Kate Raworth, profesora de la Universidad de Oxford, afirma que el Producto Interior Bruto (PIB) es un indicador que queda en segundo plano si se quiere pensar en la Economía del futuro. Es un indicador más, pero ha perdido su fuerza interpretativa, por lo que ha llegado el momento de decir a políticos neoliberales, socialdemócratas o de ambos extremos que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) -representados por ese doble anillo multicolor que se ponen en la solapa- no son un adorno que se haya inventado las Naciones Unidas (ONU), sino una forma sencilla de proponer que pensemos en la Sociedad y su Economía para este siglo XXI.
Por eso, sugiero prudencia a algunos políticos que he visto saltar de alegría cuando su Región alcanzaba una subida del PIB por encima de la media o se ponía a la cabeza: ello representa una idea cuantitativa de su producción, pero no mide cómo se redistribuye ni la contaminación ocasionada. Por ejemplo, nos resulta una visión trasnochada y nada innovadora del futuro que buscamos la afirmación del Consejero de Presidencia y Hacienda de la Región de Murcia, Javier Celdrán, respecto a que los datos sobre el PIB del Instituto Nacional de Estadística (INE) evidenciarían que nuestra Región “ha generado un escenario de mayor dinamismo y estabilidad económica, superando la media nacional y poniéndonos entre las comunidades de referencia”.
Llevamos más de setenta años obsesionados por el PIB, cuando ya la ONU y otros organismos internacionales hace tiempo que empezaron a medir el crecimiento con otros indicadores como el de Felicidad Interior Bruta (FIB) y el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que evalúan salud, esperanza de vida, educación, desigualdad, genero, medio ambiente y también el nivel de vida, o los Indicadores de Excelencia del Banco Mundial. La fijación con el PIB no es casual, sino que se ha utilizado como la mejor máscara para justificar desigualdades extremas de renta y riqueza. Impone la obsesión por crecer a costa de lo que sea: no importan las personas ni el medio ambiente. La Humanidad se ha rendido durante más de setenta años y ha adorado la tríada del PIB, un dios del progreso para el uno por ciento de los ricos del Planeta.
Si queremos abordar con seriedad los Objetivos para 2030 tendremos que buscar otras referencias. Los nuevos retos que plantean son mucho más ambiciosos y se rigen por algo tan sencillo como olvidado: que se respeten los derechos humanos de todas las personas, sin distinción de raza y sexo, y otros adicionales que están recogidos en los diecisiete ejes de los ODS, para que se establezca que todas las personas y medios de producción del Planeta son generadores de vida, nunca de destrucción. Por eso los ODS tienen muy presente el nivel local, los municipios, donde se vive y se inicia el desarrollo de un espacio seguro y justo para todos y todas.
Otro paso esencial a dar para avanzar es romper ciertas determinaciones que han roto el equilibrio en los mercados: son las posiciones neoliberales y las presiones de los lobbies, que han sido y son cada día más nefastas. Están minando, con su poder sobre los Medios, al Estado, al presentar a las administraciones públicas como incompetentes e incapaces, y a las grandes corporaciones y consultoras que representan como las que pueden y deben desarrollar y llevar a cabo los planes de reconstrucción financiados por las ayudas de la Unión Europea, la gran bolsa de ciento cuarenta mil millones. ¡Qué inmenso error!
Frente a esta forma de ver la economía de lo público debemos -si somos responsables- impulsar, formular y defender con toda la fuerza y los medios nuevas fórmulas para una visión sostenible.
Proponer una organización de los mercados que responda a las necesidades humanas, no al consumismo. Presentar al Estado como un medio para alcanzar la colaboración entre lo publico y lo privado, con equilibrio y eficiencia. Y hay que definir el papel de las familias y el poder creativo de las fuerzas de los comunes, que a día de hoy están desaprovechadas. La pandemia ha puesto en evidencia la necesidad de una cultura de la colaboración, y eso no se consigue sin educación a todos los niveles.
Muchos intentan mostrar una imagen de la Humanidad como suma de individuos meramente calculadores; el valor dado al PIB es reflejo de un egoísmo que ha arraigado en la mente de muchas generaciones, a las que se ha enseñado que se debía dominar todo, incluyendo la Naturaleza, sin límites. Por eso ahora nos falta desarrollar un sistema que no esté anclado en las teorías del crecimiento de siglos pasados; debemos buscar nuevas palancas para un desarrollo más equilibrado, basado en la innovación y apoyado en un Estado emprendedor, como recomienda Mazzucato. Hoy necesitamos economías que nos hagan prosperar, sin la obsesión de si crecemos o no. Porque la prosperidad amplía la confianza en el sistema y refuerza la democracia, previniendo que la ciudadanía se vuelva cada vez más agnóstica. Las políticas financieras y económicas adictas al crecimiento sistemático cada vez serán menos compatibles con los ODS, y cuanto antes empecemos a marcar distancias ganaremos tiempo.
Entramos a la década de la velocidad, de la innovación y de inteligencia artificial, y si no tenemos claros esas prioridades seremos arrollados por la apisonadora del crecimiento vía PIB. Ampliemos la visión de la Economía, liberándola del secuestro de los grupos de presión que nos dominan, y podremos iniciar una salida de la compleja situación en que estamos atrapados.
Hay que dinamizar estas ideas, encontrar las fórmulas para llevarlas a la práctica y caminar de la mano con la ciudadanía para que se vayan enriqueciendo, porque los ODS acaban de iniciar su marcha a pie. Caminando, pensando, debatiendo, proyectando nuevas realidades encontraremos soluciones. Exhorto a todos a esa gran marcha por una Economía de progreso ¡Por un 2021 de progreso!
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