El orden de los talibanes reina en Kabul. Ante los ojos atónitos del mundo, el régimen afgano y su ejército, sostenidos por el dinero de Occidente, se han derrumbado como un castillo de arena. Por mucho que la retirada americana estuviera anunciada y negociada, la precipitación de los acontecimientos y las trágicas imágenes del aeropuerto de la capital evidencian un hecho insoslayable: Estados Unidos y sus aliados han sufrido una derrota humillante. Atrás quedan veinte años de guerra, miles de vidas segadas, incontables "daños colaterales" que se han prolongado hasta el último día. Y un billón de dólares consumido en una "guerra contra el terror"... que concluye con el triunfo de los talibanes. El desastre es mayúsculo. Sus consecuencias geopolíticas pueden marcar toda una época. Sus repercusiones tampoco serán menores en Europa.
Se inaugura un nuevo capítulo en la lucha por la hegemonía mundial. Pequín puede esbozar una sonrisa de satisfacción. El escenario que se perfila en Asia Central afianza la "ruta de la seda", facilitando la expansión comercial china. Afganistán cuenta con minerales de primera importancia para las industrias tecnológicas. Los derechos humanos no serán un motivo de disputa entre Pequín y los nuevos amos de Kabul: "Poned el burka a vuestras mujeres, y dejad que nos ocupemos de nuestros uigures". Bienvenidos a la realpolitik. No importa el color del gato. A diferencia de 1996, en que los talibanes impusieron su dictadura en medio de un gran aislamiento internacional, su régimen es hoy cortejado por muchos Estados. Por Paquistán, por supuesto, cuyos servicios de inteligencia han desempeñado un papel decisivo en la estrategia militar insurgente. Pero también por otros actores, deseosos de tener su papel en el "gran juego".
Turquía y Qatar quieren hacerse cargo de la reactivación de los vuelos comerciales afganos. Irán espera reforzarse frente a las presiones israelís y americanas en Oriente Medio. Rusia mira sin acritud hacia Kabul, elogiando a esos bondadosos talibanes que aún no han asaltado el valle del Panshir por temor a provocar un baño de sangre. Muchos amigos. Demasiados quizá, porque sus respectivos intereses no siempre coincidirán. Afganistán seguirá siendo una zona inestable y un factor de inestabilidad para su entorno.
Pero, en materia de pragmatismo poco tiene que aprender la vieja Europa. Bajo el impacto de unas imágenes que han conmocionado a la opinión pública, todo han sido esfuerzos de evacuación y promesas de acogida por parte de los gobiernos implicados en aquel conflicto. Sin embargo, muchos miles de afganos y afganas, cuyas vidas corren peligro, han quedado atrás. Aunque los ingleses consiguieron fletar un avión repleto de animales de compañía, quizá como un último e involuntario sarcasmo de Occidente ante la tragedia. En nombre de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell ha declarado que la UE no establece relaciones con ningún régimen, pues eso corresponde a los distintos Estados. Pero, empezando por Angela Merkel, todos van admitiendo ya que "habrá que tratar con los talibanes". De hecho, la CIA - y no sólo ella - lleva tiempo haciéndolo, si bien los rústicos insurgentes se han revelado más avispados que los analistas de Langley. De momento es un run-run. Todo está aún muy caliente. No nos hagamos, sin embargo, demasiadas ilusiones acerca de los valores morales que rigen por estos lares. Podría bastar con un par de atentados, de falsa o de auténtica bandera, para ver a más de una cancillería otorgar al gobierno talibán - al que pretenden incorporarse algunos antiguos dirigentes pro-occidentales - el reconocimiento de "régimen moderado" frente a los terroristas de Al-Qaeda o del Estado Islámico. Con el consiguiente desbloqueo de ayudas y relaciones comerciales. ¿Una Pax talibana? ¿Por qué no? Al fin y al cabo, el modelo social con el que sueñan los talibanes no es otro que el de Arabia Saudí.
Lo cierto es que, mientras Europa abre oficialmente sus brazos a los refugiados, levanta desde hace años una montaña de obstáculos para impedir su llegada. La prestigiosa socióloga Karen Akoka, entrevistada por "Le Monde" (31/8/2021), afirma que "el estatuto de refugiado dice más acerca de quienes lo otorgan que sobre las personas designadas". Los Estados europeos "han cerrado sus fronteras y externalizado el control migratorio y el asilo a terceros países, como Turquía. Aquellos que consiguen entrar se ven bloqueados por el reglamento de Dublín, que obliga a formular la demanda de asilo en el país de llegada. Ese reglamento ha permitido a Estados como Francia, Reino Unido o Alemania descargar su responsabilidad de asilo sobre Grecia y Bulgaria, puertas de entrada a Europa para los afganos". ¿Cambiarán ahora las cosas? Es más que dudoso, sostiene la investigadora francesa. A diferencia de los tiempos de la guerra fría, en que Occidente se complacía en recibir a quienes huían del régimen soviético, "hoy no existe el menor interés político en acoger a los afganos. Muy al contrario: a lo largo de los últimos treinta años ha ido imponiéndose otro discurso, que asimila los extranjeros a un insoportable lastre demográfico y económico".
Por falsa que sea esa representación, pesa mucho en la opinión pública. Alemania está a las puertas de una contienda electoral y Francia tiene la vista puesta en las próximas presidenciales. Los grandes partidos temen que la llegada de refugiados proporcione munición a la extrema derecha. Una semana antes de la caída de Kabul, países como Austria, Holanda e incluso Alemania, pedían a Bruselas poder deportar a Afganistán, considerado un "país seguro", a aquellos demandantes de asilo cuyas solicitudes eran rechazadas. Austria se declara dispuesta a seguir con esa deleznable práctica aún en las actuales circunstancias. ¡Atención! Hablamos no sólo de gobiernos conservadores, sino de ejecutivos en los que participan la socialdemocracia e incluso los verdes. La imagen que nos devuelve el espejo afgano no resulta precisamente halagadora. ¡Pues claro que lo que está ocurriendo afectará a nuestras vidas! España no es más que un peón en el tablero geopolítico. Ironías de la historia, es un gobierno progresista quien certifica nuestro inquebrantable atlantismo. Y toda la izquierda acepta sin rechistar que saque pecho por ser "un socio predecible y fiable" de Estados Unidos. Cierto, las correlaciones de fuerza son hoy las que son. No se trata de que la izquierda se flagele, ni pretenda imposibles. Pero sí debería, como decía Michel Rocard, "asumir fielmente la parte de la miseria del mundo que le corresponde". Y pelear para que Europa haga otro tanto, porque le va en ello la vigencia de unos principios sin los cuales la democracia sucumbiría.
Escribe tu comentario