La mente de quien estigmatiza

¿Por qué, en general, cuesta más solicitar ayuda (personal o profesional) cuando se tiene un problema de salud mental?

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Más allá de la botánica y de la mística, el estigma tiene un significado peyorativo: una marca que mancilla, un desdoro, una afrenta. Hay personas en las que se superponen distintos estigmas y acumulan rechazos abrumadores. Sucede en cualquier sociedad al decretarse implícitamente lo que es incorrecto y apestoso, lo que debe aislarse o colmarse de oprobio y desdén. Cualquiera de ustedes podría decir o escribir una reveladora lista de estigmas que percibe en su entorno.

Hablemos ahora de salud, del estado en que un ser orgánico ejerce con normalidad sus funciones. ¿Por qué, en general, cuesta más solicitar ayuda (personal o profesional) cuando se tiene un problema de salud mental que cuando se trata de otro problema de salud cualquiera?

La razón de ello está en que conlleva un estigma de mala fama y que, con apenas información, se tiende a reducir al enfermo a un marco negativo y despreciable: o ‘está como una chota’ o es un mal pretexto para ausentarse de sus obligaciones, o es violento y peligroso o es imprevisible. Se impone siempre la peor imagen, de espaldas a la frecuente realidad de trastornos perfectamente susbsanables. Con estos prejuicios, el enfermo y su familia se ven obligados a sentir en carne propia la exclusión social y la discriminación. Miedo y rabia. Esto sucede con los mil y un trastornos mentales que hay, sean crónicos o no. Ciertamente, el afectado se halla a menudo ante un panorama hostil, injusto y desagradable; sólo imaginarse en tal situación se hace costoso de sobrellevar.

Leo con interés a Guadalupe Morales Cano, directora de comunicación de la Fundación Trastorno Bipolar. Habla claro y con valentía sobre lo capital que es la rehabilitación psicosocial (para los enfermos y la sociedad en general). Refiere la gran dificultad que hay para conceder carácter de enfermedad a los ataques de ansiedad o pánico, a la depresión o a cualquier otra manifestación de falta de salud mental. Asimismo, sobra ignorancia y falta no sólo respeto, sino cariño (siempre imprescindible para llevar una vida humana).

Manuel Muñoz López, catedrático de Evaluación y diagnóstico psicológico de la Universidad Complutense de Madrid, ha coordinado Estigma y salud mental (Pirámide). Este libro parte de la enorme brecha existente entre el inicio de síntomas y el acceso a una atención especializada, que hoy se estima en más de diez años. Hay que saber cómo acceder a un tratamiento adecuado y hacia dónde dirigir los esfuerzos para combatir este estigma, logrando la máxima estabilidad psíquica y vital. Es básico promover la responsabilidad social de romper con los estereotipos negativos, tener presente el empleo de un lenguaje adecuado y un trato imbuido de dignidad y respeto, que respete la diversidad. El fomento y desarrollo sin restricciones de un afán inclusivo e integrador, en cualquier ámbito social, del que resulten mejoras en el rendimiento académico y laboral; por consiguiente, en la autoestima que ahuyenta el estigma social y en el bienestar (individual y social).

Específicamente y para la recuperación de las personas con dificultades de salud mental, se precisa identificar los procesos en juego y los componentes terapéuticos en los cuales centrar las intervenciones para superar el estigma personal.

Las psiquiatras mexicanas Jazmín Mora-Ríos, María Luisa Rascón-Gasca y Marcela Tiburcio han estudiado a diagnosticados como esquizofrénicos. No sólo hay temor a sufrir los estragos de la enfermedad, sino a ser rechazados por los conocidos, cuando no mofa cruel. Además, uno de cada dos familiares está en riesgo de presentar un trastorno emocional, físico o psiquiátrico relacionado con la carga de ser cuidador primario informal. Esto conviene saberlo.

Asistimos, por otro lado, a un crecimiento exponencial del número de personas con serios trastornos mentales; especialmente, en los sin techo y en los encarcelados en no pocos países.

Otros datos a tener en cuenta nos los suministra un informe de la ONU (2023): unos 296 millones de personas consumen drogas, el 5,8 por ciento de la población global. Y según el Consejo Europeo (2024), el 27 por ciento de los adultos de la UE sufre algún tipo de discapacidad. En España el 7,1 por ciento de la población tiene reconocido un grado de discapacidad igual o superior al 33 por ciento.

En el caso particular de la discapacidad intelectual, hay que considerar que siempre ha estado entre los grupos más subestimados, excluidos y marginados de la sociedad. El debido respeto a estas personas repercute en el respeto amoroso a todo ser vivo, que procura lo mejor y evita lo peor.

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