Los resultados de las pasadas elecciones de 6 de mayo han corroborado el apoyo a las formaciones políticas que abogan por un nuevo referéndum de independencia. La propia campaña electoral ha estado dominada por la necesidad (o no) de celebrar otra consulta popular sobre el asunto independentista, una vez se hubiesen superado los efectos de la pandemia del COVID-19, y tras formase un gobierno liderado por el SNP (Scottish National Party) y con el apoyo a su convocatoria de Los Verdes (Scottish Greens), ambos favorables a la secesión. Las encuestas ‘israelitas’ (a pie de urna) otorgaban una suma de más de 70 diputados pro-independentistas en el nuevo parlamento escocés de 129 miembros.
Recuérdese que el sistema electoral vigente en Escocia es el de representación proporcional mixta (additional member system), diferente al mayoritario británico (first-past-the-post). En este último caso, el candidato elegido lo es con el 50 por ciento más uno de los votos emitidos, “perdiéndose” los votos de los otros contendientes. Según el sistema escocés, los votantes introducen en las urnas dos papeletas: una para un candidato específico en cada circunscripción electoral y otro para la lista de un partido político en cada región o agrupación de amplios distritos electorales escoceses. Resultado de ello es una mayor proporcionalidad en la elección de los componentes del Scottish Parliament.
En el referéndum independentista celebrado el 18 de septiembre de 2014, se produjo un resultado del 55% contra la secesión y de 45% a favor de ella. Ahora las cosas han cambiado sustancialmente, porque en el subsiguiente referéndum del Brexit de 23 de junio de 2016, casi 2 de cada 3 votantes lo hicieron a favor del Bremain, es decir su democrática preferencia era la de seguir en la Unión Europea. Considérese, y este es el dato más relevante y significativo, que en todos los distritos electorales, las ciudades y los territorios escoceses se produjeron mayorías a favor de permanecer en la UE.
En consonancia con lo anterior, resulta inevitable ponderar la incongruencia para Escocia de aceptar unilateralmente un decisión en contra de sus deseos por permanecer activamente en el proyecto de la UE. La “inevitabilidad” de un nuevo referéndum independentista estaría ligada a la voluntad de apoyo a los partidos explícitamente secesionistas revalidada en estas pasadas elecciones. Sucede que, en esta ocasión, las consecuencias poseen una intención meridianamente clarividente y unidireccional: independizarse del resto del UK y quedarse en la UE:
El dilema escocés se plantea, por tanto, entre pertenecer a una unión (la europea) o abandonar definitivamente otra unión (la británica). Esta última se muestra de manera cada vez más eurófoba y beligerante contra sus, hasta hace poco, socios continentales. No pasa un día sin que los nacionalistas ingleses del gobierno de Boris Johnson provoquen algún conflicto (hasta ahora ‘de índole “menor” afortunadamente) con las autoridades comunitarias en Bruselas. Y es que la UE para ellos se está convirtiendo en el “adversario exterior” al que hay que recordar su propio poderío de convicción. Así, el gobierno de BoJo, así llamado por la prensa popular británica, ha dado un giro de 180º a su tradicional política de decenios de no proliferación nuclear. En la era post Brexit y para mantener su posición de fuerza en las guerras comerciales contra sus ex socios de la UE y, frente a la pujanza de otras regionales mundiales, la Estrategia Integrada de Política Exterior y Defensa publicada hace unos días incorpora un incremento de hasta el 40% en el límite de cabezas nucleares Trident que mantiene el Reino Unido (de las 180 actuales a 260).
El nacionalismo inglés insiste en sus “aires de grandeza” en solitario. Representado por un conservadurismo irreconocible, necesita hacer creer a una minoría de votantes (convertida en ramplona mayoría numérica con el sistema electoral first-past-the-post) que los hijos de Albión son ‘superiores’ a los del resto de sus hermanos europeos. Ellos están para ser dominadores y no dominados por la eurocracia bruselense. El nuevo enfoque Tory es, en aras de la brevedad expositiva, presentar al Reino Unido como la contrafigura de la Unión Europea y convertirlo en la Global Britain que el extravagante BoJo anunciaba que devendría cuando se consumase el Brexit.
La celebración de un nuevo referéndum de independencia depende, pues, de si el nacionalismo inglés –representado por los conspicuos secuaces de Boris Johnson—lo permite. Si así fuese, los “valientes” escoceses tendrán una oportunidad histórica para reafirmar su voluntad de permanecer en una Europa unida.
Hace pocos años se adoptó Flower of Scotland (Flor de Escocia) como himno oficioso nacional escocés. Pero la vieja Caledonia romana siempre ha tenido en los tiempos modernos a Scotland, the Brave (Escocia, la Valiente) como su auténtico referente musical histórico. Llegada es la hora de volver a demostrar su valentía frente a la agresividad de las cabezas nucleares agitadas como argumento de poder por los conservadores de Boris Johnson (paradójicamente guardadas en los arsenales de las costas escocesas de Faslane). Y rehuir de cobardías.
Caso contrario, el proverbial espíritu indomable escocés pasaría a depender de los trasnochados aires de grandeza imperialista inglesa de políticos tramposos y hasta criminales, como tristemente se demostró en la inicial gestión de la pandemia proponiendo la inactiva y pretenciosa adquisición de la “inmunidad de rebaño” (herd inmunity). Quienes creemos firmemente en el proyecto de unión europea aún confiamos en la vocación europeísta escocesa que generó el “sentido común” de la escuela filosófica de mayor impacto de la modernidad en el Viejo Continente y el mundo civilizado, es decir la Ilustración Escocesa del siglo XVIII de David Hume, Adam Smith o Adam Ferguson.
Escribe tu comentario