"Con el acrónimo MGTOW (Men Going Their Own Way, u 'hombres que van a lo suyo') se quiere significar un fenómeno social originario de las sociedades anglosajonas promotoras de la mercantilización personal. Se refiere a un tipo de hombres generalmente heterosexuales conectados a su cordón telemático y que han elegido una filosofía y estilo de vida que evita las relaciones románticas y, eventualmente, los compromisos legales de convivencia en pareja. Los MGTOW (pronúnciese MIG-tau) son poyoyos persuadidos de que ellos mismos son quienes tienen que fijar soberanamente sus objetivos de vida. Y, claro está, tales propósitos deben formularse sin interferencias exteriores femeninas en nombre de un liberalismo emancipador y autosuficiente. En lo que hace a sus relaciones personales prima por encima de cualquier otra consideración el interés propio como norma instrumental de convivencia".
Así comenzaba el artículo publicado en las páginas de este diario digital en marzo del año pasado. Se realizaban entonces observaciones de corte sociológico respecto a una difusa aversión de nuevo cuño hacia las mujeres. Los efectos de emulación de estos MGTOW anglosajones se han extendido por doquier promocionando la cultura del éxito individualista y del 'espejismo de la riqueza'. Como no podía ser menos, los procesos de automatización y digitalización han conformado la formación de nuevas pautas civilizatorias. Así, los nuevos poyoyos maximizan en sus estrategias ombliguístas todos los instrumentos y medios de (des) comunicación digital.
Permita el lector que, mutatis mutandis, esta segunda entrega se adapte a un enfoque más politológico en un contexto presentista, cual es el relativo a la investidura parlamentaria de Pedro Sánchez como presidente del gobierno de España tras las elecciones del pasado 28 de abril. Podrá pensarse que los análisis no son comparables, o conmensurables en la acepción refinada de la investigación científica. Pero tómese ello como una inocua licencia periodística, salvadas las distancias entre los objetos y sujetos de nuestros comentarios.
Nuestra primera apostilla atañe a que ninguno de los posibles aspirantes al alto cargo ejecutivo, y como líderes de los partidos con mayor representación numérica en la Cámara de Diputados, sea mujer: Abascal, Casado, Rivera, Sánchez o Iglesias. Desde los tiempos de la Transición tras la muerte del dictador Franco, ninguna mujer ha sido presidenta del gobierno. Todo ellos ha sido representantes masculinos: Suárez, Calvo-Sotelo, González, Aznar, Rodríguez Zapatero, Rajoy y Sánchez, este último buscando ‘desesperadamente’ ahora aquiescencia para sus legítimas aspiraciones presidenciales. Bravíos o no, todos han sido machos al frente de las riendas del gobierno de España.
Se podrá argüir, y muy cierto es, que la presencia de las mujeres en los órganos ejecutivos, legislativos y, en menor medida, judiciales, ha crecido exponencial en los últimos cuarenta años en España. Si tomamos como referente la Cámara de Diputados, debe subrayarse que el nuevo Congreso de esta legislatura es el de mayor representación femenina con 164 mujeres diputadas. En porcentaje supone el 46,8% de los escaños, alcanzando casi la paridad por género, y superando el mínimo establecido por la llamada 'democracia paritaria'.
En el mundo de los MGTOW suelen rehuirse a las taimadas mujeres a las que subliminalmente --como poco-- se considera mandonas. En el caso de la política española han habido vicepresidentas en el gobierno y líderes femeninas con mando en plaza, y cuyas opiniones influyen poderosamente en las declaraciones mediáticas de sus secretarios generales o presidentes de partido. Dejemos constancia, en cualquier caso, que el ‘techo de cristal’ de la presidenta española no se ha roto. Ya va siendo hora para la presencia de una hispana Golda Meir, Margaret Thatcher, Angela Merkel o Michelle Bachelet en La Moncloa, ¿no les parece?
'Me basto conmigo mismo', es la ilusión onanista intocable en la filosofía MGTOW. Ilustraciones y ejemplos de tal enfoque abundan en los cansinos y aburridos circunloquios negociadores para la próxima investidura que se nos anuncia pero que nunca parece llegar. Las proclamas o perlas cultivadas por los distintos protagonistas de una negociación aparentemente imposible han contribuido a marcar el territorio para su eventual fracaso.
Así, por ejemplo, los nostálgicos franquistas saben que su mensaje electoral es refractario a la sectaria --¿antipatriótica?-- izquierda. Su líder. Santiago Abascal, propone no sólo derogar la ley contra la violencia de género, sino que debe tenerse cuidado con un feminismo que "… nos quiere oprimir". Para Pablo Casado, presidente del PP, su partido tiene credibilidad para hablar de corrupción, porque es "… nuestra seña de identidad". O que pese a episodios como las tramas Gürtel o Púnica se asevere que "… la nación española es un hecho moral".
No le anda a la zaga en sus ocurrencias, Albert Rivera, para quien no le gustaría vivir en un país que se dijese que es "… una configuración de naciones". Pero quien también afirmaba en 2015 que "… no es irrenunciable la modificación de la Constitución para contemplar la existencia de naciones en España". Un aliento de positividad encontramos en la palabras de Pedro Sánchez: "…Puede sonar presuntuoso, pero me doy cuenta de que me crezco en las situaciones difíciles". Ciertamente se necesitará algo de esas presuntuosidad para alcanzar un acuerdo con Pablo Iglesias, no vaya a aplicarle este último su creencia de que la guillotina fue el "… acontecimiento fundador de la democracia". Y es que 'descabezado' quedaría el líder del PSOE si el gobierno de coalición/colaboración (¿son galgos o podencos?) no alcanza el respaldo de los 173 diputados necesarios para la investidura.
Mal que les pese, se espera de los 'poyoyos' MGTOW de la política española que salgan de su egocéntrico cascarón vivencial. Si damos carta de naturaleza a anteponer la soberanía de nuestras decisiones individuales por el mero autointerés del "ande yo caliente y ríase la gente", nadie debería extrañarse que a la vuelta de este ya sofocante verano confrontásemos la perspectiva de nuevas elecciones generales. Tal escenario se rechaza insistentemente como el menos deseable en simples encuestas telefónicas o en refinados estudios demoscópicos. Y es que los electores se preguntan si ha merecido la pena pasar de un bipartidismo (imperfecto, si se quiere) a un multipartidismo más representativo y plural, pero incapaz para la negociación y el acuerdo. ¿Se acuerdan Vds. de la parábola del viaje y las alforjas...?
Escribe tu comentario