha entre el incremento de precios y el crecimiento de la inflación se sitúa por primera vez por encima de los 8 puntos, cifra que representa un máximo histórico. Con este panorama es fácil pensar que la movilización social en otoño por parte de sindicatos y trabajadores para recuperar parte del poder adquisitivo perdido está servida. Asimismo, tal y como comentábamos anteriormente, el consumo de las familias se resentirá notablemente.
Por lo que se refiere a las empresas, muchas de ellas han llegado a la actualidad con una situación financiera tensionada por los efectos negativos que sufrieron por el Covid. Además, se están viendo obligadas a empezar a amortizar los ICOs que solicitaron durante la pandemia hecho que, junto a la erosión de márgenes que está provocando el fuerte incremento de los precios de la energía y de las materias primas, generan un grave riesgo de insolvencia.
A la vista de la coyuntura descrita hasta aquí ¿qué podemos esperar de este otoño? ¿será como dicen la mayoría de los agoreros un otoño caliente?
Cuando intento responder a estas preguntas se mezcla mi visión más racional y técnica de economista, con mi mirada más optimista y emocional de empresario. Si bien la mente racional de economista me dice que vamos de cara a una tormenta casi perfecta, mi mente optimista de empresario lo matiza.
Los posibles efectos de los factores negativos que afectan a la economía serán más o menos intensos y duraderos dependiendo de diversos elementos. Uno de ellos será la consecuencia de la decidida política de subida de tipos de los bancos centrales sobre la inflación. Tal como hemos comentado anteriormente, el BCE ha emprendido una política dura de subida de tipos para combatir la inflación. Cuanto menos tiempo se tarde en contener y desacelerar la elevada inflación, menores serán los efectos negativos sobre la economía.
Cabe resaltar que el origen de esta inflación es de oferta, es decir, ha habido un encarecimiento de los precios de las materias primas y del coste de los fletes motivados por los problemas en las cadenas de suministros generados por la pandemia que provocaron escasez de oferta. A estos incrementos se sumó la guerra en Ucrania y las restricciones impuestas a Rusia, con la consecuente respuesta por parte de ésta de reducir el abastecimiento de gas a Europa. Esto ha provocado un incremento espectacular de los precios de la energía, principalmente del gas, electricidad y carburantes. En este sentido, habrá que ver cuánto durará la guerra y cuan hábiles serán los distintos países de Europa a la hora de buscar fuentes de suministro de energía alternativas que relajen la presión sobre los precios. La propia presidenta del BCE preveía la semana pasada una recesión en 2023 si Rusia cortaba el gas a Europa y ésta no encontraba forma de reemplazarlo por otras fuentes. Por lo que se refiere al coste de los fletes marítimos, en los últimos meses están bajando sensiblemente desde los máximos que alcanzaron a finales de 2021, fruto de la desaceleración de la demanda. Lo mismo debería suceder con las materias primas, la ralentización de la economía y consecuente bajada de la demanda debería comportar reducciones de precio.
No se puede negar que la situación es compleja e incierta. En general, las previsiones no son positivas para el futuro de la economía, pero, al menos ahora, el BCE parece dispuesto a luchar decididamente contra la inflación que es el mayor problema que afrontamos a nivel económico. Esperemos que Europa sea capaz de encontrar fuentes de abastecimiento de gas alternativas de forma rápida para relajar la escasez de suministro y la presión sobre los precios. Por último, todos deseamos la finalización cuanto antes del conflicto bélico en Ucrania que representa, además de una gran catástrofe humanitaria, unos efectos devastadores para la economía europea.
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