En la UCI del Hospital de Barcelona hemos dado ya decenas de altas de pacientes que han salvado la vida gracias a un respirador. Uno de ellos, compañero de profesión, me preguntaba que hubiera pasado si la pandemia de COVID-19 hubiera sucedido sin los actuales respiradores ni las sofisticadas técnicas de cuidados intensivos.
Es difícil de imaginar, pero probablemente el escenario hubiera sido cercano al de la pandemia de gripe de 1918 que ocasionó 20 millones de muertos. Lo que hoy ha marcado la diferencia es la visión pionera del anestesiólogo danés Bjørn Ibsen. Él y un grupo de heroicos estudiantes de Medicina salvaron muchas vidas aplicando por primera vez la ventilación mecánica durante la epidemia danesa de poliomielitis de agosto de 1952. Es la desconocida historia de unos héroes y de un esfuerzo comunitario que revolucionó la Medicina y a la que muchos de nuestros ciudadanos le deben la vida.
Vivi Ebert, la primera superviviente gracias a un respirador
En 1952 Copenhague fue el epicentro de la peor epidemia de poliomielitis que el mundo había visto. El Hospital Blegdam ingresó diariamente 50 personas infectadas afectadas de insuficiencia respiratoria. En las primeras semanas de la epidemia, murió el 87% de las personas por polio bulbar o bulbospinal, en la que el virus ataca el tronco cerebral y paraliza los nervios que controlan la respiración. Alrededor de la mitad de aquellos muertos eran niños.
Desesperado por encontrar una solución, el director del hospital convocó una reunión urgente a la que asistió el doctor Bjørn Ibsen, un anestesiólogo formado en el Massachusetts General Hospital de Boston. Ibsen tuvo una innovadora idea que cambió el curso de la Medicina moderna.
Hasta entonces, el pulmón de acero era la técnica habitual tratar la parálisis respiratoria del poliovirus.
Estos equipos empleaban presión negativa creando un vacío alrededor del tórax, obligando a las costillas, y por tanto a los pulmones, a expandirse. Pero los pulmones de acero sólo solucionaban parcialmente el problema. Muchas personas con poliomielitis colocadas en un pulmón de acero morían por broncoaspiración (paso de contenido gástrico al pulmón) debido a que la técnica no proporcionaba protección de la vía aérea.
La idea de Bjørn Ibsen era radical: abordar el problema al revés, ventilando con presión positiva. Proponía el uso de una traqueotomía (una incisión en el cuello, a través de la cual se adentraba un tubo en la tráquea) por la que insuflar oxígeno a los pulmones para expandirse, y luego permitir relajarse al pulmón y exhalar pasivamente. El concepto de ventilación con presión positiva ya hacía años que existía, pero nunca se había empleado fuera del quirófano.
Al día siguiente de la reunión a Ibsen se le permitió probar la técnica. Incluso conocemos el nombre de su primer paciente: Vivi Ebert, una niña de 12 años moribunda por poliomielitis bulbar. Ibsen demostró que la técnica funcionaba. La traqueotomía protegió los pulmones de Vivi de la aspiración y, al apretar cíclicamente una bolsa pegada al tubo, Ibsen la mantuvo con vida. Finalmente, la chica sobrevivió.
Estudiantes salvadores de vidas
Tras el éxito de la técnica de Ibsen se decidió aplicarla a todos los pacientes del Blegdam que necesitaban ayuda para respirar. Pero el gran problema era que no había ventiladores. Lo que sucedió después constituye uno de los episodios más notables de la historia de la Medicina. Los estudiantes de Medicina y Odontología de la Universidad de Copenhague hicieron turnos de seis horas para sentarse junto a la cama de cada persona con parálisis y ventilar a mano exprimiendo una bolsa conectada al tubo de traqueotomía. Se sentaron hora tras hora. Esto se prolongó durante semanas y, después, meses, con cientos de estudiantes haciendo turnos rotatorios. A mediados de septiembre, la mortalidad de los pacientes con insuficiencia respiratoria por poliomielitis había bajado hasta el 31%. Se calcula que el heroísmo de estos estudiantes salvó 120 personas.
Las lecciones de Bjørn Ibsen
En plena pandemia del COVID-19 conviene reflexionar sobre las tres lecciones que nos dejó aquel pionero. En primer lugar, evidenció que si una comunidad médica se une en beneficio de toda la Sociedad será capaz de resistir las peores crisis. En segundo lugar, probó que se puede mantener la vida durante semanas y meses, con ventilación a presión positiva. Y, en tercer lugar, demostró que reuniendo en un solo lugar todos los pacientes críticos era más fácil cuidarlos por parte de los médicos y enfermeras expertos en insuficiencia respiratoria y ventilación mecánica. Así pues, de aquella experiencia nació el concepto de Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
Más respiradores, más vidas salvadas
La mayoría de ciudadanos no tiene ni idea de lo que le debemos a este notable médico y a sus colegas de Copenhague. Los que vivimos en países occidentales siempre hemos tenido la idea de que, si nos enfermamos bastante por una neumonía, un ataque al corazón o cualquier otra causa, tendremos una cama de UCI y un ventilador para salvarnos la vida. Pero la pandemia COVID-19, ha hecho reaparecer, incluso en los países más ricos como Alemania y Estados Unidos, el espectro de los años cincuenta de la atención a una ola gigante de pacientes críticos sin suficientes ventiladores.
Personalmente, hasta ahora, nunca me había planteado si dispondría de ventilador para un ingreso en UCI. Incluso durante las epidemias de gripe estacional cuando necesitábamos más máquinas nuestra dotación de equipos nos las proporcionaba sin problemas. Pero ahora he sufrido por la falta de respiradores.
Afortunadamente, en Catalunya no ha sido necesario el esfuerzo de estudiantes heroicos para solucionar la falta de ventiladores. El ingenio catalán y la solidaridad de nuestros profesionales sanitarios ha permitido multiplicar los respiradores disponibles en UCI habilitando los de los quirófanos, los de las UCIs neonatales y los de urgencias y de exploraciones complementarias. Sin embargo, toda la Sociedad civil catalana se ha movilizado promoviendo el diseño de respiradores propios ante el cierre del mercado internacional de estos aparatos.
Ahora que estamos venciendo la pandemia COVID-19, no puedo dejar de pensar en el sufrimiento que esta enfermedad causará en los países pobres de África y América del Sur donde el concepto de cama de UCI simplemente es disponer de oxígeno suplementario sin tener acceso a ningún ventilador.
La gran diferencia con la pandemia de 1918
La pandemia de gripe de 1918 se produjo cuando no se disponía de respiradores y causó millones de víctimas. No sabemos si el COVID-19 es más letal que aquel virus de la gripe porque lo que aprendimos de mi predecesor, el doctor Bjørn Ibsen, ha podido evitar los estragos de esta enfermedad.
Desafortunadamente, dado que el COVID-19 continúa extendiéndose por los países más pobres que no disponen de verdaderas UCIs -o no tienen suficientes- nos veremos obligados a ver el calamitoso curso natural de este nuevo virus.
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