La negativa de la Comisión Europea a la propuesta del Gobierno español de revisar la actual legislación sobre medicamentos homeopáticos ha incendiado las redes sociales reabriendo el debate espurio sobre las denominadas pseudociencias. En un tiempo en que a menudo la bronca sustituye al diálogo y la descalificación airada a la cordura, el ciudadano se encuentra desconcertado sobre las dudosas ventajas y los irrefutables inconvenientes de esta terapia complementaria.
Para aclarar cuál es el estado actual de la cuestión es necesario que el lector tenga claro los cuatro mitos que sustentan la polémica.
Primer mito: la homeopatía (del griego homoios, «similar», y Pathé, «enfermedad») es una ciencia. Realidad: No puede ser considerada como tal dado que no se fundamenta en el método científico experimental sino en principios esotéricos. De hecho, tiene unos fundamentos filosóficos (en ningún caso científicos) alrededor de un axioma según el cual una sustancia que causa los síntomas de una enfermedad también la puede curar (principio de similitud). Desarrollada en 1796 por el médico Samuel Hahnemann, la homeopatía establece que los remedios se deben preparar diluyendo repetidamente una determinada sustancia en alcohol o agua destilada, seguido de una sacudida. Normalmente se sigue diluyendo y diluyendo la sustancia mucho más allá del punto en el que ya no queda prácticamente moléculas de la sustancia original. Para seleccionar los remedios, los homeópatas consultan libros de referencia conocidos como «repertorios» que son una fuente de conocimiento más que cuestionable y con ciertas reminiscencias de infalibilidad que recuerdan los textos bíblicos tal como son entendidos por un cristiano practicante. Todo mis respeto a la fe en el ámbito religioso pero en cuestiones terrenales como la salud no quiero un remedio que no haya demostrado su eficacia clínica y seguridad en estudios experimentales cuyos resultados puedan ser confirmados por otros ensayos realizados por investigadores independientes (reproducibilidad de los experimentos).
Segundo mito: la «memoria del agua». Realidad: los medicamentos homeopáticos se utilizan tan diluidos que a menudo no contienen ni una sola molécula de la sustancia diluida. Es lo mismo que llenar una olla con cinco litros de agua y añadir una pizca de azúcar, remover y separar una cucharilla del líquido resultante y volverlo a diluir en una olla con cinco litros de agua limpia, repitiendo la operación varias veces y pretender que una gota del preparado endulce el café del desayuno. Seguro que lo tomarán amargo. Por ello, los defensores de la homeopatía han propuesto el concepto esotérico de la «memoria del agua», según el cual el agua «recuerda» las sustancias que se mezclan y transmite después el efecto de estas sustancias cuando se consume. Esta idea ilusoria es incompatible con las relaciones dosis-efecto observadas en los medicamentos convencionales, en los que los efectos dependen de la concentración del principio activo en el cuerpo. Así mismo es contraria a las leyes de la física e incluso atenta contra el sentido común.
Tercer mito: existe evidencia científica que demuestra de manera inequívoca que los preparados homeopáticos tienen propiedades terapéuticas. Realidad: Ningún estudio con una mínima calidad metodológica ha observado que estos preparados sean diferentes del placebo. Históricamente, la calidad metodológica de la investigación homeopática primaria era muy baja, con problemas como la deficiencia en el diseño de los estudios y la ausencia de aleatorización. Recientemente se han publicado ensayos clínicos de mejor calidad, pero que tampoco han demostrado que los remedios ejercen ningún efecto terapéutico. Las revisiones de la literatura científica realizadas por la prestigiosa Colaboración Cochrane —con la que he podido colaborar en ocasiones— han llegado siempre a la misma terca conclusión: los medicamentos homeopáticos no muestran más efectos que el placebo. De hecho, hace 13 años la revista The Lancet cerró el debate con un editorial que se titulaba «El fin de la homeopatía».
Cuarto y último mito: los preparados homeopáticos son inocuos y no comportan ningún peligro para la salud. Realidad: Este es el error más peligroso de todos. Aunque los medicamentos homeopáticos no han demostrado toxicidad intrínseca pueden ser muy peligrosos cuando sustituyen fármacos o tratamientos convencionales de eficacia clínica y seguridad demostradas científicamente. Muchos colegas y yo mismo tenemos experiencias dramáticas al respecto como la de una niña de 6 años que murió de una leucemia —perfectamente curable con citostáticos— porque sus padres prefirieron un tratamiento homeopático o la de una mujer sexagenaria que abandonó la cirugía y la radioterapia que hubieran curado su cáncer de colon para acabar muriendo bajo tratamiento homeopático.
Capítulo aparte merece algunas actitudes alienadas que rozan la neurastenia como la negación a vacunar a los niños aduciendo que la homeopatía puede inmunizar sin riesgo. Este tipo de imprudencia ha ocasionados muertes perfectamente evitables como la de la niña de 9 años que murió de meningitis C debido a que sus padres se negaron a administrarle las tres dosis de la vacuna. No vacunar un niño no sólo lo pone a él en riesgo sino a todo su entorno. Personalmente, creo que la vacunación debería ser obligatoria tanto para niños como para profesionales sanitarios en contacto con pacientes debilitados.
Las palabras son muy importantes. Puedo tolerar que más de 8.000 médicos y de 300.000 pacientes opten por la homeopatía como terapia que complemente el tratamiento convencional (terapia complementaria) pero nunca como sustitución o alternativa (terapia alternativa) a tratamientos de eficacia demostrada. No es un problema de preservar la libertad individual del paciente, que tiene todo mi respeto, sino de denunciar la absoluta irresponsabilidad de estas conductas.
Otras veces he escrito que los médicos amamos la vida y repudiamos la muerte aunque a veces la tenemos que aceptar como inevitable. Pero que los pacientes mueran por enfermedades perfectamente curables es del todo inaceptable.
Una de las definiciones de la palabra "fe" es la de que es la creencia y convencimiento de que una cosa o hecho es verdad, sin necesidad de comprobarlo o experimentarlo. Está asociada a la voluntad de creer y a la confianza. Todos mis respetos cuando se aplica a ámbitos como la religión o la filosofía donde la persona debe poder ejercer plenamente su libertad de conciencia. Pero cuando se intenta aplicar la fe sin ninguna base de conocimiento sólido en el ámbito médico donde todo requiere comprobación ya no se trata de una cuestión de libertad sino de irresponsabilidad y cuando la fe induce a decisiones que ponen en riesgo la salud de menores, no tengo palabras para calificarlo.
Aristóteles postulaba que «la ignorancia es no saber distinguir entre lo que necesita demostración y lo que no la necesita». Y todo lo que sea relativo a la salud requiere siempre una demostración sólida y rigurosa porque la salud es el bien más preciado del que disponemos. Respetemos la fe pero lamentemos la ignorancia.
Una parte importante de lo que se registra como medicamentos homeopáticos se sitúan en dosis ponderales decimales o centesimales es decir que hay presencia material susceptible de tener acciones biológicas. Este particular debería tenerse en cuenta. Estaríamos en una dimensión material en una escala de nanogramos o picogramos. Una aproximación científicamente abierta al problema de estas microdosis y su eventual interacción con la economía corporal, en caso de ser de algún interés en este debate público, podría pasar por estudiar el comportamiento del proteoma sérico (proteómica funcional)en sus eventuales modificaciones (cambios en su densidad óptica por ejemplo) y con ayuda de herramientas bioestadísticas y bioinformáticas construyendo modelos biomatemáticos de representación sus modificaciones. Hace mas de 60 años se viene estudiando la semiología biológica de las proteínas del suero sanguíneo. Caracterizándose bioestadísticamente patrones séricos correlacionados con cada patología. Estas estructuras séricas basadas en un equilibrio electrocoloidal, tras haber sido posible la definición de un estado de base de "no enfermedad" o de equilibrio junto a las desviaciones del mismo serían un punto de partida posible. De hecho se ha observado una correlación estadística positiva entre el descenso de grupos proteómicos al ser tratados con anticuerpos antiproteinas específicos en dilución 5CH centesimal, es decir 10 elevado a 5. Este sería un campo razonable de investigación el del estudio del comportamiento de fracciones del proteoma (bien caracterizas por eletroforesis bidimensional en gradiente de pH al interactuar in vivo con sueros antiproteinas en microdosis de nano o picogramos, es decir dosis homeopatizadas. Uaa sugestión de lectura relacionada Sandor (1975) Semiologie biologique des proteines du serum Herbosch, Sauer (2008): Funktionelle Proteomik Elsevier Urban & Fischer Verlag
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