Dos ex-dirigentes independentistas presos en Lledoners, Jordi Sánchez y Jordi Turull, han anunciado a través de su abogado y su médico personal que inician una huelga de hambre indefinida para denunciar que el Tribunal Constitucional bloquea la tramitación de sus recursos impidiendo que se puedan presentar en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Como médico respeto la decisión de los huelguistas y no puedo entrar a considerar la validez de las razones que los han forzado a hacerlo (aunque obviamente como ciudadano tengo mi legítima opinión). Pero cualquier huelga de hambre es una pésima noticia que me motiva a explicar a los lectores el papel que los médicos debemos adoptar ante este tipo de catástrofes humanitarias.
En primer lugar, hay que poner de manifiesto un aspecto importante: el hecho de que su médico participe en la difusión pública de la voluntad de los dos presos no tiene ninguna intencionalidad política sino que responde al deber ético que tiene todo profesional de la Medicina ante estas situaciones. El doctor Jaume Padrós, en calidad de médico personal del huelguistas, no hace más que cumplir esta obligación ética recogida en el artículo 53 de nuestro código deontológico. El Dr. Padrós conoce muy bien el código dado que además de médico de los huelguistas es también el presidente del Col.legi Oficial de Metges de Barcelona (COMB). Y es obvio que está desarrollando su obligado papel con toda la dignidad y seriedad que conllevan este tipo de lamentables situaciones.
Comparto totalmente la preocupación y la tristeza que mostraba mi colega y presidente al hacer el anuncio. No es para menos. Es una catástrofe humanitaria impropia de sociedades que se autodenominan avanzadas.
Padrós anunciaba la creación de una comisión de expertos para abordar la huelga de hambre que han iniciado Sánchez y Turull. Es una decisión tan necesaria como acertada. Los médicos —como se ha hecho escrupulosamente en este caso— estamos obligados a informar debidamente a los huelguistas sobre el pronóstico que en el caso de una huelga indefinida son las secuelas graves o la muerte. Una vez enterados de que las personas han tomado la decisión de manera libre, y se han afianzado de manera explícita y reiterada, los médicos debemos respetar en todo momento su voluntad, prescindiendo de cualquier juicio sobre la huelga y su motivación. Incluso en caso de recibir una orden judicial de tratamiento médico forzado podemos aducir —en su caso— nuestro derecho a la objeción de conciencia haciendo saber al juez que éticamente estamos obligados a respetar la voluntad del paciente y pedirle que nos exima de la obligación de tratamiento forzado.
Una huelga de hambre no se puede menospreciar nunca. Aunque se respete la ingesta de líquidos, es un proceso demoledor para la salud que se inicia muy precozmente. Ya durante los primeros días provoca el consumo de la glucosa (azúcar) en sangre y de la glucosa hepática almacenada en forma de glucógeno e incluso de la glucosa almacenada en el músculo. Muy pronto la glucemia (azúcar en sangre) disminuye y se empiezan a utilizar las grasas como fuente de energía completando un peligroso proceso de acidificación de la sangre por la elevación de los cuerpos cetónicos procedentes del metabolismo de las grasas.
El resultado es que a partir del quinto día, el organismo obtiene la energía únicamente de las grasas con el consiguiente trastorno del equilibrio metabólico de la persona. A partir de los quince días de huelga la situación empeora dramáticamente: el consumo de estas grasas hace que la acidosis empiece a dañar órganos importantes como el hígado y los riñones.
Al vigésimo día de ayuno se empiezan a consumir los tejidos llenos de proteínas musculares. Se produce un adelgazamiento progresivo y una gran debilidad que lleva a una pérdida de interés por la comida durante casi todo el ayuno. A partir del día treinta se incrementa la autofagia (consumo de los propios tejidos orgánicos) y la autodigestión proteica produciéndose un estado de desnutrición crítico que afecta a todos los sistemas del organismo. La persona comienza a experimentar un cansancio desmesurado que prácticamente le impide hablar. Pocos días después —a partir de los cuarenta o cincuenta días de ayuno— el deterioro de la salud es tan grave por el desgaste físico que la persona entra en un estado de inmovilidad llegando a sufrir pérdidas de conciencia por la falta de energía. La muerte por inanición —por falta de irrigación del cerebro o por un fallo cardíaca— aparece a partir del día sesenta.
Tenemos muchos ejemplos históricos de los lamentables resultados de la huelga de hambre en las personas. La lista es dolorosamente larga. El más conocido es el caso de Mohandas Gandhi que popularizó internacionalmente esta práctica dentro de su sistema de lucha no violenta. Menos conocido es el caso de Bobi Sands, ex-dirigente del IRA, que en 1981 protagonizó una huelga de hambre para protestar contra su detención que acabó con su trágica muerte.
Los médicos amamos la vida y repudiamos la muerte por mucho que sabemos que en ocasiones es inevitable. Pero no podemos aceptar que la sociedad no resuelva un conflicto, perfectamente solucionable, que puede terminar con la muerte evitable de dos buenas personas.
Como ciudadano pido a las autoridades y a la ciudadanía que no se muestren indiferentes, que se impliquen para resolver un problema que no es tan político como humanitario.
Octavio Paz afirmaba que la indiferencia de algunos ciudadanos ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. Y no quiero vivir en una sociedad indiferente.
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