El parto de los montes

Lluís Rabell

A falta de conocer más detalles sobre el reparto de responsabilidades y áreas de poder, el diseño del nuevo Govern, fruto de arduas negociaciones entre JxCat y ERC, podría causar cierta perplejidad. Alguien que no conociese los resultados de las elecciones del 14-F creería que la ganó la derecha nacionalista. En efecto: Junts obtiene el control de ámbitos tan relevantes como la vicepresidencia económica, sanidad, justicia o exteriores. Es decir, los departamentos con mayor presupuesto, proyección social y recursos para tejer redes clientelares. ERC se queda fundamentalmente con educación, empresa, feminismos e interior - área sensible y problemática donde las haya. A ese resultado se llega tras dos investiduras fallidas de Pere Aragonés y meses de invectivas. No es exagerado decir que se ha impuesto una vez más ese "gen convergente" al que tanto gusta referirse Enric Juliana. Los de Junqueras han vuelto a pasar bajo las horcas caudinas de sus detestados compañeros de viaje. La humillación es tanto más significativa cuanto que Junts no representa un bloque homogéneo y ha ido dando bandazos durante estos meses: ahí conviven desde una poderosa nomenclatura, que temía por sus posiciones en la administración si las negociaciones fracasaban y se iba a elecciones, hasta sectores más radicalizados que acariciaban la ambición de derrotar a ERC en las urnas, devolviendola así a su subalternidad "de toda la vida"... Sin olvidar a la camarilla de Waterloo, preocupada por mantener su tutela sobre la acción del gobierno. A pesar de esas contradicciones, JxCat ha ganado manifiestamente el pulso en la recta final del forcejeo.


Se trata de un hecho llamativo, pero en modo alguno sorprendente. A pesar de haber realizado su tan anhelado sorpasso, ERC se ató de pies y manos antes de empezar a negociar nada. Era razonable leer los resultados electorales como un espaldarazo al sesgo pragmático que había ido tiñendo el discurso de ERC, así como su contribución a la gobernabilidad de España; es decir, al alejamiento, incipiente pero perceptible, respecto a la política de confrontación institucional propugnada por los sectores más radicalizados del independentismo. Sin embargo, el diletantismo y el temor a ser estigmatizados como traidores a la causa han pesado más que cualquier otra consideración en el ánimo de los dirigentes republicanos. Como de costumbre. Con la aceptación de establecer un inaudito "cordón sanitario" en torno a la socialdemocracia, ERC renunció de antemano a la posibilidad de explorar cualquier alternativa al margen del bloque independentista. Ni siquiera como un amago en las negociaciones. Así, en el momento más tenso de las mismas, Sergi Sabrià declaraba que "antes que llamar a la puerta del PSC, elecciones". A partir de ahí, con la incertidumbre sobre la reacción de un electorado agotado tras un año de pandemia y restricciones, JxCat tenía muchos números para imponerse en su particular guerra de nervios. Y así ha sido.


El president de la Generalitat en funcions, Pere Aragonès (i) i el secretari general de Junts, Jordi Sànchez (d) durant el seu acord en els jardins del Palau Robert, a 17 de maig de 2021, a Barcelona, Catalunya (Espanya)

Pere Aragonés con Jordi Sánchez @ep


Trenzado con semejantes mimbres, no cabe augurar un futuro halagüeño al nuevo ejecutivo, ni a la devaluada presidencia de Pere Aragonés. La distribución de las carteras en el seno del gobierno lo escora indudablemente hacia la derecha neoliberal. Pero, el hecho de que las negociaciones hayan dejado para más adelante las cuestiones que más habían tensado las relaciones entre ambos socios - la tutela del fantasmagórico Consell per la República y la unidad de acción de los grupos parlamentarios en el Congreso - representa una tremenda hipoteca para la legislatura. El discurso desestabilizador acerca del "embate democrático" contra el Estado sigue planeando sobre ella, inscrito en los primeros pasajes del acuerdo de gobierno. El cansancio ciudadano es manifiesto. Pero la polarización nacionalista inducida a lo largo de estos años sigue ahí, latente en la sociedad. Hoy por hoy, ni la independencia, ni siquiera una simbólica amnistía o un referéndum, se vislumbran en el horizonte de lo posible. Falto de un objetivo realizable y peleado consigo mismo, el independentismo sólo puede mantenerse en el poder recomponiendo una y otra vez un relato estéril y divisivo. Un vacío de proyecto y un relato artificioso, puntuado de performances y sobresaltos, que no pueden sino ahondar la decadencia del país. La repetición electoral hubiese sido sin duda muy desalentadora: nada anunciaba que fuese a producirse un cambio sustantivo en la actual distribución de fuerzas. Pero, de la reedición de una alianza fracasada difícilmente puede esperarse otra cosa que un nuevo tropiezo. Lo que se ha evitado ahora quizá sea ineludible dentro de un año.


Otros actores políticos han contribuido a esta prolongación del marasmo. En primer lugar, la CUP. Empezó firmando un acuerdo con ERC que, junto a la poco creíble promesa de un giro social, fijaba un límite temporal a la negociación con el Estado y propugnaba un retorno a la confrontación institucional. Pero mucho más relevante ha sido su papel de mediación entre ERC y JxCat. Una mediación que ha desembocado en el ventajoso acuerdo para la derecha nacionalista que acabamos de conocer. Que nadie se preocupe: los votos de la CUP, necesarios para la investidura, costarán poco más que tener que soportar un tedioso e inofensivo sermón izquierdista, declamado desde la tribuna del Parlament. Pero los comunes, aferrándose por su parte a una apuesta ilusa, han propiciado también este desenlace. La propuesta de un gobierno de ERC y En Comú Podem, exhortando al PSC a apoyarlo resignadamente, sólo ha servido para ocultar la disyuntiva política planteada tras el 14-F: seguir con la lógica del "procés"... o bien emprender un nuevo rumbo, basado en la reactivación de la economía, la cooperación, la mejora del autogobierno y la reconducción del conflicto político. Incapaz de salir del perímetro independentista, ERC ha abusado de la bisoñez de los comunes. Al final, se han quedado compuestos y sin novia. El problema es que no se trata de un simple anhelo frustrado. La fallida danza de apareamiento a la que se prestó ECP ha desdibujado y debilitado la posible alternativa de izquierdas al empantanamiento. Una nueva mayoría progresista deberá sin duda arrastrar a una parte significativa de las clases medias que fueron seducidas por la ilusión de una independencia "al alcance de la mano". Pero ese basculamiento, que significa necesariamente una profunda sacudida en el actual bloque independentista, es inimaginable sin el esfuerzo conjugado de las izquierdas de acento social y cultura federalista. Dividir ese espacio de las izquierdas, a base de milongas para unos y de anatemas contra otros, ha facilitado la reedición de un gobierno del "procés"... bajo la inevitable preeminencia de la derecha.


Urge aprender de estos errores. Porque vienen tiempos convulsos. Éste es un gobierno que corresponde mucho más a un pasado que se resiste a desaparecer que al futuro desafiante que se perfila ante nosotros. Apenas remita la pandemia, los movimientos sociales volverán a la calle. Los sindicatos tendrán que alzar la voz en defensa de lo público, en nombre de la reindustrialización del país y de un nuevo paradigma socioeconómico y medioambiental. La alternativa liderada por las izquierdas volverá a estar a la orden del día antes de que el independentismo consensue otra "hoja de ruta". Tras meses de esfuerzo, las montañas han alumbrado un ratoncillo, un hamster condenado a seguir haciendo girar su noria. Es hora de tejer alianzas, de preparar el cambio. Si las izquierdas cumplen con su deber, esto no será más que un aplazamiento.


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