Abogábamos en el pasado artículo por una Convención del PP que cerrara sus heridas internas, hiciese propósito de enmienda y recuperara su credibilidad por el bien de la estabilidad política de España. Un partido de derechas fuerte, creíble y europeísta no hace mal a nadie y sí beneficia a la credibilidad de una ideología bastante denostada en los últimos años.
Desgraciadamente, a nuestro entender, no ha sido así. El empeño de Casado y sus paniaguados en aparentar una unidad inexistente que luego escenificarían claramente Rajoy y Aznar -cada uno por su lado- ha causado vergüenza ajena y estupor entre los votantes que se han ido a VOX o a otras formaciones aburridos de tanta comedia, al comprobar cómo los actuales dirigentes se olvidaban de sus marrones judiciales y siguen sin mostrar el menor arrepentimiento público de las corruptelas cometidas y, por supuesto, de los enormes errores políticos cometidos.
Pedirle ahora a los de Vox que vuelvan a casa causa risa floja y es, sobre todo, una estupidez digna de destacar, ya que pone en evidencia al que la solicita, dejándolo ante la opinión pública como el mayor tonto político del post franquismo español y europeo.
Y si la derecha, una vez más, no ha sido capaz de mirarse a sí misma para ofrecernos una catarsis completa, cabe esperar que sus adversarios la imiten y volvamos a fracturar al electorado, convirtiendo las nuevas citas ante las urnas, en un batiburrillo de siglas que hagan ingobernables las comunidades autónomas y los ayuntamientos para luego desembocar en un Parlamento con vocación de jaula de grillos, en el que discutan acaloradamente tantos partidos como diputados electos.
El PP de ahora es el triste epílogo de una política en plena decadencia. Y como no logramos salir del pozo, solo cabe exclamar aquello que decía el cura que me bautizó: Dios no coja confesados.
Escribe tu comentario