La semana pasada conocimos la noticia de la aprobación, en el Congreso de los Diputados, de la Ley de Startups, que se espera que entre en vigor el primero de enero de 2023. Con esta Ley el Gobierno pretende convertir España en un polo de emprendimiento y atraer inversión. La Ley introduce beneficios fiscales para el emprendedor y para el inversor, a la vez que articula medidas para atraer y retener el talento. Aunque sensiblemente mejorable en algunos aspectos, es una buena noticia para el ecosistema emprendedor y para el fomento del emprendimiento.
El motivo del presente artículo no es entrar en detalle en el contenido de esta nueva Ley, cosa que haremos en un artículo posterior, sino reflexionar cómo de importante es la contribución de las emprendedoras y de los emprendedores por el gran valor que aportan a la sociedad.
Vivimos en un mundo global, tecnológico e interconectado. Hasta que llegó la pandemia, se aceptaba que transitábamos en un entorno VUCA (volátil, incierto, complejo, ambiguo). Pero a raíz de los acontecimientos acaecidos en los últimos dos años, algunos autores ya han empezado a hablar de un nuevo paradigma, el entorno BANI, acrónimo de Brittel (quebradizo, frágil), Anxious (que genera ansiedad), Non-linear (no lineal) e Incomprehensible (incomprensible). En este escenario, la complejidad y la volatilidad son insuficientes para entender lo que está pasando. Debemos empezar a aceptar el caos y la disrupción como parte de una realidad en la que, para dar respuesta a los retos que se nos plantean, deberemos poner en valor la flexibilidad, la transparencia, la intuición, la creatividad y el trabajo colaborativo, entre otras habilidades.
Aunque en las últimas décadas hemos experimentado un progreso sin precedentes en la historia, en la actualidad la humanidad se está enfrentando a nuevos retos de una magnitud enorme. El cambio climático acelerado, que está poniendo en riesgo la viabilidad del planeta y puede provocar grandes flujos migratorios en los próximos años, y el crecimiento acelerado de la población, que plantea grandes desafíos para la alimentación, la educación y la sanidad, son buenos ejemplos de los nuevos retos que se plantean.
El 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible. Nos referimos a los conocidos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), propugnados por las Naciones Unidas, dónde cada objetivo tiene metas específicas que deben alcanzarse en los próximos 15 años, es decir, en el horizonte 2030. Estos objetivos plantean unos retos de una envergadura inmensa que requerirán de soluciones disruptivas en un corto periodo de tiempo.
Debemos empezar a aceptar que el paradigma ha cambiado, por tanto, ya no nos valen las soluciones antiguas para solucionar los retos nuevos, no nos valen las viejas formas de pensar, los conocimientos pasados, porque ha cambiado la realidad y las reglas del juego. Hay que dejar de repetir el mantra de que el futuro será muy diferente y debemos admitir que el futuro es hoy.
La realidad actual obliga a ser capaz de aprender y desaprender para reaprender, para reinventarnos una y otra vez a lo largo de nuestras vidas. En este entorno, la incertidumbre será la única certeza y habrá que aceptar y aprender a convivir con el cambio y disfrutarlo. Con este contexto altamente cambiante y volátil, la creatividad y la innovación disruptiva serán más importantes que nunca. Ya lo decía Sócrates hace casi 2.500 años: "el secreto del cambio está en enfocar toda la energía, no en combatir lo antiguo, sino en la construcción de lo nuevo". Este concepto está en la esencia del emprendimiento.
Es por ello por lo que necesitamos más que nunca de mentes visionarias, de mentes creativas, que orienten su creatividad a la acción y a la disrupción para explorar nuevas soluciones Estamos entrando de lleno en la era del emprendimiento.
El emprendimiento es una actitud ante la vida, es una forma de vivir. Los emprendedores y las emprendedoras miran el mundo de una manera diferente y por ello ven cosas distintas, cosas que la mayoría de las personas no son capaces de ver. Se anticipan al futuro (por eso a menudo les llamamos visionarios), no les da miedo equivocarse y luchan para hacer realidad sus ideas y sus sueños.
Ser emprendedor no es un don del cielo. Si nos formamos en un entorno emprendedor, probablemente tendremos más posibilidades de serlo, aunque cualquiera de nosotros puede decidir ser emprendedor, no importa el origen ni dónde nacemos. Por eso, cuando hablamos de políticas públicas o acciones orientadas a fomentar el emprendimiento, debemos empezar hablando de la dimensión social del concepto de emprendimiento. El fomento del emprendimiento y de la actitud emprendedora debería comenzar en el sistema educativo.
¿Qué idea tiene nuestra sociedad del concepto emprendedor? ¿Es un concepto positivo o negativo? La tarea fundamental de un emprendedor es pasar de un sueño, de una idea, a un modelo de negocio viable, a una empresa. La sociedad debería tener un concepto mucho más positivo de estos emprendedores, reconociendo el valor que aportan estos aventureros que abandonan la mal llamada zona de confort -puesto que es una zona donde no se crece- para solucionar problemas reales aportando valor a su entorno.
La calidad de nuestra sociedad y la competitividad de nuestra economía dependerán, en gran medida, de la calidad de nuestros emprendedores. No será la única causa, pero tendrá un efecto muy importante en el bienestar y en el progreso positivo de nuestra sociedad. La riqueza se debe redistribuir de forma justa y equitativa y ésta tiene que ser una de las funciones principales del sector público. No obstante, antes de hablar de redistribuirla deberíamos concentrarnos en cómo generarla.
En el entorno actual, cada vez más tecnológico y digital, la competitividad de los países y de las empresas dependerá, en gran medida del talento, de la creatividad idónea para convertirse en innovación y de la capacidad de crear y utilizar la tecnología de forma competitiva. Las empresas, para seguir siendo competitivas en un entorno tan complejo, necesitan del talento de los emprendedores internos, personas que aportan visión, creatividad y trabajo duro. El factor humano es y será el factor diferencial del éxito.
El camino del emprendimiento no es fácil. Emprender es tomar nuevos caminos, caminos que no han sido nunca transitados, para los cuales no hay mapas de carreteras ni cartas de navegación. Emprender es aceptar el error como parte esencial del aprendizaje. Es también aceptar la incertidumbre y saber convivir con ella.
Los emprendedores se comprometen con sus proyectos, son resilientes y no tiran nunca la toalla hasta que consiguen sus objetivos. Son buenos vendedores, puesto que deben ser capaces de seducir y atraer a sus proyectos el talento necesario y también a los inversores que les ayudarán con su financiación.
Además de estas cualidades, es muy importante que un emprendedor tenga valores. Uno de los valores esenciales de un emprendedor es la humildad, reconocer sus propios límites y pedir ayuda cuando la necesita. Los emprendedores saben que los valores se transmiten con la ejemplaridad. La esencia del emprendimiento es asumir riesgos, pero a la vez deben ser prudentes, antes de tomar decisiones el emprendedor evalúa las consecuencias. Es honesto consigo mismo y con los demás. El buen emprendedor entiende que su función en la sociedad va más allá de generar puestos de trabajo (que ya es en sí misma una función social) y de obtener un beneficio a través de aportar valor con su solución en forma de producto o servicio. Un buen emprendedor tiene un propósito más elevado y sabe que debe aportar algo más que eso a la sociedad, que debe tener un impacto social positivo en el entorno y en el planeta.
Nuestros políticos e instituciones no deberían cesar de legislar y trabajar arduamente para facilitar el camino del emprendimiento. Una de las funciones básicas de las instancias públicas debe ser la de propiciar un microclima adecuado para que el ecosistema emprendedor se desarrolle con fuerza en nuestro país.
Si conseguimos que se incremente el número de emprendedores, que se reduzca la elevadísima mortalidad de las startups, que la aportación de las nuevas empresas en el PIB del país incremente, así como el empleo generado por éstas, el bienestar de nuestra sociedad se aumentará notablemente.
Es revelador mirar la lista de países considerados como los más felices del mundo según el “Informe Mundial sobre la Felicidad”, una publicación de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas que se basa en los datos de una encuesta mundial realizada a personas de unas 150 naciones. Los primeros países de esta lista son Finlandia, Dinamarca, Islandia, Suiza, Holanda, Luxemburgo, Suecia, Noruega... Todos estos países, además de ser los países con rentas más altas y mayor nivel de bienestar, se caracterizan por una visión social muy favorable de la iniciativa emprendedora y de la empresa. Estos países también comparten unas políticas redistributivas muy eficaces, así como un bajísimo nivel de corrupción. Haríamos bien en tomar buena nota.
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