Pecheros y señores, ¿los impuestos se pagan?

Luís Moreno

Era ‘pechero’ una denominación medieval que implicaba el pago del ‘pecho’ o tributo al rey, al señor territorial o a cualquier otra autoridad. Los plebeyos, también denominados villanos y hasta ‘la canalla’ eran todos aquellos que abonaban sus impuestos a diferencia de clérigos, nobles y ricoshombres que estaban exentos de cargas fiscales. Como bien me apunta mi colega y amigo Gregorio Rodríguez Cabrero, en España los impuestos los han pagado tradicionalmente los pecheros. Y así seguimos. El alivio fiscal redistributivo de los años 50-80 del siglo XX ha desaparecido.


Globalmente, el gran capital neofinanciero y los Nuevos Señores Feudales Tecnológicos (NSFT, Amazon, Apple, Google o Facebook, por ejemplo) han preservado sus ganancias ‘sin límites’ auspiciando que los pecheros fuesen las que asumiesen el grueso de la factura mundial impositiva. La crisis provocada por el Covid-19 no ha hecho sino agudizar los problemas de gasto e inversión públicos.


En España el triunfo del patrimonialismo es casi total y eso se refleja desde hace tiempo en la distribución de la carga fiscal. De modo que ‘las sufridas clases medias’ siguen pagando más y más, no solo los impuestos de hoy sino la deuda de mañana. Las grandes empresas españolas con un tipo nominal del 25% pagan un tipo efectivo entre el 5 y el 10%. Ingeniería pura. Por contraste, en la nómina de pensionista que percibe el redactor de estas líneas, el tipo que se aplica es del 21,65% (los descuentos son muy, muy magros).


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@EP


Hasta hace pocas fechas no estaban los NSFT dispuestos a pagar ni siquiera un modesto diezmo. No es que ahora su avidez se haya trocado en generosidad contributiva. Pero los gobiernos quieren que paguen más tributos. Impelidos por sus crecientes necesidades presupuestarias para hacer frente los efectos de la pandemia, los representantes de los países del G-20 en su última reunión celebrada hace unos días en Venecia habrían alcanzado un acuerdo para fijar un impuesto mínimo sobre sociedades de “al menos el 15%” sobre los beneficios. Se redistribuiría, de tal manera, parte de las ganancias de las mayores multinacionales en los países donde hacen negocio.


Recuérdese que buena parte de las grandes multinacionales, y muy especialmente las relativas a los NSFT en el sector tecnológico, operan a través de paraísos fiscales o en países con sistemas tributarios extremadamente favorables como es el caso de Irlanda. Ya en mayo de 2016, la UE reclamó a Apple el abono de 13.000 millones de euros en impuestos no pagados a Irlanda. Consideraba que el pacto fiscal que Dublín había ofrecido a la multinacional era una ayuda ilegal de Estado. El impuesto empresarial irlandés es el más bajo de la UE (un 12,5% frente a una media del 25% en la UE).


Pero los deseos ya han chocado con las realidades persuasivas de los NSFT. Ante la presión de EE.UU, donde están las sedes corporativas de los grandes tecnológicas, la UE ha decidido ‘aparcar’ la iniciativa de establecer una nueva tasa Google. Bruselas pretendía que la gran empresa de la comunicación que sigue ‘escapándose’ del fisco de la mayoría de los socios de la UE, asumiera parte del coste de la reconstrucción económica europea al haber sido las grandes ganadoras de la pandemia. Habrá que esperar. Los expertos ya avisaban que el principio de acuerdo del G-7, previo a la reunión del G-20 en Venecia, podría dejar una vía de escape a Amazon en el futuro. Mientras su fundador, Jeff Bezos, disfruta de viajes espaciales, sus compatriotas de las clases subordinadas pugnan por mantener escuelas y hospitales públicos con fondos siempre menguantes.


La aversión por contribuir fiscalmente a la puesta en común de recursos públicos por el conjunto social refleja el temor a la apropiación indebida y particularista por parte de aquellas personas con más recursos de poder. En cierto imaginario popular, impulsado por el populismo de corte trumpista, tales recursos impositivos solo sirven para alimentar políticos y funcionarios improductivos y clases pasivas parasitarias que se aprovechan del esfuerzo de los individuos que generan riqueza. No es de extrañar que, por ejemplo, en Estados Unidos, una mayoría de estadounidenses opine que una persona rica no debería pagar más porcentaje de impuestos que una persona pobre (obtengan ambos réditos de 1 millón o 10 dólares, pongamos por caso). Ello es reflejo del apoyo social cada vez menor a la progresividad fiscal, el cual sí es un pilar fundamental en la conformación de nuestro Modelo Social Europeo.


El valor compartido de la progresividad fiscal configura el apoyo de los contribuyentes europeos al reparto de recursos públicos para el mantenimiento de los sistemas de bienestar social continentales, lo que contrasta con la disparidad implícita en la economía neoliberal del empoderamiento personal entendido como un individualismo posesivo ajeno a la redistribución colectiva. La aspiración a la igualdad, y por ende el mantenimiento de la cohesión social, se formaliza en la regla fiscal de que aquellos que disfrutan de una posición más acomodada en la sociedad deben contribuir en mayor medida -y no sólo proporcionalmente- al bien común y al bienestar social de la ciudadanía en su conjunto. En consecuencia, no sólo cabe esperar que los ricos paguen más impuestos y los menos ricos obtengan mayores frutos de la redistribución fiscal, sino que el montante general de la recaudación impositiva alcance a toda la ciudadanía. Y que ni los unos ni los otros los evadan torticeramente.


Sin recaudar impuestos evitando la evasión fiscal es difícil gobernar y atender a las demandas sociales. En paralelo a semejante axioma de política pública, se constata la proverbial aversión de los plutocracia a pagar impuestos. La avidez desaforada es el fundamento moral del capitalismo Anglo-Norteamericano imperante. ¿Puede el Modelo Social Europeo hacerle frente para asegurarse su pervivencia futura? Hagamos pagar impuestos a quienes más tienen y que escapan de contribuir a la prosperidad de quienes les hacen cada vez más ricos.

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