“Los chicos de la Nickel”: corrupción, segregación, torturas y muerte en un reformatorio americano

Colson Whitehad es un profesor neoyorkino de origen afroamericano, autor de una interesante obra literaria con la que ha obtenido destacados galardones.

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Libros   Los chicos de la Nickel.

 

Estados Unidos es un país de acusados contrastes. Nacido como fruto de la inmigración inicialmente europea y del tráfico esclavista, ha ido incorporando colectivos procedentes de los cinco continentes hasta configurar una sociedad multirracial que ha sido capaz de elegir presidente a Barack Obama y ahora mismo a una vicepresidenta, Kamala Harris, ambos de origen mestizo -por cierto, ninguno de los dos son negros, pese a que así se les califique en el lenguaje periodístico- pero, que a la vez y paralelamente, soporta un marcado racismo ejercido por quienes deberían evitarlo, es decir, las propias fuerzas policiales, capaces de acribillar de siete balazos a un presunto sospechoso sólo por el color de su piel. No es raro que la narrativa norteamericana se haga eco de estas situaciones que pueden llegar, como sabemos, a situaciones verdaderamente abyectas.


Libros   Los chicos de la Nickel.



Colson Whitehad es un profesor neoyorkino de origen afroamericano, autor de una interesante obra literaria con la que ha obtenido destacados galardones. Uno de sus títulos más celebrados en “Los chicos de la Nickel”, una obra de ficción que, como el propio autor explica al final de la misma, escribió inspirándose en la noticia que tuvo de lo que ocurría en la escuela Dozier para chicos situada en Marianna, Florida. En este caso, Whitehad fabula en torno a la peripecia que vive Elwood Curtis, un adolescente negro que, mientras hace autostop para acudir al centro donde debe iniciar sus estudios superiores, acepta imprudentemente subir a un Plymouth impresionante. El coche había sido robado y, localizado por la policía, no sólo es detenido el autor de la sustracción, sino también el propio muchacho, considerado cómplice e ingresado en el reformatorio de jóvenes de Nickel. Un establecimiento aparentemente modélico, pero en el que impera la arbitrariedad, la corrupción -los mejores suministros que llegan al centro son desvaídos por sus directivos para su venta, tarea en la que el protagonista es utilizado- e incluso las torturas y las muertes ilegales, al punto de existir en el recinto un cementerio clandestino por el que nadie inquiere. 


El centro funciona, como era habitual años atrás, en régimen de estricta segregación racial, de modo que hay pabellones para blancos y otros para negros, circunstancia que Whitehad utiliza para ironizar a través de un personaje secundario Jaimie, de origen mejicano y piel tostada que, según el criterio del cuidador de turno, es considerado blanco o negro y cambiado de encuadramiento una y otra vez. Toda esta realidad se oculta celosamente con una parafernalia teatral cuando se produce la visita anual de las autoridades, ante las que hay que demostrar un funcionamiento idílico de la Nickel, ocasión que aprovechan Elwood y su compañero Turner para vehicular una denuncia subrepticia tras la que intentan huir de aquel infierno, descreídos en la eficacia de su acción.


«Los chicos de la Nickel» refleja un preocupante estado de cosas en función del cual se presume la culpabilidad de cualquier individuo de raza negra mientras éste no demuestre lo contrario, lo que puede llevar a situaciones tan aberrantes como las que llevan al protagonista de esta novela a destruir su vida. Una hipótesis que contraviene los principios más elementales del derecho pero que sabemos que sigue en buena medida vigente. Todo ello encadenado con la denuncia del funcionamiento de instituciones aparentemente beneméritas pero que ocultan bajo una capa de aparente respetabilidad situaciones intolerables. La ficción no siempre supera a la realidad. Ni mucho menos.

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