“Línea de fuego”: una novela de Pérez-Reverte sobre la batalla del Ebro, la “más sangrienta librada en suelo español”

Pérez-Reverte ha sido capaz de fabular sobre aquella odisea con un texto largo que no va más allá del encuentro supuestamente habido entre los dos ejércitos en un pueblo imaginario llamado Castellets del Segre

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El 25 de julio de 1938, nueve meses antes de que concluyese la última guerra civil española, al alto mando republicano promovió una ambiciosa ofensiva que pretendía atravesar el río Ebro, en cada una de cuyas orillas estaban las tropas de uno de los dos Ejércitos, con el objetivo de recuperar territorio perdido e incluso, de haber tenido éxito, de restablecer el contacto con el resto del territorio bajo su dominio que la llegada al Mediterráneo de los nacionales había interrumpido. 


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Fue la famosa batalla del Ebro, que causó más de 20.000 muertos y fue “la más dura y sangrienta de cuantas se han librado en suelo español”. Arturo Pérez-Reverte la ha novelado con su acreditada maestría en “Línea de fuego” (Alfaguara) y publicado en estos tiempos en que se impone la “memoria histórica”.


Pérez-Reverte ha sido capaz de fabular sobre aquella odisea con un texto largo que no va más allá del encuentro supuestamente habido entre los dos ejércitos en un pueblo imaginario llamado Castellets del Segre, pero que le sirve para describir en un amplio retablo de situaciones la tensión de la lucha en unos casos por avanzar, en otros por contener, también por contraatacar, resistir y, en fin, por replegarse cuando aún parecía posible hacerlo. En este sentido, asombra el profundo conocimiento del autor sobre estrategias militares, armas y pertrechos.


Pero en nuestra opinión el mayor interés de la novela se encuentra en los personajes que la protagonizan, que son muchos porque es una obra coral. Soldados y milicianos, comunistas, republicanos a secas, falangistas, requetés, marroquíes y legionarios, alféreces provisionales y tenientes en campaña, paters (curas militares) y comisarios políticos -uno de los personajes que resulta peor parados, Ricardoel Ruso”, lo es-, héroes y cobardes, desertores y prisioneros, y, para humanizar aún más si cabe la trama, mujeres, como las milicianas del grupo de transmisiones o la sargento Expósito y niños, cual el espontáneo adolescente legionario Tonet. Personajes enfrentados en una guerra sin cuartel en la que “nos obligaron a tomar partido incluso a los que no teníamos; nos obligaron a elegir, aunque tampoco nos entusiasmaran los otros”. En este contexto emerge una crueldad primitiva (”hay un placer salvaje en la persecución, en el ajuste de cuentas de la caza, haciendo pagar caro lo que sufres y has sufrido, lo que pierdes y aún puedes perder; en el odio que se desborda, ilimitado, contra quien puede satisfacerlo”), pero también la dignidad en el oficio del soldado –“yo mato fachistas, no los asesino”, o la compasión porque “es lo malo de estas guerras, oyes al enemigo llamar a la madre en el mismo idioma que tú y como que así ¿no? se te enfrían las ganas”. El autor da pie por tanto a momentos de cálida humanidad (la mujer embarazada a punto de parir que da lugar a un alto el fuego para que pueda hacerlo en las mínimas condiciones) y otros para la estupefacción y la risa como el encuentro frente a frente de dos parejas de soldados de diferente bando, unos perdidos, los otros separados de los suyos para… ir a defecar. Y no falta un elemento esencial en toda novela, aunque en ésta tenga una función subsidiaria: la historia de amor de la miliciana Pato y el capitán Bascuñana.


Pérez-Reverte engarza con habilidad y expresa por boca de sus personajes apriorismos y encastillamientos y así uno de ellos afirma que “un comunista sólo discute sobre certezas” y como quien no quiere la cosa, opina sobre personajes históricos que tuvieron importantes responsabilidades militares. De este modo Modesto, Tagüeña y Líster salen bien parados, aunque de este último opina que “chaqueteaba”, pero al que no perdona es a Valentín González “el Campesino”, al que califica “payaso” y de “gañán cruel y cobarde”. 


No es, pues, una novela de buenos y malos, porque de ambos especímenes hay en cada Ejército, ni el autor aprovecha para atribuir la razón a éstos o aquellos, sino que “Línea de fuego” es, por encima de todo, la evocación de una tragedia que enfrentó a compatriotas y en la que se jugaron la vida por razones que muchos no llegaron a entender, ni a compartir.

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