Nadie pondría en duda que las guerras de Ucrania y del Próximo Oriente inciden de lleno en nuestras sociedades. Los impactos han sido palpables en términos de inflación – ligada al encarecimiento de la energía – o por cuanto se refiere a determinadas dificultades de suministros. Hoy, el conflicto Israel-Palestina puede abrasar la región, con consecuencias aún más devastadoras para la economía mundial. Basta con considerar la incidencia sobre el encarecimiento del tráfico marítimo que tienen las acciones de los insurgentes yemenitas.
Hace unos días, Joseph Stiglitz, Premio Nobel de economía, escribía: “A pesar de las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre, la calle árabe no tolerará la brutalidad infligida a Gaza. En tales condiciones se hace difícil imaginar cómo podría evitarse una repetición de 1973, cuando los países árabes miembros de la OPEP organizaron un embargo petrolífero contra los países que habían apoyado a Israel durante la guerra de Kipur. Esa medida de retorsión no supondría un verdadero coste para los productores de petróleo de Oriente Medio, puesto que el incremento de los precios compensaría la reducción de la oferta. No resulta sorprendente, pues, que el Banco Mundial y otras instancias hayan advertido ya que el precio del petróleo podría alcanzar los 150 dólares el barril (135 euros) o incluso más. Eso desencadenaría una nueva marea inflacionista debida a la oferta, en el mismo momento en que la subida de precios por la pandemia está en vías de ser controlada. En semejante escenario, Biden seria inevitablemente considerado responsable y acusado de gestionar mal la crisis de Oriente Medio. El hecho de que el conflicto se agudizase con los acuerdos de Abraham, promovidos por la administración Trump, y por la deriva de Israel hacia la solución de facto de un solo Estado, no tendría demasiada importancia. Justa o no, la agitación regional podría inclinar la balanza a favor de Trump”. (“Le Monde”, 31/12/2023, 1 y 2/01/2024).
Se cumplan o no los sombríos temores de Stiglitz, lo cierto es que los riesgos de graves perturbaciones sobre las economías occidentales se acentúan cada día que pasa. Ni Estados Unidos ni Irán, más allá de su retórica, pueden racionalmente desear una escalada descontrolada del conflicto que acabe arrastrándoles. Pero, los acontecimientos tienen su propia lógica y los frentes de inestabilidad – en el Líbano, en la frontera con Siria, en la península arábiga… – se multiplican y amenazan con convertirse en un incendio generalizado de la región. De hecho, la situación refleja un cambio de paradigma, de alcance histórico, en los equilibrios geoestratégicos. Un cambio que ya no puede ser ignorado: “Hay un lugar en el mundo – escribe Jordi Torrent en “La Vanguardia”, 5/01/2024 – en el que la colisión entre el antiguo poder dominante, Occidente, y el nuevo, Oriente, es más evidente: Oriente Medio, donde históricamente se ha dilucidado el dominio económico global. (…) Las principales potencias en Oriente Medio, Turquía, Israel, Irán, Etiopía y Arabia Saudí son las más conscientes del debilitamiento del poder occidental – es decir, de Estados Unidos y sus aliados -, y por ello en los últimos años han decidido ejecutar su propia agenda, para estar mejor situadas en el escenario global cuando esa transferencia de poder hacia Oriente se complete”.
Pero hay otros impactos, de orden político, que perturban la vida de las naciones. El choque Israel-Palestina tiene efectos polarizadores. Las democracias occidentales, atravesadas por la angustiosa percepción del declive de sus clases medias y del crecimiento de las desigualdades sociales, se ven tentadas de buscar en los repliegues nacionales e identitarios una respuesta a su desazón. El populismo ha encontrado un filón electoral, agitando el temor a una pérdida de estatus social y al derrumbe cultural de la nación bajo el impacto de una oleada migratoria incontrolada, vista como una moderna “invasión bárbara”. En realidad, Europa, envejecida y en caída libre demográfica, necesita el aporte de millones de nuevos inmigrantes para mantener su economía y preservar su Estado del Bienestar. Pero, cabalgar el miedo da votos, y tanto la derecha como la extrema derecha lo saben bien. Incluso a la izquierda le tiemblan las piernas ante la presión ambiental de sus antiguos bastiones, asolados por la desindustrialización. En esa situación movediza, los alineamientos de los gobiernos han tenido una inmediata traslación en el orden interno. El apoyo a Israel se ha traducido en la denuncia de un resurgir del antisemitismo en Occidente – una tendencia, mayormente alentada por los círculos más virulentos de la extrema derecha, pero siempre latente a través de enraizados prejuicios -, poniendo bajo sospecha a millones de conciudadanos musulmanes… o llegando incluso a decir que la acogida de refugiados palestinos redundaría en un ascenso de las campañas de odio contra los judíos. La izquierda europea no acaba de situarse en esta disyuntiva, tensionada entre los sectores más moderados de la socialdemocracia – como los equipos dirigentes de Keir Starmer o Olaf Scholz, al frente del Partido Laborista y del SPD – y aquellas corrientes más radicales, tradicionalmente solidarias con la causa palestina, que tienden a ver el conflicto de Oriente bajo el obsoleto prisma “campista” de la guerra fría, considerando a Israel como un simple peón de la política exterior norteamericana, carente de autonomía, ignorando las contradicciones que atraviesan a su sociedad así como los intereses e interferencias de otras potencias, globales y regionales. Tras el 7 de octubre – y a pesar de que el martirio de Gaza casi está borrando la conmoción de aquella matanza en la evanescente memoria de la opinión pública -, la ambigüedad hacia Hamás, percibida como “fuerza antiimperialista”, conforta el discurso de quienes, de manera interesada, hacen un totum revolutum a cuenta del antisemitismo.
Las simplificaciones no permiten orientarse ante la complejidad de los acontecimientos, ni ayudan a la izquierda a tener una posición democrática, activa e independiente. Basta con recordar los orígenes de Israel. Si entonces era absurdo imaginar un mundo dividido en bloques homogéneos, más lo es ahora, desbordado el orden de la globalización neoliberal por las fuerzas que él mismo ha desatado en la “periferia” del imperio. “En 1948, en la época de la creación del Estado de Israel – escribía Isaac Deutscher, historiador y biógrafo de Trotsky -, asistimos a un curioso fenómeno: vimos, hombro con hombro, a rusos y americanos unidos para desalojar a los ingleses de Oriente Medio, contribuyendo ambos al nacimiento de Israel. Cualesquiera que fuesen los cálculos de Stalin, lo cierto es que Israel le debe, hecho paradójico, su independencia y su existencia. Fue de la Checoslovaquia estalinizada, de la industria de guerra checa, de donde procedió el grueso del armamento con que fue equipada la Haganah. Fue con esas armas con las que los judíos de Palestina pudieron vencer a los ingleses y a los árabes. El apoyo y la asistencia material que Stalin brindó a los judíos hizo estremecer a los políticos occidentales, provocando un resentimiento profundo y un malestar inconmensurable hacia los judíos. Luego, llegó la guerra fría. Todavía débil, rodeado por un mundo árabe hostil, aterrorizado en cuanto a su futuro, Israel, tributario de la ayuda económica de los judíos americanos, decidió aliarse, aunque no fuese en términos explícitos, con Estados Unidos, lo que no podía sino provocar la hostilidad de Rusia. Cuando Golda Meir, primera embajadora del joven Estado llegó a Moscú, los judíos rusos la acogieron con una alegría desbordante y manifestaron ruidosamente su solidaridad con Israel. Stalin, que observaba quizá esta inhabitual escena desde las ventanas del Kremlin, decidió que los judíos constituían un elemento de inestabilidad, que Israel había sido ingrato con él (lo que, en cierta medida, no era del todo falso) y que no se podía confiar en los judíos soviéticos. Contando con la posibilidad de una guerra contra Estados Unidos, o incluso una guerra contra Occidente, empezó a perseguir a los judíos, denunciándolos como individuos “sin patria”, sin raíces y, una vez más, como extranjeros”. (“La revolución rusa y la cuestión judía”, I. Deutscher, 29/10/1964).
Como puede verse, el antisemitismo ha estado presente en muchas partes y ha sido alentado alternativamente desde distintos centros de poder. Algunos de ellos, como lo señala el artículo publicado en “Le Monde Diplomatique” que se reproduce a continuación, cierran hoy los ojos ante la masacre de la población civil de Gaza a manos del ejército israelí en nombre de una pretendida solidaridad con los judíos que enmascara otros intereses. Algunos, de orden interno, referidos a la inmigración y a la gestión del malestar social. Las próximas elecciones europeas lo pondrán sin duda de relieve.
ARTÍCULO TRADUCIDO DE LE MONDE DIPLOMATIQUE:
Berlín, la política de lo peor en nombre del bien
Tras el ataque del 7 de octubre perpetrado por Hamás, el canciller Olaf Scholz recordó que “la seguridad de Israel constituye razón de Estado en Alemania” (12 de octubre). Mezcla de trabajo de memoria y de habilidad diplomática, tal posicionamiento adquiere en esta ocasión un acento particular. Varios responsables progresistas de primer plano han señalado a la población musulmana (5’5 millones de personas) como fuente de un nuevo antisemitismo y, por lo tanto, como una amenaza interior. Generalmente en primera línea en la lucha contra el racismo, el presidente Frank-Walter Steinmeier ha exhortado a “las personas de ascendencia palestina o árabe” a “rechazar firmemente el terrorismo” (8 de noviembre). Una semana antes, el ministro de economía Robert Habeck había dado el tono en un vídeo difundido a través de las redes sociales: “Cuando los judíos y las judías son atacados”, advertía, los musulmanes de Alemania “deben marcar claramente su distancia con el antisemitismo a fin de no comprometer su propio derecho a la tolerancia” (1 de noviembre). Pero si el conjunto de los musulmanes debe responder de las actuaciones de Hamás, nadie invita a los cristianos y judíos de Alemania a denunciar los atentados de la extrema derecha o los crímenes de guerra del ejército israelí. Encarnación de la nueva identidad atlantista y burguesa de los Verdes, Robert Habeck ha aprovechado la ocasión que le brindaba el conflicto del Próximo Oriente para sermonear a los militantes apegados a las posiciones pacifistas que profesaban los Grünen allá por 1980: “Me preocupa el antisemitismo persistente en una parte de la izquierda, y desgraciadamente también entre los jóvenes activistas. El anticolonialismo no puede conducir al antisemitismo. Así pues, esta franja de la izquierda debe reconsiderar sus argumentos y desconfiar de los grandes relatos de resistencia.”
Al mismo tiempo que el canciller celebraba el pasado 26 de octubre que “Israel sea un Estado democrático guiado por principios altamente humanitarios” y se oponía a cualquier alto el fuego, la represión se abatía sobre los simpatizantes de la causa palestina: prohibición de las manifestaciones contra los bombardeos israelís en distintas regiones del país, prohibición de enarbolar la bandera palestina, prohibición en algunas escuelas de llevar el pañuelo tradicional palestino. En Berlín, donde vive una importante comunidad palestina, las autoridades han revocado el derecho de utilizar consignas como “Alto a la guerra” o “Palestina libre”. En Frankfurt, la dirección de la Feria del Libro ha aplazado sine die la entrega de un premio literario a la novelista palestina Adania Shibli, prevista el 20 de octubre, arguyendo que convenía que las voces israelís fuesen en estos momentos “particularmente audibles”. Copresidenta del Partido Socialdemócrata (SPD), Saskia Esken ha estimado crucial anular un encuentro con el senador americano Bernie Sanders tras sus declaraciones calificando como un “crimen de guerra” los bombardeos indiscriminados en Gaza. Preocupado por el recrudecimiento de los actos de odio contra los judíos a partir del 7 de octubre, Felix Klein, comisario federal encargado de la lucha contra el antisemitismo, ha manifestado igualmente su “inquietud” ante la erosión de las libertades y ha recordado que “el derecho de manifestación es fundamental”. “Proyectar una sombra de sospecha generalizada de antisemitismo sobre todos los musulmanes no ayuda en nada”, tanto más cuanto que cinco de cada seis actos contra los judíos registrados en Alemania hasta el 7 de octubre eran atribuibles a la extrema derecha.
A la culpabilidad histórica alemana se suma un cálculo político
En la gran hora de la verdad que vivimos, los “valores” de acogida, de tolerancia, de protección de los civiles, de respeto del derecho internacional celebrados en la defensa de Ucrania se revelan como un decorado de cartón piedra. Hasta el punto de que la prensa incendia a sus propios tótems: “Los errores de un ídolo. Greta Thunberg y los enemigos de izquierdas de Israel”, titula en primera página el semanario Der Spiegel (18 de noviembre), que moviliza ni más ni menos que a seis periodistas para denigrar a la militante ecologista – “¿Ingenua o antisemita?”. En la televisión pública ARD, un “glosario” indica a los periodistas las palabras que pueden usar, así como las expresiones proscritas: “Seguimos hablando de ‘ataques’ de Gaza contra Israel” o de “ataques terroristas contra Israel”, precisa una circular fechada el 9 de octubre. Pero “lo que hay que evitar absolutamente son expresiones como “espiral de violencia” e incluso “escalada en el Próximo Oriente”. “¡Evitad también la expresión ‘combatientes de Hamás’! Tal como ha decidido el redactor en jefe, no debemos emplear eufemismos, sino hablar de ‘los terroristas’ de Hamás”. Por su parte, el influyente tabloide Bild (13 de noviembre) impulsa una campaña bajo el tema “Revocad el pasaporte de la refugiada Reem”. Esta joven mujer, filmada hace nueve años en compañía de la canciller Angela Merkel, se ve hoy tildada de “antisemita” por haber difundido en las redes sociales un mensaje sobre Palestina “desde el río (Jordán) hasta el mar”. Un antiguo asesor de Angela Merkel reclama incluso que le sea retirada la nacionalidad alemana.
Israel como barrera frente al islamismo, el antisemitismo como pretexto para frenar la inmigración: a la culpabilidad histórica alemana se suma un cálculo político que explica el apresurado alineamiento de los dirigentes con el gobierno israelí. Poco después del ataque de Hamás, el presidente de la Unión Cristianodemócrata (CDU) explicaba en X: “Alemania no debería acoger refugiados de Gaza, eso agravaría el problema del antisemitismo” (27 de octubre). Alternativa por Alemania (AfD), partido de extrema derecha que se presenta como el defensor más intransigente de Israel, a la vez por connivencia política con su primer ministro Benjamín Netanyahu y por islamofobia, se frota las manos. Con unas encuestas que le otorgan el 20% de la intención de voto a pesar de su radicalización, AfD se perfila como la segunda fuerza política del país a las puertas de un año electoral (elecciones europeas, seguidas de comicios en tres Länder). La intelectual Carolin Emcke ha descrito el bulevar que semejante situación abre al paso de esta formación (Süddeutsche Zeitung, 17 de noviembre): “Sentada en las gradas de este triste espectáculo, AfD se deleita siguiendo el partido que disputan los resentimientos racistas contra los resentimientos antisemitas”. Y aplaudiendo a los dirigentes que desatan los primeros para combatir a los segundos.
Pierre Rimbert
(“Le Monde Diplomatique”, diciembre de 2023).
Traducción: Lluís Rabell
Escribe tu comentario