A Puigdemont no le gustan los que tienen criterio propio. Con un encefalograma político plano, en unos momentos tan comprometidos para alguno de sus compañeros -precisamente el de aquellos a los que aconsejó que se quedaran en Catalunya mientras él huía a Bélgica- ahora ha decidido enterrar la Convergència que le hizo alcalde y diputado, apartando de las listas electorales a aquellos que son más inteligentes y mejores políticos que él.
Voy a poner un ejemplo: Carles Campuzano. El hombre que junto a Sánchez Llibre hicieron posible que el grupo parlamentario que dirigía Duran i Lleida llevara al cenit del poder el invento de Jordi Pujol, que sirvió no solamente para que Catalunya superara a Euskadi en el pelotón de las autonomías, sino en el logro, nada desdeñable, de que nada se podía hacer en la política española sin que hubiera que llamar a Barcelona para solicitar el correspondiente placet. De momento -que se sepa- ningún líder catalán ha logrado emular semejante hazaña y de aquella economía pujante y europea solo quedan las cenizas que han dejado las fugas masivas de empresas y capital.
Por si les sirve de algo, Campuzano es, o era en Madrid, además de un portavoz formidable, el eslabón perdido para colectivos tan importantes como el de los discapacitados, que siempre lo encontraban cuando hacía falta para echar una mano y reblandecer a los gobiernos socialistas o populares, cuando se olvidaban de cumplir sus promesas presupuestarias que siempre, siempre, son cosa de vida o muerte en el sobrevivir diario de tanta buena gente.
Si Puigdemont preguntara en el Cermi, en la ONCE o en cualquier asociación de personas con alguna discapacidad si conocen a Carles Campuzano, seguramente solo escucharía palabras de agradecimiento a una labor discreta pero tremendamente efectiva. Hoy sabemos que el tonto de Waterloo quiere quitárselo de encima ninguneándolo en una lista electoral.
A este periodista le parece una solemne barbaridad y una injusticia política incalificable. Solo me queda la esperanza que las urnas enseñen a este sátrapa de medio pelo la madurez de la que siempre hemos presumido los catalanes. Este señor ni es Honorable ni un patriota. Solo un ambicioso al que le interesa solamente la bonanza personal a costa de la de sus conciudadanos. Ahora se sale con la suya, pero Catalunya pierde.
Carles, gracias por lo mucho que has hecho en la política y en la vida, sobre todo para conseguir la utopía que nos permita alcanzar un mundo sin barreras.
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