​¿El centro ha muerto?

Carmen P. Flores

El 6 de julio de 1976, Adolfo Suárez fue elegido presidente del Gobierno de España. En su discurso, emitido por la única televisión que había, TVE, afirmaba que “Pertenezco por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado, de concordia y conciliación”. El padre del centro ideológico o político español fue una figura clave en la transición española.


Hablar del centro ideológico en España vuelve a estar en el candelero político tras el fracaso estrepitoso sufrido por Ciudadanos, que precipitó la marcha de su líder Albert Rivera, quien en sus inicios dejaba intuir que se declaraba heredero de Adolfo Suárez. Solo hay que recordar las múltiples alusiones que hacía de él. Además, el exlíder naranja se definía como centrista. Ciudadanos contaba también en sus filas con socialdemócratas procedentes del partido socialista.


El gran error de Albert Rivera fue no mantener la centralidad de sus orígenes y adentrarse en postulados -pactos con Vox y PP- bastante alejados de su ideario. En el panorama político español es necesario la presencia de un partido de centro capaz de tener en sus manos la posibilidad de la gobernabilidad del país y capaz de pactar a con derecha e izquierda para hacer posibles gobiernos, todos, por la vía constitucionalista. Quienes alcanzan el poder con demagogia terminan haciéndole pagar al país un precio muy caro" terminaba uno de sus discursos Suárez.


Para algunos, el centro no existe, pero sí lo que Lakoff ha denominado el 'biconceptuales', personas que en algunos aspectos de la vida son conservadores y en otros progresistas. De acuerdo con esta definición del investigador norteamericano y gurú en su día del presidente Rodríguez Zapatero, lo que propone es ganar a lo que ha llamado electorado biconceptualismo, que es la cualidad que tiene el votante centrista.


Dentro del centrismo puede haber centristas de derechas y centristas de izquierdas. El centro para algunos sugiere equidistancia de los extremos.


En su día, la UCD, que se otorgaba el monopolio centristas -lo era-, no fracasó por el desgaste lógico del ejercicio propio de gobernar, sino por haber equivocado su vocación original. En el proceso de descomposición de la UCD, ninguno de sus miembros relevantes de las distintas familias ideológicas defendió el proyecto y sus señas de identidad. No tuvieron la humildad y el coraje de hacerlo. Ese fue el fin del proyecto de Adolfo Suárez.


En su discurso de despedida, Suárez manifestaba que “No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos la que somos y lo que queremos”. Su marcha, según los cronistas de la época, se debió a distintas presiones de dentro y fuera de su partido.


En el caso de Ciudadanos, el castigo electoral ha sido parecido al de la UCD, con el cambio “ideológico” escorado a la derecha, derecha abandonando el centro. A eso hay que añadirle, igual que ocurrió en el seno de la UCD, la ausencia de crítica interna de un partido presidencialista, donde la discrepancia se ha confundido con la disidencia... De ahí que muy pocos se atrevieran a abrir la boca. ¿Es la muerte del centro una vez más? Es un tropiezo, el centro tiene su espacio. Si Ciudadanos es capaz de volver a él, el partido de Arrimadas tiene la posibilidad de resurgir; persistir en el mismo error, la muerte política es su último paso. 

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