En mi anterior artículo de opinión desarrollé una mini-guía de los pasos para valorar un artículo biomédico por parte de ciudadanos sin conocimientos científicos. Aquel artículo ha encendido a los grupos anti-vacunas de las redes sociales contra mi persona y contra Maria Giner-Soriano una de las autoras de dicho trabajo titulado “Consecuencias de la infección por COVID-19 en personas previamente vacunadas contra la gripe: un estudio de cohorte basado en los registros electrónicos de la población de atención primaria” publicado en la revista JMIR Public Health and Surveillance el 25 de enero de este año.
La periodista compartía la opinión de dos expertos metodólogos (un médico homeópata y un ecólogo marino) respecto a que una odds ratio de 1,32 (probabilidad superior a 1) implicaría un riesgo de morbimortalidad del 32% superior si se sufría Covid durante la primera ola pandémica y se estaba inmunizado previamente de la gripe. Como ya argumenté, un estudio retrospectivo basado en registros electrónicos tiene como limitación no permitir un ajuste exacto de las diferencias entre ambos grupos (no vacunados jóvenes y sanos y vacunados ancianos y enfermos).
Es imposible estadísticamente construir un modelo de regresión logística lo suficientemente robusto para ajustar diferencias, lo que hizo que los autores, acertadamente, optaran por concluir que no habían observado el papel protector de la inmunidad de la vacuna contra la gripe (tal y como afirmaban otros estudios) respecto a la infección por Covid-19, dado que el riesgo de complicaciones por Covid-19 era mayor en vacunados que en no vacunados. Un buen trabajo exploratorio de hipótesis, pero que requiere obligatoriamente la realización de futuros ensayos clínicos aleatorizados para confirmar o rechazar los hallazgos del estudio.
Y son necesarios porque hay suficiente evidencia científica de que el factor que comporta más morbilidad y mortalidad pandémica es la edad (5 veces más riesgo de muerte en ancianos que en jóvenes). Y el grupo vacunado era mucho mayor que el no vacunado, tanto que ningún modelo puede acabar de ajustar las diferencias con precisión.
Por otro lado, la periodista se ha tomado como un insulto que dijera que su opinión sobre este tema de salud pública (quede bien claro que en la temática periodística general la considero casi siempre valiente y acertada) era, en mi opinión, errónea porque no se había asesorado por verdaderos expertos. Era un ejemplo de analfabetismo sanitario es decir carencia de alfabetización en salud que desgraciadamente comparten ente el 30 y el 75% de los ciudadanos de la Unión Europea, atendiendo a la definición de la OMS de alfabetización en salud como las habilidades cognitivas y sociales que determinan la motivación y la capacidad de las personas para acceder a la información, comprenderla y utilizarla de forma que promueva y mantenga una buena salud.
La señora Beatriz Talegón no es analfabeta en el sentido etimológico, ni mucho menos. Al contrario. De hecho, es una excelente escritora a la que me gusta leer en casi todos los temas excepto los sanitarios, claro. Y puede opinar de lo que crea oportuno, ¡faltaría más! Obviamente no tiene que saber estadística pero creo que está obligada a asesorarse por verdaderos expertos dado su prestigio público. Aprecio la persona en lo que vale, pero no puedo dejar pasar opiniones erróneas si no se argumentan científicamente. La señora Talegón cuando escriba sobre salud debería asesorarse por verdaderos expertos dado que su credibilidad puede influir en decisiones muy delicadas e importantes como vacunarse de la gripe o no si se es una persona de riesgo.
Por tanto, quede claro que me ha sorprendido su respuesta. Me duele que me haya respondido a Twitter que cree que le ofendía y la difamaba. Aprecio a la persona, pero no puedo pasar por alto opiniones delicadas sobre salud que considero equivocadas. Tengo la mejor consideración de su persona y profesionalidad y por eso me duele mucho más que tenga opiniones sobre salud, en mi opinión, erróneas.
Me sabe muy mal que personas que aprecio y respeto apoyen opiniones dudosas de llamados expertos (un médico homeópata y una ecóloga) que, hasta el momento, no se han mostrado capaces de debatir científicamente sobre el citado artículo.
Los profesionales tenemos el deber ético de manifestar nuestra opinión contraria contra afirmaciones sin fundamento científico riguroso que pueden hacer que los ciudadanos tomen decisiones erróneas respecto a su salud. Y desgraciadamente lo hacemos poco: Deberíamos publicitar más nuestras reflexiones para que los ciudadanos puedan elegir con conocimiento.
Huelga decir, que haber defendido el rigor científico al analizar el citado estudio ha comportado que recibiera más de 250 tweets de cuentas anónimas de antivacunas en las que me insultaban o amenazaban. Obviamente, no de la señora Talegón que siempre ha debatido con cordialidad y respeto.
Estoy abierto al debate sereno y riguroso con los expertos anti-vacunas pero todavía espero su respuesta argumentada científicamente. Si la recibo (la espero con ganas) la estudiaré y responderé en estas páginas.
Y respecto a la señora Talegón, los mejores deseos personales y profesionales de un médico que, aunque ella no lo recuerde, tuvo la oportunidad de estrecharle la mano después de una de sus magníficas conferencias en Barcelona.
No termina de enterarse bien del todo y lo demuestra al meter en el mismo saco a antivacunas y críticos con el tratamiento anti COVID-19 y la política “sanitaria” aplicada. Lo primero que aprende un investigador es a categorizar y observar la exhaustividad del espectro de categorías. Si ya fallamos ahí… lo siguiente queda sesgado y con relaciones escurras. Saludos
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