“La bahía de Venus”: Luis María Cazorla recrea el ambiente político del Madrid de la II República

El autor, casi sin darse cuenta, se olvida de tales protagonistas y de que está escribiendo ficción para relatar, bien es cierto que noveladamente, cómo se ejercía el poder durante el bienio negro y bajo las presidencias del Consejo de Lerroux, Samper y Chapaprieta

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Resulta admirable comprobar que alguien como Luis María Cazorla, que es catedrático de Universidad, letrado de la Cortes generales, abogado del Estado e Inspector de Servicios del Ministerio de Hacienda -deben haber derogado la ley de incompatibilidades que hizo aprobar Felipe González tras su acceso al gobierno- tenga aún tiempo para compatibilizar tan importantes responsabilidades como profesor y funcionario con las de escritor. Hace algo menos de diez años leímos “La ciudad del Lucus”, una novela situada en la ciudad marroquí de Larache que pertenecía a la zona de protectorado español. En ella, su autor recreaba el ambiente de la sociedad colonial en momentos en que aún no estaba resuelta la guerra de Marruecos y lo hacía no a través de protagonistas castrenses, sino civiles, situando como eje de la trama a la familia de José Luis Ninet, un alicantino que habría creado un próspero imperio comercial en aquella ciudad muy ligado al suministro de bienes a las fuerzas armadas.


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Enlaza ahora aquel tema con una nueva obra, “La bahía de Venus” (Almuzara) en la que se ha producido ya un relevo generacional y el protagonista es Pedro Robi, yerno del promotor del negocio y gerente de Casa Ninet que, preocupado por la búsqueda de nuevos mercados e inducido por Alfredo Bauer, realiza un viaje a la Guinea Española durante el gobierno del general Núñez de Prado con el fin de hacer una prospección para abrir nuevas vías de negocio. Pero se encuentra con una sociedad profundamente endogámica poco propicia a compartir el pastel colonial con extraños. Pero tiene para ello que “adentrarse en las tinieblas de la hedionda corrupción, el atropellamiento cruel de parte de la población negra, las componendas con los claretianos para que cerraran la boca ante tanto desmán con los indígenas y los intereses tejidos en torno al Gobierno general”. Para colmo, su sobrino Tenoll, que le acompaña en el viaje, se enreda en esa madeja de corrupción invirtiendo el dinero de su madre en turbios negocios vinculados al transporte interinsular que prestaba la compañía de navegación Tayá y, peor, aún, resulta sospechoso de la muerte de una bella prostituta local de la que se había encaprichado, mientras Robi reencuentra a Gloria, una antigua amante, ahora casada por interés con el intendente militar retirado Turmoil, con la restablece la relación.


Hasta ahí todo discurre por la senda de un género tan acreditado como el de la novela histórica. Pero cuando Robi desiste de hacer negocios esa colonia y regresa de Guinea con Tenoll, los dos protagonistas acaban recalando en el Madrid de la II República, el primero para sondear negocios y el segundo para estudiar derecho y hacer política vinculado a las derechas entonces en el poder, lo que le enreda nuevamente, ahora en los intentos de Tayá de recuperar el dinero perdido en su naviera colonial lo que le permitiría al joven conseguir también el reintegro de su desafortunada inversión. Pero el caso es que el autor, casi sin darse cuenta, se olvida de tales protagonistas y de que está escribiendo ficción para relatar, bien es cierto que noveladamente, cómo se ejercía el poder durante el bienio negro y bajo las presidencias del Consejo de Lerroux, Samper y Chapaprieta, centrando el desarrollo de la trama en los casos de corrupción que acabaron desprestigiando a dichos gobiernos: el del estraperlo y el de las subvenciones a la naviera Tayá. A partir de ese momento el autor centra el desarrollo narrativo en el avieso y corrupto subsecretario de Presidencia, Moreno Calvo -el malo- que apoya el cobro de las desmesurada reclamación del naviero, y el inspector general de Colonias, Nombela -el bueno- que se niega a malversar los caudales públicos, mientras que Lerroux y Alcalá Zamora por una parte y Robi y Tenoll por otra, asumen el papel de secundarios.


Cazorla ejerce entonces de historiador y describe con gracia personajes que fueron reales, como el presidente Alcalá Zamora al que contempla presidiendo un Consejo de ministros de este tenor: “A la verbosidad florida se sumó el tono melodramático que empapó su voz y compostura en general. Las alusiones de don Niceto fueron casi universales, sus frases subordinadas y complementarias hicieron perder el hilo cada dos por tres, las conexiones indirectas y episódicas ahumaron lo que decía, del mundo de las ideas más abstracto pasó sin solución de continuidad al de las minucias personales y la desconsideración y hasta el desprecio hacia la composición parlamentaria resultante de las elecciones de noviembre último se repitieron varias veces”.


El autor se recrea en la descripción de los locales de moda en el Madrid de los años treinta, así Negresco, la Granja del Henar, el Café Comercial -éste ha llegado hasta nuestros días-, o los cafés Lion, Regina y Varela, con detalles sobre su decoración interior y las tertulias que albergaron, lo que acredita el enamoramiento de Cazorla con aquella ciudad, ¡ay!, ya desaparecida.

¿Novela histórica o historia novelada? Que el lector juzgue una vez finalice la última página en la que comprobará, no sin sorpresa, que los protagonistas iniciales, Robi y Tenoll, han casi desaparecido como por ensalmo.


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