A poco más de una semana para la Navidad, los datos epidemiológicos y asistenciales no son muy optimistas. Más de 300 pacientes ingresados en UCI, un riesgo de rebrote de 180 y una tasa de contagio de 0,92 indican una situación aparentemente estabilizada pero bastante preocupante.
Afrontamos estas fiestas en situación de mucho riesgo de cara a una tercera ola pandémica que podría ser catastrófica. Es por ello que Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha recomendado evitar los encuentros con otras familias y esperar al final de la pandemia para celebrar las fiestas en condiciones. Es obvio que la contención de las infecciones se podría perder rápidamente si se tiene en cuenta que, próximamente, muchos países plantean celebrar igualmente las fiestas navideñas.
Lo más sensato sería celebrar estas fiestas únicamente entre las personas que conviven en el mismo domicilio. Tiempo habrá para celebrar como es debido las Navidades una vez acabe la pesadilla de la Covid-19.
Pero la condición humana es la que es y por eso resulta insoslayable que los ciudadanos que no puedan evitar reuniones con personas de fuera de casa sigan cuidadosamente las recomendaciones de las autoridades sanitarias.
En primer lugar, deberíamos valorar si las celebraciones se pueden hacer a distancia. En la pasada primavera la primera ola pandémica nos alejó de nuestros seres queridos. Pero gracias a la tecnología supimos dar respuesta a la necesidad de estar cerca de los nuestros. Las videollamadas con Zoom, Skype o WhatsApp, que muchos aprendimos a hacer entonces, podrían ser una alternativa inteligente para las próximas fiestas.
En segundo lugar, si no podemos evitar reuniones con personas no convivientes, habría que seguir escrupulosamente las recomendaciones sanitarias que se basan en el descubrimiento de la gran importancia de los aerosoles para la transmisión del virus.
Hay que celebrar las reuniones en lugares al aire libre o en su defecto en habitaciones bien ventiladas (ventanas abiertas o ventilación mecánica forzada). Se ha demostrado que una estancia bien ventilada minimiza el riesgo de contagio. No hay que olvidar el mantra: lavado de manos, distancia social de 1,5 a 2 metros y mascarilla. Respecto a este último elemento, las mascarillas debemos tenerlas siempre a mano. Entre plato y plato, sería conveniente colocárnoslas también.
En tercer lugar, hay que optar por servir las comidas en raciones personales. Comer todos de la misma bandeja no es lo más recomendable en estos momentos, por lo que esta Navidad la disposición de la mesa debería ser diferente: todas las raciones deberían ser individuales.
Finalmente, es recomendable que tanto los platos como los vasos o los cubiertos u otros utensilios de cocina se laven con agua muy caliente y jabón. Se pueden lavar a mano, sin embargo, es preferiblemente lavarlos en el lavavajillas, en un programa que llegue a los 60 ºC de temperatura, porque es la forma más segura de evitar la transmisión del coronavirus.
Aunque este panorama puede parecer ciertamente sombrío, no lo es tanto. Nuestros conciudadanos se han caracterizado mayoritariamente por una conducta social ejemplar. Han sabido mantener un equilibrio perfecto entre cordura y locura guiado siempre por la ilusión prudente, la ambición sana y el entusiasmo por los proyectos de futuro. Somos gente que no se detiene, que persiste en la adversidad y que mira siempre adelante tal como ejemplifica la entrañable leyenda del Pescallunes de Sant Feliu de Pallerols.
Sant Feliu de Pallerols es un pueblo de 1.200 habitantes situado en el valle de Hóstoles cerca de Olot. Las casas que lo conforman están bastante dispersas a lo largo de los valles del río Brugent y de su afluente, el Sant Iscle. Este es el escenario de nuestra particular leyenda.
Dice una leyenda, que radica de tiempos inmemoriales, que una noche de cielo transparente y de luna llena, iba un niño bordeando el río Brugent cuando tuvo que detenerse atraído por el encanto, nunca visto por él hasta entonces, que le ofrecía aquel astro que se reflejaba en toda su plenitud en las aguas calmas del arroyo. Tan embelesado se quedó el niño de la belleza de aquella luna que brillaba en la oscuridad del agua, que ilusionado, se le ocurrió pensar que la podía tener y decidió pescarla con una cesta. Naturalmente, por más que pusiera el cesto en el agua y la elevan a toda prisa no lograba meterla en ella. Un payés vio el espectáculo y en tono burlón le dijo: ¿qué quieres hacer? ¿pescar la luna? Sin embargo, el muchacho continuó sonriendo con ilusión y con persistencia continuó la pesca. Aquel niño tuvo una vida de éxitos y se convirtió en una leyenda.
Desde entonces los habitantes de Sant Feliu de Pallerols les son conocidos como los "Pescallunes": gente que se ilusiona, que tiene sueños y trabaja para cumplirlos con ambición juvenil, gente que no se detiene ante las dificultades y que mira siempre adelante.
Del mismo modo que en el caso del Pescallunes, el empuje y la persistencia hacia el futuro deberían guiarnos ante estas fiestas navideñas. Más allá de las incertidumbres contemporáneas deberíamos recuperar los proyectos que se ralentizaron por la pandemia y dejarlos a punto para cuando la situación nos permita aplicarlos. Continuemos trabajando con ilusión: la suerte favorece a los que más trabajan. La persistencia y el empuje deben seguir siendo las dos virtudes fundamentales de nuestra sociedad.
Superaremos con éxito estos tiempos convulsos. Estén seguros. Sólo necesitamos un poco de la ambición y empuje del Pescallunes y un poco de cordura.
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