Los resultados de una jornada como la del 28-A contienen más matices de los que caben en un primer balance. Conviene guardarse, además, de conclusiones taxativas: el ciclo electoral no se ha cerrado –-quedan municipales, europeas, autonómicas…-- y puede haber correcciones sobre las tendencias que mostró el escrutinio de ayer. La prudencia es tanto más aconsejable cuanto que, en estos comicios, la complejidad social y territorial de España se ha impuesto sobre los relatos simplificadores. Y el deseo de moderación ha vencido –-provisionalmente, cuando menos-– sobre los discursos inflamados de la campaña.
En esa clave hay que leer la victoria socialista y el hundimiento del PP, principal víctima del efecto corrosivo de Vox. También en esa clave hay que interpretar el éxito de ERC, que arrincona a Puigdemont. El electorado premia a la fuerza política que da a entender que lo de la independencia "va para largo" y toca volver a una estrategia más pausada. Son datos que invitan a un prudente optimismo.
Pero la cuestión decisiva será cómo se resuelve la formación del gobierno. Que vaya a estar presidido por un nuevamente "renacido" Pedro Sánchez parece fuera de toda duda. Sin embargo, la composición de ese ejecutivo, la disposición de sus apoyos parlamentarios, su orientación ante los acontecimientos europeos y ante una posible recesión de la economía mundial… encierran todavía muchas incógnitas. "¿Con quién pactará Sánchez?", se preguntaban todos los comentaristas al conocer el escrutinio. "¡Con Rivera, no!", gritaba la militancia socialista en Ferraz. Y, desde luego, esa opción, que sumaría una mayoría absoluta, se ha tornado más remota tras los enfrentamientos de la contienda electoral y, sobre todo, a la vista de unos resultados que han despertado en el partido naranja el apetito de liderar la oposición.
Pero, lo que hoy parece inverosímil puede tornarse factible ante un brusco cambio de contexto. Un Brexit sin acuerdo, una fuerte sacudida de los mercados financieros… podrían hacer que las presiones de los grandes poderes económicos arreciaran sobre el PSOE y sobre Ciudadanos para facilitar un giro a la derecha del gobierno en materia de gasto social, servicios públicos o pensiones. Con o sin cambios de ministros. No hay que descartar esa hipótesis, que depende menos de voluntades políticas que de correlaciones de fuerza que puedan darse en los próximos tiempos. (Y no hay que olvidar que Vox irrumpe en el Congreso con 24 diputados y dispondrá de una formidable plataforma para proyectar su discurso. Tarde o temprano, buscará el camino hacia unas clases populares que aún no se han rehecho de la anterior crisis).
Pero la fisonomía del gobierno de Sánchez dependerá en gran medida de cómo juegue sus bazas Unidas Podemos, la otra gran damnificada de estas elecciones. Decir "somos menos, pero decisivos" puede servir de consuelo; pero ni siquiera es cierto, cuando los números dan para una geometría variable. La insistencia de Pablo Iglesias en formar parte del gobierno de Sánchez tal vez no sea la mejor política para la izquierda alternativa. La tensión negociadora puede evacuar un balance que no conviene diferir. El proyecto estratégico de las confluencias está en crisis y necesita ser revisado. Empezando por Catalunya, donde el trasvase de votos a favor del PSC nos dice que el electorado "común" sigue siendo de sensibilidad federalista.
En lugar de perder tiempo y energías reclamando ministerios, ¿no sería preferible tratar de amarrar una "solución a la portuguesa"? Es decir, un gobierno socialista –-acaso con independientes de perfiles apropiados-– y un programa bien trenzado de reformas progresistas y de gestión de la crisis territorial, sostenido críticamente desde el Parlamento. El PSOE, por sus propias razones, seguramente lo preferiría. Pero, para una formación que necesita repensarse, una fórmula flexible de este tipo sería sin duda más adecuada que los rigores de la disciplina gubernamental. Es hora de hacer política.
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