La respuesta debería ser: todavía no. Pero habría que matizarla desde dos perspectivas muy diferentes, la epidemiológica y la social.
Desde el punto de vista epidemiológico, hay que recordar que enero de 2023 fue la fecha elegida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para empezar las discusiones sobre cómo poner fin a la declaración de emergencia global. Así lo había declarado, el 10 de diciembre de 2022, el director general de la OMS, Tedros Adhamon Ghebreyesus. El órgano rector de la salud global debía decidir, en estas fecha, cuál sería el mejor momento para dar por terminada la crisis de la COVID-19. Pocas semanas después de aquella declaración de intenciones, aquellas intenciones han dejado de tener sentido debido a la espectacular evolución de la enfermedad en China y al crecimiento de la transmisión de la variante XBB.1.5 en EE.UU. La viróloga consultora de la OMS, Marion Koopmans, ha sido muy clara afirmando que no podemos ni siquiera pensar en hablar de pospandemia cuando una parte tan grande del planeta está experimentando un crecimiento hasta ahora no visto de los casos. Y es que la nueva ola de contagios podría producir 800 millones de nuevos casos y cerca de un millón de muertes sólo en China. Esto significaría la posibilidad de que el SARS-CoV-2 pusiera en riesgo de enfermar al 60 por 100 de la población china, lo que es lo mismo que decir que se podría contagiar uno de cada diez habitantes del planeta.
La pregunta que puede hacerse el ciudadano es doble. Por un lado, ¿cómo afectará esto a las pretensiones de la OMS de dar por terminada la epidemia en 2023? y por otro, preguntarnos si estamos condenados a mantenernos un año más bajo el estado de emergencia global o lo que es lo mismo si 2023 será también un año COVID.
Lo que nos obliga a ser prudentes, epidemiológicamente hablando, es la probabilidad de que la explosión de contagios chinos favorezca la aparición de una nueva variante más contagiosa y letal. No olviden que cada nueva infección genera replicación del virus y le ofrece una nueva oportunidad de mutar. En consecuencia, si hay millones de casos habrá millones de oportunidades de que el virus se adapte. Dado que la población china tiene un alto nivel de vacunación en primera y segunda dosis, pero una tasa de vacunación bivalente de refuerzo baja y que las vacunas con virus atenuados utilizadas localmente se han demostrado menos efectivas frente a la infección grave que los modelos de vacuna de ARNm usados en occidente, el futuro inmediato mantiene una lógica incertidumbre que nos obliga a no bajar la guardia. Pero incertidumbre y vigilancia no deben comportar alarmismo ni miedo dado que, hasta ahora, las variantes que circulan son más transmisibles pero también más leves que la cepa original, exceptuando para la población más vulnerable (ancianos e inmuncomprometidos).
Y aún hay más obstáculos para que la OMS deje de considerar la enfermedad como una emergencia global. Antes hay que resolver otro problema. La ciencia aún no conoce bien cuál será la evolución de los millones de afectados en el mundo por COVID persistente cuyas secuelas, según datos de los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, podrían explicar el 0,3 por 100 de las muertes tardías por coronavirus. Sin resolver la situación de estos enfermos será difícil que la OMS declare el fin de la pandemia y certifique su conversión en otra enfermedad endémica como la gripe o el VIH.
Muy distinta es la perspectiva social de la pandèmia. Porque las pandèmias no on un mero fenómeno biológico. Están inevitablemente enmarcadas y moldeadas por nuestras respuestas sociales a ella. Por tanto, en mi opinión, el final de la pandemia es más una cuestión de experiencia vivida y de percepción social y por tanto es un fenómeno aún más sociológico que biológico.
Las pandemias tienen un final epidemiológico que se basa en que la evolución de la tasa de contagio de la enfermedad y extensión geográfica se detienen o que las medidas implementadas por el ser humano (vacunas, tratamientos o intervenciones no farmacológicas) le quitan su peligrosidad. Pero también tiene un final sociológico cuando los ciudadanos dejan de dar importancia al virus, algo que no necesariamente se deriva de los datos epidemiológicos. En el caso de la COVID-19, si bien esperamos ambos finales, se percibe mucho más cerca un final sociológico, al menos en todo el mundo occidental donde se ha decidido que la morbimortalidad actual no justifica ya ninguna modificación del orden existente.
En este sentido, es necesario leer al historiador John M. Barry, profesor de Salud Pública y Medicina Tropical en la Universidad Tulane de Nueva Orleans. Barry es, para mí, el mejor analista de la última pandemia, la mal llamada "gripe española de 1918". Una brutal pandemia que no surgió en España, sino en un pueblo de Kansas, del que se propagó a una base militar estadounidense y viajó al resto del mundo con los soldados que lucharon en Europa durante la I Guerra Mundial. En su libro, "La gran gripe" nos proporciona un modelo preciso y esclarecedor de cómo termina una pandemia, ejemplo muy útil ahora que nos hemos enfrentado a una nueva. Su texto señala que el arma más útil contra la pandemia de desinformación que acompaña siempre a la epidemiológica es la verdad y la transparencia informativa. Barry asevera que la principal lección de 1918, la más simple pero también la más difícil de ejecutar, es que quienes tienen autoridad o influencia (políticos, científicos, periodistas...) deben conservar la confianza del público. La única forma de hacerlo es presentando a los ciudadanos información clara, contrastada y veraz que no distorsione nada. No debe ser innecesariamente alarmista sembrando una especie de terror informativo ni actuar de la forma contraria escondiendo la verdad al mostrar sólo la mejor cara de la enfermedad. Lo mejor es una postura equidistante y una actitud prudente y realista que respete al ciudadano y no trate en ningún momento de manipular a nadie.
Comparto la perspectiva de este autor respecto a que el final social de una pandemia no tiene tanto que ver con la ciencia como con la percepción del ciudadano. La pandemia social termina cuando la gente deja de prestarle atención continuada a la enfermedad. Cuando deja de tener un miedo infundado y puede reanudar su vida diaria con relativa normalidad.
Desde este punto de vista, creo que si en España todavía no ha terminado la pandemia, no parece que le quede demasiado.
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