Con una discreción en contraste absoluto con sus manifestaciones durante los tiempos de vida púbica traspasó el antiguo dirigente nacionalista vasco, y del PNV, Xabier Arzalluz Antia (con esta grafía según las normas académicas y la voluntad propia y de los cercanos).
Cuesta hoy recordar los hechos y las palabras de un personaje de indudable incidencia en la historia contemporánea de Euskadi, de España y de Europa.
Arzalluz fue la voz, rotunda, y la mano en el timón del barco centenario que todavía es Eusko Alderdi Jeltzalea-PNV, que ha dominado el panorama político en los territorios históricos prácticamente sin interrupción desde 1979.
Miembro de una generación irrepetible en el Congreso de los diputados de los últimos años setenta del siglo pasado, con Adolfo Suárez, Felipe González, Miquel Roca, y unos "padres de la Constitución" de los que fue excluido hasta los debates plenarios, contra su imagen de intratable pactó con Suárez, González, y también Aznar.
Siempre abominó de la violencia, de cualquier violencia, dentro de la línea de principios de una formación política con funcionamiento interno atípico, donde todos los detentadores de cargo públicos, el lehendakari para abajo, están sometidos a la disciplina y el control de los órganos (colectivos y colegiados) del partido.
Sobre el papel, Arzalluz era "sólo" el presidente, "primus inter pares", de Euskadi Buru Batzar -la asamblea nacional dirigente-. Pero sin duda su palabra era ley, o casi, al conjunto de las decisiones del colectivo.
En la vida personal era una evidencia que nunca ocultaba la formación y la profesión como miembro de la compañía de Jesús, la secularización posterior, el matrimonio, los hijos y los nietos.
Y el trato con otros dependía siempre de quien tenía delante, de hasta qué punto conocía el interlocutor, de cuánto tiempo consideraba que había que invertir, para deshacerse de ellos con rapidez o para pasar largos ratos, en la mesa o no, llenas de frases ocurrentes y de un peculiar sentido del humor.
La larga trayectoria política de décadas, en la clandestinidad y en democracia, se rompió abruptamente los años noventa, por decisión propia, pero muy probablemente también por el fracaso de iniciativas como el "Plan Ibarretxe". "Fiaos de Ibarretxe" -había dicho para avalar el acceso de éste a la "lehendakaritza". Y ya sabemos qué pasó con aquella iniciativa del joven presidente del País Vasco y cuál fue la reacción posterior de su partido, relevándose el.
Muchos jóvenes de hoy difícilmente conocerán el personaje, y mucho menos la persona, que recibió una ovación cerrada y unánime en el Congreso a un discurso en el debate sobre la Constitución que intentaba cuadrar los "derechos históricos vascos" con la nueva Carta Magna, pero también fue rebatido, criticado, insultado, dentro y fuera, por los radicales del propio país y por los líderes de los principales partidos e instituciones del conjunto español.
Tras el largo silencio, aún es pronto para hacer un balance con neutralidad de historiador, de la personalidad y de las actuaciones de Arzalluz a lo largo del tiempo, a veces aparentemente contradictorias porque -suele decirse- a la montaña no se sube en línea recta, sino haciendo curvas.
El objetivo lo tenía claro, pero la táctica de cada momento era variable, entre proclamaciones soberanistas rotundas y padrinazgo de los acuerdos contemporizad0s de "sus" gobiernos con los estatales y con las instituciones internacionales, con las que comunicaba bien y directamente desde el dominio del francés, el inglés y el alemán.
Sólo la desaparición material ha devuelto a los medios el recuerdo de Xabier Arzalluz. Desde la admiración y un cierto grado de amistad, que es el caso, como desde la tradición de hablar siempre -o casi siempre- bien de los difuntos, tal vez la frase más repetida y común debería ser, en su idioma materno: "Goian bego" ( "arriba sea").
Escribe tu comentario