La integración latinoamericana y la corrupción

Óscar Hernández Bernalette
Diplomático

Catalunyapress ohb30m23
Foto: Twitter (@bernalette1)

 

La integración económica y política de esta región no se ha logrado por múltiples factores. Unos relacionados a la naturaleza de sus gobiernos y otras a los intereses particulares de las elites políticas y económicas. No hablemos sobre la vocación integracionista y las ventajas comparativas en cuanto a historia, geografía, lengua y otras que son el sustento  estructural para justificar todo esfuerzo por lograr una región más articulada e integrada. 

 

Uno de los détentes que frenó el proceso de integración regional que se inició este milenio  fue sin duda las corruptelas que se generaron desde la empresa brasileña Odebretch. Caso trágico que pareciera olvidarse de la siquis  colectiva latinoamericana. La compra de voluntades vía corrupción llana y simple de gobiernos y funcionarios públicos por parte de esta empresa fue una estocada mortal para la generación de confianza en el sector empresarial latinoamericano. 

 

Cuando más necesitaba la región de un modelo de gestión eficiente empresarial que fuera regional y capaz de competir con cualquier empresa trasnacional , Odebretch ,cerró la evolución de confianza que su exitosa gestión que había logrado ante muchos estados y en el sector de la infraestructura especialmente . 

 

Latinoamericana necesitaba una trasnacional competitiva y transparente para arrastrar a otras similares hacia un mercado  regional ávido de contar con capacidades propias para el desarrollo  de importantes obras de infraestructura. 

 

Lo cierto es que los intentos de integración que omitan y/o acepten corrupción y corruptos están condenados al fracaso. La falta  de códigos anticorrupción  más allá de los formales y no vinculantes establecidos en los organismos internacionales no son suficientes. Las solidaridades automáticas entre los gobiernos y sus contrapartes son sin duda una estocada permanente al saneamiento estructural de la gobernanza  en la región. Las leyes anticorrupción no pueden ser un vehículo para fomentar la persecución política por una parte, mientras que la opinión pública es testigo de los múltiples desafueros de quienes gobiernen que todas luces están aprovechando los bienes del estado. El doble rasero a los que los gobiernos se han acostumbrado para tratar estos hechos es sin duda un despropósito. No hay corrupción ni de derecha, ni de izquierda. No hay buenos burócratas corruptos. El que se corrompe igual daño hace a parte de su sociedad. Bien lo decía la dirigente política venezolana y candidata Presidencial María Corina Machado “A propósito de la corrupción y las mafias: lo primero es el ejemplo. No puede ser que tengamos dirigentes que representan lo peor  de la sociedad.”

 

Mientras escribía una nota de prensa señalaba, por ejemplo, que “El Tribunal de Cuentas, órgano que fiscaliza el Estado brasileño, dio a Jair Bolsonaro un plazo de cinco días para que entregue al actual Gobierno las joyas de la lujosa marca suiza Chopard que le obsequiaron las autoridades saudíes en 2021.” Bien respondía la periodista Patricia Janniot, “Un presidente debería tener un código de ética en relación a los obsequios. Nadie regala joyas valoradas en millones de dólares a cambio de nada.”

 

El presidente Gustavo Petro dio, creo, un ejemplo con el manejo de las denuncias a su hijo sobre el uso de dineros mal habidos usados para la campaña. Que la justicia se encargue. Si la lucha anticorrupción no se apodera en los mecanismos  de la integración, difícilmente las naciones lograrán impulsar una unidad sólida y próspera. 

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