​¿Por qué le llaman diálogo, cuando solo es un monólogo?

Carmen P. Flores

Miriam Nogueras


Los dirigentes catalanes independentistas, los que forman el Gobierno, y los grupos que lo apoyan, llevan años reclamando diálogo para llegar a un acuerdo con el Gobierno central. Primero fue con Rajoy, el tranquilo, o mejor dicho el inmovilista, el que hasta el último momento no actúa, para ver si la solución llegaba volando. 


Volando llegan muchas cosas, menos soluciones políticas. La posición del ya expresidente fue la excusa perfecta. Lo que significaba seguir lanzando dardos y algunas cosas más contra el Gobierno. Eso sí, pacíficamente.


Rajoy se marchó a Santa Pola a ejercer de registrador de la propiedad, comerse unas buenas paellas, darse su rutinario paseo matinal para que su musculatura no se relaje demasiado, los huesos no se descoloquen y la barriga aparezca lo más tarde posible. Dicen que "muerto el perro se acabó la rabia".


Así podrían pensar los ingenuos. Llegó nuevo inquilino a la Moncloa. Fue recibido con palmas, y declaraciones de satisfacción. Por fin el diálogo iba a ser posible. El talante de Sánchez, su voluntad de diálogo así lo deja ver. Pero los independentistas ya no tenían enemigo a la vista con quien guerrear. Sobre todo el káiser Puigdemont, que no quiere soltar el protagonismo, ni cuando está durmiendo, menos aun el poder. Él quita y pone a sus peones. Estos elegidos, cada vez con menos talla política, pero con más sentido de la obediencia ciega.


El gobierno de la Generalitat, es decir, Puigdemont, pide diálogo en boca de Torra y su equipo, pero al mismo tiempo sigue fustigando al Gobierno, la Justicia, el Estado y los ciudadanos que no piensan como ellos.


El diálogo para los independentistas es la aceptación sin rechistar de su propuesta de independencia, declaración de la República, condonación de la deuda y todo lo que haga falta. Ese es el diálogo sin condiciones que vienen predicando a lo largo de estos años, y ahora también. Confunden diálogo con monólogo impositivo.


Con los cambios en el PDeCAT, propiciados por el mismísimo Puigdemont, peligra el apoyo al gobierno socialista, a no ser que Sánchez esté dispuesto a ceder en sus pretensiones. Miriam Nogueras, la nueva vicepresidenta del partido, diputada en Madrid, se las quiere hacer pasas canutas al Gobierno de España; ya lo ha dicho en todos y cada uno de los medios que la han entrevistado.


Es una hooligan de un nivel político plano y con grandes ambiciones. Que se vaya preparando Carles Campuzado, que viene para quitarle el puesto de portavoz en el Congreso. Lo considera un blando. Campuzano es un capital político muy bueno, pero se lo quiere cargar la Nogueras. Está muy claro.


Nogueras no desaprovecha la ocasión y horas después de que se cargaran a Pascal, la nueva 'lideresa' se ha mostrado crítica con la gestión de Pascal y ha advertido que a partir de ahora "tenemos que coordinarnos y eso no se había hecho muy bien hasta ahora". Ahí es nada. Amenaza también al presidente Sánchez al que advierte que no lo van apoyar en todo, si no accede a sus pretensiones. El discurso del mercadeo se lo han aprendido todos muy bien.


También, que el Parlamento de Catalunya, por discrepancias entre los partidos independentistas, cierra puertas por vacaciones de dos meses. Un mes menos que los escolares. Y no pasa nada.


Con este panorama político, que Pedro Sánchez vaya preparando las elecciones, porque los del PDeCAT se las va a hacer pasar canutas.


Diálogo, diálogo, diálogo, pero solo de cómo se marchan de España. A eso se le llama monólogo, monólogo y monólogo.

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