Theatrum Mundi

Manuel Fernando González Iglesias

Ya se ha ido Rubalcaba y los que fueron a despedirle al Salón de los Pasos Perdidos en el Congreso, salvo los ciudadanos de a pie, representaron ante las cámaras la novísima versión de la creación calderoniana del Theatrum Mundi,  que ya antes describió Quevedo i Villegas en su fantástico "Epíteto y Phocílides en español con consonantes", que me atrevo a resumir para Vds. en uno de sus hirientes versos- como pueden comprobar, me pirran los clásicos- en el muy lejano 1653.


Así describía D. Francisco, aquel al que Casona llamó "el caballero de las espuelas de oro", el papel que todos representamos en el gran teatro del mundo, especialmente aquellos que consagran su vida al tan vilipendiado "hacerse ver":


No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;
acuérdate que Dios, de esta comedia
de argumento tan grande y tan difuso,
es autor que la hizo y la compuso.
Al que dio papel breve,
solo le tocó hacerle como debe;
y al que se le dio largo,
solo el hacerle bien dejó a su cargo...


Y si para amigos y enemigos del estadista fallecido, así le llamaron casi todos ellos, ya solo queda el recuerdo y unas cenizas de crematorio, de la representación que vimos en el Parlamento español sobrevivirá, sobre todo, la imagen de un país que, como dejó dicho el difunto con la mala leche que le caracterizaba, "sabe enterrar como nadie", frase que Don Alfredo pronunció cuando pudo comprobar en vida los incontables sentidos homenajes que le tributaban allá donde iba, solo cuando decidió dejar la política y volver a la docencia universitaria.


Su sonrisa pícara delataba una inteligencia de enorme calado que solo poseen los que saben reírse a gusto de sus propias desgracias.


Y ahora que ya ha pasado casi todo, miren a sus alrededor y díganme qué político/a del nivel de Rubalcaba vislumbran Vds. en el panorama parlamentario español con capacidad, por ejemplo, de resolver el conflicto catalán, como contrapropuesta dialéctica a lo que fue el fin de ETA, que también casi todos los sentidos homenajeadores atribuyeron el otro día al buen químico metido a política. Si lo encuentran, avísenme, que me apunto a seguirle los pasos.


De momento paso a centrarme en las Elecciones Municipales, a las que se presentan en desigualdad de medios varios partidos con el ánimo –unos- de representar a sus vecinos, porque también lo son, y otros para rematar su poder estatal nacido en las últimas elecciones generales.

Sobre las europeas les admito las discusiones que quieran a los que no piensan como yo. Pero a mí me parece que Josep Borrell es el que más sabe sobre ese tema, aunque no esté para muchos trotes físicos. Pero la sustancia está en las alcaldías y las concejalías, por mucho que se empeñen los Presidentes autonómicos que quieren volver a serlo.


Así que no me sean guindos y mírense bien los programas y las caras de las personas, y denles una oportunidad a los que más conocen sus problemas en el pueblo en el que viven. Sabrán enseguida quiénes son, porque no les han llenado las farolas de carteles y contratado vallas publicitarias, con patrocinios fruto de agradecimientos por los favores recibidos: Aquí una licencia de apertura, allí una obra pública, más allá un pariente colocado en la Brigada Municipal... Vds. ya me entienden.


Pues eso, el gran Teatro del Mundo que diría Calderón al lado mismo del segundo tercera de 60 metros cuadrados en el que Vds se defienden de la maldita crisis, y yo del coñazo del procés.

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