“Arde Madrid”: Sánchez Zapatero analiza la narrativa sobre la ciudad sitiada durante la última guerra civil
Habida cuenta que en la guerra hubo quienes fueron a ella con fervor militante, mientras que otros lo hicieron porque no les quedó más remedio e incluso hubo algunos que quisieron permanecer equidistantes
Sobre la guerra civil se han escrito infinitos ensayos desde todos los puntos de vista, aunque mayoritariamente históricos. Pero la contienda fratricida inspiró también a muchos autores de ficción que crearon una importante narrativa literaria en la que la trama que se narraba estaba indisolublemente ligada al conflicto y, de hecho, contribuía a explicarlo, con frecuencia mediante la aportación bastante evidente de experiencias personales. Y si bien habría muchos puntos geográficos con el gancho suficiente como para inspirar a cualquier escritor, ciertamente la capital de España adquirió una indiscutible primacía por su condición de ciudad sitiada durante los tres años del conflicto y, por tanto, de bastión inexpugnable de la España republicana, algo que dio lugar a una larga nómina de títulos. Javier Sánchez Zapatero, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura comparada en la Universidad de Salamanca ha estudiado este importante patrimonio literario en “Arde Madrid. Narrativa y Guerra civil” (Espuela de Plata/Renacimiento)
Periodifica su estudio en varias etapas.
La primera corresponde a los años de la propia contienda en los que la creación literaria fue concebida “como un medio más a través del que contribuir a la victoria”. Se manifestó principalmente en poesía y teatro, aunque también en novela, cuentos y crónicas. Subraya el contraste que se produjo entre algunos autores como fue el caso de Sender por un lado y Herrera Pétere y Eduardo de Guzmán por el otro. Mientras el primero, desde una óptica militantemente comunista, no dudó en debelar los desmanes de la zona republicana, los otros dos se caracterizaron por su radicalismo, cainismo y falta de objetividad (y el tercero, además, por su descarado partidismo: sólo eran buenos los anarquistas)
Con la “narrativa de la victoria” llegó una “literatura afín al franquismo (que) se caracterizó por interpretar la guerra como una “cruzada nacional” necesaria para restituir el orden y los valores tradicionales de la sociedad española… (y en la que) dejando de lado sus diferencias expresivas y temáticas, todas trataban de legitimar la acción golpista y, al mismo tiempo, de presentar una visión absolutamente denigradora del enemigo”. Es, por tanto, una narrativa “de trazo grueso, sin apenas cuestionamientos disidentes”, simplista y maniquea, aunque hay algunas títulos y autores remarcables, como “Madrid de corte a checa” de Agustín de Foxá, “Otro heroísmo” (Tomás Borrás), “Camisa azul” (Ximénez de Sandoval) o los varios de Jacinto Miquelarena y Fernández Arias “El Duende de la Colegiata”
Habida cuenta que en la guerra hubo quienes fueron a ella con fervor militante, mientras que otros lo hicieron porque no les quedó más remedio e incluso hubo algunos que quisieron permanecer equidistantes, dedica otro capítulo a los autores de la “tercera España”, entre los que resalta principalmente a Clara Campoamor, Chaves Nogales y Elena Fortún.
Por otra parte, “la creación literaria supuso para los exiliados uno de los escasos medios para contrarrestar el efecto del discurso oficial franquista)”, por lo que resultaba fundamental incidir en su obra sobre aquellos aspectos que estaban quedando excluidos de la narrativa disponible, así los efectos del asedio y de los bombardeos sobre la vida en la ciudad y la defensa de la legalidad vigente. En este orden de cosas subraya la importancia de las obras testimoniales de Arturo Barea (”La llama”), Rafael Alberti (“La arboleda perdida”) y María Teresa León (“Memoria de la melancolía”), si bien recuerda que sobre el primero pesaron dos grandes acusaciones: la de haber incitado a la represión en la retaguardia y haber vivido espléndidamente en la ciudad sitiada cuando la inmensa mayoría de los madrileños carecían de todo. También cita a Max Aub, Sender y Serrano Poncela, este último “juzgado siempre más por lo que hizo (estampó su firma en las órdenes de excarcelación de los presos madrileños que fueron asesinados en Paracuellos del Jarama), que por lo que escribió.
La narrativa “de la victoria” se transformó en los años cincuenta y sesenta con la aparición de otra capaz de dar una visión menos partidista de la contienda o por hacerlo de forma más elusiva o indirecta. Es entonces cuando publican Gironella, Ángel María de Lera, Luis Romero, Salisachs, Barco Teruel y Zúñiga e incluso también trataron este tema Cela y Baroja.
La última etapa es la del posfranquismo cuando “resultaba complicado en un momento histórico en que se abogaba por el acuerdo y el cierre de heridas, aunque muchas estuvieran sin suturar, conjugar el Madrid resistente y asesino, glorioso y siniestro, hambriento y desventrado, con la imagen moderna, hedonista y cosmopolita de la que quería dotarse la ciudad en unos años marcados por la reforma política, la eclosión cultural de la movida madrileña y el deseo de sacudirse al aire rancio que durante tanto tiempo había dominado el ambiente”. Es el momento en que publican su obra Haro Tecglen, Fernán Gómez, Martínez de Pisón, Javier Cercas, Pérez Reverte, Eduardo Mendoza, Muñoz Molina y muchos otros, entre los cuales cita una autora casi desconocida y olvidada: la anarquista Lucía Sánchez Saornil.
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