Nostálgicos y también las víctimas de la educación del antiguo régimen no hemos podido olvidar el otro primero de octubre, aquel que se celebraba hace años por ser la fecha de "la exaltaciones del generalísimo en la jefatura del Estado". Con el retraso habitual, seguro que algún medio saca en los próximos días un recordatorio-homenaje de franquistas, tal vez el Valle de los caídos antes de que que se lo quiten.
Con lo que se lleva aplicado de la Ley de Memoria Histórica con coherencia, ya no existe en Madrid el hospital universitario Primero de octubre, que inauguró el dictador personalmente. Ahora se llama "12 de octubre", a pesar de las connotaciones que la antigua "fiesta de la raza" y ahora diada nacional suscita en las Américas y los otros nacionalismos de las Españas.
Hay coincidencias inevitables, que "tapan" un commmemoraió con otra. Pocos medios internacionales tienen como principal referente el 11 de septiembre el de Catalunya. A muchos más se les dispara el recuerdo de los atentados a las torres gemelas de Nueva York y el resto de los ataques en Estados Unidos. Y en América Latina, el golpe de Estado de Pinoxet y la muerte del presidente chileno Salvador Allende.
Parece que ha bajado la fiebre de la guerra por los lazos amarillos, después de conflictos absurdos como el boicot inicial al anuncio de un hospital infantil por la colla castellera de los Bordegassos de Vilanova, porque sus camisas distintivas eran y son del color proscrito. O aquel otro incidente en el polideportivo de Santa Coloma de Gramenet, donde el ayuntamiento exigía que la empresa patrocinadora, la Catalana de gas, cambiara el cromatismo maldito de fondo de su logotipo que llenaba el círculo central de la pista, para poder mantener presencia y patrocinio, amenazando la viabilidad económica del club local para que el anunciante se negaba a renunciar.
Incluso el Papa Francisco llegó a lucir un lazo amarillo sobre la sotana blanca. ¿Se había vuelto defensor del independentismo catalán? Evidentemente, no. Los lazos amarillos también tienen multitud de significados según los lugares del mundo, donde se vence la superstición y la negatividad que provoca a varios colectivos: desde el recuerdo de la fiebre amarilla, la fobia -sobre todo de la gente del teatro- para la mala suerte derivada de la leyenda urbana de que Molière murió en el escenario, y en plena representación, vestido del color nefasto.
En todo caso, estas formas repetidas suelen ser llamadas a la solidaridad; en el caso del obispo de Roma, y tantos otros, contra los secuestros y asesinatos de niños. Y en algunos países occidentales, si el señor Google no miente, están bien alejados del significado para catalanistas y españolistas, tanto como lo puede ser el apoyo a los efectivos de las fuerzas armadas de Suiza, Alemania, Canadá, Suecia y Dinamarca cuando se van a misiones en territorios extranjeros.
Con todos los respetos debidos a quien los merece, que son tantos y tantas, estas coincidencias deberían provocar sonrisas y apaciguar o relativizar pasiones extremas, a veces nacidas de la ignorancia. Los donostiarras mayores aún recuerdan aquel domingo de regatas de traineras en la bahía local, cuando guardias civiles acordonaron e invadieron un edificio de la avenida de España -ahora de la Libertad - porque en el tejado ondeaba una bandera que les parecía indudablemente la prohibidíssima ikurriña, reluciente verde, blanco y rojo. Y no. Era la de Italia, por la compañía de seguros italiana que tenía su sede.
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