Platón hace miles de años planteó la existencia de dos mundos: el mundo real que captamos con los sentidos y el mundo de las ideas. Las ideas son conceptos puros, perfectos podríamos decir, mientras que los conceptos que observamos (caballo, silla ...) presentan mucha variedad, a pesar de tener unas características comunes. Aristóteles, discípulo de Platón, ya criticó este mundo de las ideas y, a lo largo de los años se ha seguido cuestionando y recuestionando. Asimismo la propuesta de Platón resulta interesante para adentrarnos en reflexiones que pueden ser muy provechosas. En nuestros días los seres humanos seguimos estando como los antiguos griegos: muy, muy perdidos en muchos tipos de temas. Y justamente el ser idealista, que poco tiene que ver con la corriente filosófica del Idealismo pero que se nutre fuerza de los planteamientos platónicos, nos lleva a tener nuestros ideales y, por tanto, los conceptos ideales: la pareja ideal, el amor ideal, la paciencia ideal ...
Y el ser humano comprueba muy a menudo que sus ideales no se ajustan a lo que encuentra en su entorno más inmediato. Si esto le sumamos, por ejemplo, los mundos idílicos de las películas y los anuncios de televisión, entonces el desajuste idea-realidad puede causar estragos en la consistencia reflexiva del individuo y, de rebote, en su entorno.
Platón fundó la Academia, donde se impartían clases de filosofía. Fue ciertamente una buena idea porque él, influenciado por los pensamientos profundos de su maestro, Sócrates, veía claro que los misterios de la vida nos pueden hacer caer dentro trampas mentales de difícil salida. Y para evitarlo hay que aprender a pensar y hay que practicar el hábito de la reflexión.
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