El director de emergencias de la Organización Mundial de la Salud, Michael Ryan, alertó durante la conferencia bisemanal de la Organización que no se podrá controlar la pandemia de SARS-Cov-2 si no se acaba con la otra pandemia, la negacionista. Aplicar las medidas de salud necesarias dentro de las comunidades como la vacunación, el distanciamiento social y las mascarillas es imposible si todavía hay personas que creen que el virus no existe. Sobre el problema que supone el negacionismo, señaló que uno de los grandes desafíos actuales de la OMS es convencer y persuadir a las personas que niegan la enfermedad, a través de información contrastada y transparente.
En esta tarea los medios de comunicación y las redes sociales tienen un papel clave. Deben contribuir a un diálogo sereno y difundir información de utilidad para el ciudadano. Pero también deben evitar ser el altavoz de teorías anticientíficas, delirios conspiranoicos y otras tonterías tan habituales en nuestros días. Porque no es ético intentar aumentar los índices de audiencia a cualquier precio y menos cuando el precio a pagar es la salud de la comunidad.
Por ello, me avergüenzo de que un gran periodista, como Jordi Évole, se aviniera a entrevistar a un personaje tan descabellado y alocado como Miguel Bosé. Un artista que ha desarrollado un discurso negacionista sin soporte científico que provocó el cierre de sus redes sociales por sus teorías inverosímiles. "Soy un negacionista y llevo la cabeza alta", señaló en el programa y lo peor es que lo hizo ante millones de personas. Hizo afirmaciones irracionales, pero no se atrevió a defenderlas ante un científico. Los atónitos televidentes tuvieron que soportar un discurso exasperado y conspiranoico contra políticos, científicos, médicos y farmacéuticos en el que, en tono apocalíptico, señalaba que el Foro de Davos está detrás de todos los males recientes de la Humanidad incluyendo la pandemia.
Lo siento señor Bosé, pero usted no es sólo un negacionista, sino que su discurso va más allá del negacionismo: es un discurso paranoico. Incluye todas las características de la clasificación de enfermedades psiquiátricas DSM-IV que define la paranoia como un delirio persecutorio en el que el sujeto se siente perseguido por unos poderes malignos que lo pretenden aniquilar. Hay dos principios para diagnosticar la paranoia: la certeza y la inocencia. El señor Bosé tiene una certeza absoluta de lo que dice, no miente. Él posee la verdad sin ningún tipo de duda. Tiene la certeza de que hay una conspiración del sistema que lo tiene atrapado y condenado. Además, él es inocente, no participa de ninguna manera en esto. El culpable siempre es el otro.
Al paciente Miguel Bosé, como todas las personas enfermas, le recomiendo que busque ayuda médica. Le deseo lo mejor: que se ponga en manos de un profesional sanitario para resolver su problema. Pero dicho esto, hay dos cosas de su discurso que me preocupan mucho.
La primera es que haya despreciado el dolor de 140 millones de personas afectadas por la pandemia y de más de 3 millones de muertes al tiempo que haya negado el admirable esfuerzo de científicos y sanitarios que siguen defendiéndonos de esta lacra que es la pandemia.
Una segunda cosa todavía me preocupa más: que el señor Bosé tenga tres millones desde seguidores en las redes sociales.
¿Cómo puede ser que haya tantos ciudadanos crédulos que den pábulo a las fantasías paranoides de un paciente?
La respuesta la encontramos en la Psicología Social: el efecto Dunning-Kruger. La existencia de este trastorno fue rigurosamente demostrada en varios experimentos que llevaron a cabo los psicólogos Justin Krugger y David Dunning y que les hizo merecedores del Premio Nobel de Psicología del 2000. Sus conclusiones fueron publicadas en The Journal of Personality and Social Psychology. Describen el fenómeno como un sesgo cognitivo en virtud del cual los individuos incompetentes tienden a sobreestimar su habilidad, mientras que los individuos altamente competentes tienden a subestimar su habilidad en relación con la de otros. Está relacionado con el sesgo cognitivo de la superioridad ilusoria. El efecto se debe a la incapacidad de los individuos incompetentes para reconocer su propia ineptitud, y al hecho de que los individuos muy competentes tienden a subestimar su competencia relativa.
Como explicación simplificada a este tipo de funcionamiento podríamos decir que, cuando menos sabemos de algo, más fácil nos resulta llegar a conclusiones. Agarrarnos a dogmas nos otorga una falsa seguridad y podemos llegar a defender ideas extremistas sin hacer una reflexión sobre el asunto ni plantearnos otras alternativas. Es decir, cuanto menos conocimiento tenemos, menos variables debemos analizar y más fácil nos resultará posicionarnos equivocadamente.
En la Europa del siglo XIV, durante la peste negra, ya había personas que no creían que la peste bubónica fuera una enfermedad. En aquel tiempo era más fácil poner en duda las cosas que venían de la ciencia, ya que todavía no estaba muy desarrollada. Pero siete siglos después, me cuesta creer que haya gente que no crea en el coronavirus. Casi todo el mundo conoce a alguien que se ha contagiado o ha sido víctima del virus. Me hago cruces. Darwin tenía toda la razón cuando afirmaba que "la ignorancia proporciona más confianza que el conocimiento". Sólo esto puede explicar que siga habiendo personas que nieguen la existencia de una enfermedad tan calamitosa como la Covid-19 y que afirmen que todo es un plan de los gobiernos mundiales para desestabilizar el mundo. Son personas que no tienen miedo de parecer analfabetas para alejarse de una verdad incomoda. Y no olvidemos que la estupidez que rodea estos pensamientos anticientíficos es un regalo para el virus.
Entiendo la fatiga que experimentan los ciudadanos después de un año de pandemia. Este descomunal esfuerzo tiene un coste mental y físico para todos. Trabajar desde casa, educar a los niños de forma remota, no poder celebrar nada con amigos y familiares o no estar allí para llorar a los seres queridos son circunstancias muy difíciles.
Pero no podemos rendirnos. No podemos difundir ni dar altavoces mediáticos a personas que actúen contra la salud pública y el bien común.
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