En la vida hay preocupaciones cotidianas que llenan nuestro tiempo. Pero también hay preocupaciones trascendentes. Y éstas son las que acostumbran a pasar más desapercibidas en el entorno social del individuo.
Existencialistas como Sartre nos dijeron que la vida es absurda y que todos danzamos al ritmo de este absurdo, que tratamos de encontrar un sentido a todo pero que no lo conseguimos. El Existencialismo reconoce, al margen de sus particulares tesis, que las personas tienen vacios materiales pero que también tienen vacios trascendentes. Así, por ejemplo, necesitamos neveras pero también necesitamos respuestas para las grandes preguntas de la vida.
Y si nuestros vacios trascendentes no están bien ocupados manejaremos el dia a dia con una desorientación que puede sumirnos en conductas que ponen en riesgo nuestro bienestar y el de otros, evidentemente. Y también pueden sumirnos en estados emocionales desagradables; estoy hablando en concreto de: la tristeza existencial y del miedo existencial.
Kierkegaard ya indicó en su obra que la conciencia de que algún dia moriremos, y la dificultad asociada para encontrar un contenido trascendente que aligere esta amenaza, provoca que estemos muy a menudo enojados por esta certeza. Y en cambio afirmamos que este enojo ha sido causado por problemas materiales o, digamos, superficiales.
Pero es preciso tener en cuenta que este murmullo de inquietudes profundas, aquello que nos escuece en nuestro interior y que nos proporciona una inquietud equiparable a los buenos tiempos de James Dean, ha creado muchas obras reflexivas colosales que nos han ayudado a comprender mucho mejor el misterio que somos.
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