Jaime Ensignia, sociólogo, Dr. en Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Libre de Berlín. Fue director sociopolítico de la Fundación Friedrich Ebert en Chile (1994-2014). Director del Área Internacional de la Fundación Chile 21. Colaborador del Barómetro de Política y Equidad.
Un antecedente histórico
Hace más de 50 años, el presidente Allende constataba: “…Latinoamérica es un volcán en erupción, por sus desigualdades, los privilegios de unos pocos, la miseria, el analfabetismo creciente, el asedio a la democracia, entre otros aspectos”. Un diagnóstico que, medio siglo después, cobra amarga vigencia.
Hoy, en el 2023
En el año de la conmemoración de la brutal dictadura cívico-militar de Pinochet, probablemente abundarán quienes insistan en el que parece su único foco a la hora del balance de las últimas décadas: la economía habría experimentado un auge sin precedentes “beneficiando”, según estos expertos, a la población en general. Sin duda, la situación de los países de la región contrasta fuertemente con la de medio siglo atrás; entre los principales avances se cuenta la notable reducción del analfabetismo y la pobreza. Chile mismo, en los primeros gobiernos de la Concertación, redujo sostenidamente los índices de pobreza heredados de la dictadura militar.
Otros países también tuvieron éxito en la reducción de las extremas desigualdades sociales, especialmente potenciando sus políticas públicas para la consecución de tales objetivos. Esto sucedió, especialmente bajo la primera ola de gobiernos progresistas y de izquierda, que predominaron entre fines de la década de los 90 del siglo pasado hasta la mitad de la segunda década del presente siglo. Sin embargo, luego con la cortísima marea de los gobiernos conservadores (2015-2022) se volvió a ensanchar la desigualdad social y económica, aumentó la pobreza y otras inequidades laborales, sociales y políticas. La pandemia del virus Covid 19 expuso de manera dramática las brechas señaladas en múltiples aspectos: desigualdades para acceder a sistemas de salud, aumento en los índices de desempleo, retroceso en materia de derechos laborales –asociado, en parte, al aumento del trabajo informal-, reducción de las ayudas sociales. En definitiva, siguen siendo unos pocos los que se han privilegiado del sistema económico y social imperante, mientras que los muchos se tornan más vulnerables.
La desigualdad campea en Latinoamérica
El mundo de hoy es más rico, pero a la vez, mucho más desigual que en cualquier época de la historia reciente. América Latina y el Caribe (ALyC) sigue siendo uno de los continentes más desiguales del mundo, según los análisis de organismos internacionales. Nuestros países requieren de manera urgente un nuevo pacto social, económico, ambiental y político entre sus clases sociales. La persistencia de estos niveles de desigualdad y, más aún, su tendencia creciente, solo pueden conducir a mayor inestabilidad política, social y económica.
La democracia es socavada, sus instituciones republicanas pierden aceptación por buena parte de la ciudanía de la región. La debilidad del sistema democrático, sumado al descrédito de los partidos políticos, potencia el hartazgo y malestar de los sectores marginados, que se manifiesta de manera violenta en las sociedades latinoamericanas. Según lo relevan diversos estudios, desde la ciudadanía crece la tendencia a considerar que el sistema democrático no satisface sus necesidades, ni siquiera las más básicas. En los últimos años se registran movilizaciones sociales masivas y sin conducción política en países como Ecuador, Colombia, Bolivia, Chile y, más recientemente, Perú, por mencionar ejemplos de expresión de quiebres o fracturas sociales de amplio impacto.
De este modo, se presume que este ambiente de drástica polarización social no se detendrá, sino hay cambios estructurales en la matriz política, económica y social de los principales países de la región o, bien del conjunto de ella. En este escenario, la irrupción de liderazgos mesiánicos, autócratas y populistas –tipo Bukele, Maduro, Ortega y otros-, no sorprende. Ya es imposible desoír la campanada de advertencia a la democracia de la región. Se hace imprescindible rescatar al sistema de partidos políticos y crear nexos de respeto con los movimientos sociales, fortalecer las instituciones republicanas y, de ese modo, neutralizar el ascenso de la ultraderecha política: menuda tarea para el socialismo democrático y el progresismo latinoamericano.
¿Qué hacer?
Estamos viviendo un cambio político importante en el tablero regional. La impronta de gobiernos conservadores y de ultraderecha parece haber quedado, al menos, por ahora, en una segunda línea. La denominada marea rosa o, bien gobiernos progresistas e izquierdista de segunda generación de factura socialdemócrata se hacen presentes en las seis economías más gravitantes del continente: México, con AMLO; Argentina, con A. Fernández; Bolivia, con L. Arce; Chile, con G. Boric; Colombia, con G. Petro; y recientemente Brasil, con Lula.
El electorado de estos países latinoamericanos les ha entregado una nueva oportunidad a estos líderes y sus respectivos gobiernos para que puedan enfrentar los grandes desafíos estructurales en materias políticas, económicas, ambientales, de igualdad de género y, sociales que los países de esta región afrontan. El fracaso de los gobiernos conservadores, de derecha y ultraderecha de la región –como la deuda financiera del ex presidente Macri. en Argentina o, bien de Bolsonaro, en Brasil, Duque, en Colombia y Piñera en Chile- ha dejado un nefasto legado a todo nivel en los países mencionados.
Las tareas del momento
En este contexto, entre las tareas centrales para el progresismo y la izquierda democrática del continente se cuentan:
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