El día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, sin añadir trabajadora, se da por hecho que es así, no es como cada año, no. Desde la actuación de un grupo de indeseables que se hacían llamar, nunca mejor dicho, Manada, como señas de identidad de sus fechorías de macho, violando en grupo a una joven en Pamplona durante los actos de los Sanfermines, hay un antes y un después en la conciencia por las reivindicaciones de los derechos de la mujer por parte de la sociedad española. Fue la sentencia dictada a los violadores, que muchos consideraron como escandalosa, la que hizo que las mujeres y también muchos hombres ocupasen las calles, con la manifestación más multitudinaria hasta ahora vista , en señal de protesta contra los jueces autores de la sentencia.
Si en esa gran manifestación, todos los partidos, asociaciones diferentes de mujeres al unísono participaron en las protestas de aquellos días, en esta que nos ocupa, la división, con acusaciones mutuas está siendo la tónica que marca este 8 de marzo, no hay una interpretación de feminismo único, por suerte. No obstante, es una pena, un mal ejemplo que ni en esta ocasión se produzcan actos conjuntos salvando las diferencias. Ya se sabe que el feminismo puede entenderse de muchas maneras, no es uniforme ni todos/as lo interpretan de la misma manera, pero como viene sucediendo a lo largo de los siglos, las discrepancias, divisiones y protagonismos partidistas están presentes en los genes de los españoles sean del norte, el sur o cualquier otra parte de la geografía.
Hay muchas mujeres a lo largo de la historia que han luchado por los derechos de las demás mujeres, algunas incluso ni siquiera se han considerado feministas en los términos que lo acuñamos ahora.
Lo que define el activismo, no son las teorías, las etiquetas, sino los hechos. Y de hechos, actitudes y posicionamiento quiero hablar como homenaje a una gran mujer anarquista, con valores, valiente y sin miedo que luchó por los derechos y la igualdad de la mujer trabajadora, Federica Montseny, quien solía decir muy a menudo: "La mujer está obligada a tomar la libertad si no se la dan".
Conocí personalmente a Federica Montseny, le hice en su día varias entrevistas, algunas por teléfono y otras cuando venía a Barcelona, en los estudios de mi querida Radio Miramar de Barcelona. La primera vez , cuando la tuve delante, aunque ya muy mayor, me impresionó su personalidad, su manera de expresarse y la lucidez que tenía. Mujer de carácter, con las ideas muy claras, una voz potente, memoria extraordinaria, capacidad para explicar lo que estaba sucediendo en la España de aquellos años, de los movimientos políticos y sindicales. Me impresionó y guardo un entrañable recuerdo de esa mujer de grandes convicciones, con una capacidad de convencer a cualquiera: toda una líder a pesar de sus casi 80 años aún era capaz de arengar a las masas. Guardo un entrañable recuerdo de ella que nunca olvidaré y que siempre tengo presente.
Federica fue la primera mujer ministra de España. Anarquista, luchadora, y de firmes convicciones. No se definía feminista como tal, pero sus hechos le dan la categoría. Defendía un prototipo de mujer que tenía como valores la dignidad, el orgullo de ser mujer y una gran confianza en sí misma.
La igualdad de derechos entre hombres y mujeres la tenía clara. No estaba adscrita a ningún movimiento feminista, pero no le hacía falta, militaba en la defensa de la libertad.
Federica, ejemplo de mujer luchadora, coherente, sin etiquetas, desarrolló un feminismo anarquista sin saberlo, que ha dejado huella. Nunca, pese al exilio forzoso, dejó de "militar" en las reivindicaciones de libertad e igualdad de las mujeres. Por desgracia, es una de tantas mujeres que el tiempo y las mujeres han olvidado. La memoria es muy frágil para lo que no interesa. Queda tanto por andar todavía que pasarán muchas generaciones hasta cambiar el chip del sectarismo.
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