El daño de unos grupúsculos endebles
Nos solemos olvidar de las víctimas (a quienes a menudo se les reserva el papel de figurantes) y nos ocupamos de los homicidas (o victimarios, como algunos confusamente los denominan)
Es evidente que no es en absoluto recomendable la afición por hacer enemigos o por tensar las diferencias con quien sea. Es algo que no hace falta aconsejárselo a quien además de tener principios y convicciones, muestra tolerancia a quienes discrepen de él (menos, por supuesto, cuando se trata de proteger la integridad personal; esto es, ante criminales, matones y abusadores). Esta actitud vale igual si uno está en minoría como si está en mayoría. En el primer caso, afrontando la situación sin camuflarse con los ‘bienpensantes’. En el segundo, considerando que no hay enemigo pequeño; puesto que, por frágil y estúpido que sea, siempre puede hacer un daño considerable.
El historiador Gaizka Fernández Soldevilla, responsable del archivo y documentación del Centro para la Memoria de la Víctimas del Terrorismo, ha publicado en la ‘Revista Internacional de Estudios sobre Terrorismo’ un artículo largo y bien documentado que merece ser leído. Se trata de Matar por los Països Catalans. El terrorismo ultranacionalista a la luz de sus víctimas. Es un título significativo, nos solemos olvidar de las víctimas (a quienes a menudo se les reserva el papel de figurantes) y nos ocupamos de los homicidas (o victimarios, como algunos confusamente los denominan); incluso, como especifica Gaizka, se llega a glorificar a antiguos terroristas. Así sucedió durante el procés: “la activa maquinaria propagandística del nacionalismo radical y la deriva independentista del catalanismo moderado” llevó a vitorear a quienes decidieron dar el paso de matar.
Nunca inevitable, la violencia política fue considerada la forma más eficaz de alcanzar unos objetivos y su precio a pagar también se veía asumible: producir víctimas. Insiste Fernández Soldevilla en que los distintos grupúsculos separatistas catalanes (“endebles, fugaces y de escasa o nula trascendencia política”) no eran -al igual que tampoco ETA- propiamente antifranquistas, aunque pudieran combinar el independentismo con el leninismo. De este modo, el restablecimiento de la democracia no les llevó a abandonar las armas. En el caso del autotitulado Exèrcit Popular de Catalunya, el cambio de ciclo político fue visto como “una oportunidad para recaudar más fondos para su imaginario ejército”. En esta idea se produjeron los asesinatos de Bultó y Viola.
Señala el historiador vizcaíno que al contrario de lo que ocurría en el País Vasco, donde alrededor de un 25% de la población llegó a apoyar directa o indirectamente el terrorismo, “en Cataluña la sociedad y la clase política mostraron un rechazo unánime”. Ciertamente, la educación de la era de Franco estuvo empapada de “discursos integristas, seudofascistas y militaristas”, también de invocaciones delirantes a la Cruzada. Y en ese tiempo el nacionalismo catalán radical se forjó en la posición ultranacionalista española (en su versión nacionalcatólica) que regía en España.
ETAm amparó bajo su paraguas a grupos terroristas catalanes: les adiestró, les dio munición y les ofreció su modelo de organizarse en comandos sin contacto y compartimentados. Una ayuda, sin embargo, que debieron pagar realizando atentados contra intereses franceses en Cataluña y reivindicándolos en nombre de ETAm. El resultado fue desastroso, en una ocasión fallecieron dos de los integrantes del comando, otro quedó gravemente herido y los otros dos fueron detenidos.
En verano de 1991 se produjo la renuncia a la violencia de unos terroristas y su ingreso en ERC. Lo que quedó de esos grupos se llamó Terra Lliure (III Assemblea) y se disolvió cuatro años después, en 1995. “Por aquel entonces –escribe Gaizka Fernández Soldevilla- 18 miembros de Terra Lliure cumplían condenas en la cárcel. El 8 de marzo de 1996 el Gobierno de Felipe González indultó a dos de los presos y el 28 de junio (de ese mismo año) el Gobierno de José María Aznar hizo lo propio con los 16 que quedaban en prisión. Entre los beneficiados por tales medidas de gracia estaban los asesinos de Emilia Aldomà” (una señora de Les Borges Blanques que murió con la detonación de una bombona de camping gas cargada con tres kilos de pólvora prensada en la mesa de un juez de los juzgados de esa localidad leridana; la explosión derrumbó la vivienda contigua donde ella estaba durmiendo). De nuevo, hay que dejar constancia de que los heridos y familiares de las personas asesinadas quedaron desamparados por las instituciones. No fue hasta 1999 que se aprobó una ley nacional para víctimas de terrorismo.
Los nombres de las siete víctimas mortales que esos grupos ultranacionalistas catalanes produjeron son: Dionisio Medina, Diego del Río, José María Bultó, Joaquín Viola, Montserrat Tarragona, Emilia Aldomà y Ronald C. Strong. Es injusto no sólo borrarlos de la memoria, sino sustituir sus nombres por el oficio que ejercían.
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