Tras la salida con la cabeza gacha de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, algo se esperaba de la administración Biden para ayudar a que recuperase su autoestima. Y qué mejor reacción que mandar un aviso para navegantes a la pujante China, cuyas acciones no solo afectan a su ámbito geográfico en el Índico y Pacífico, sino que implican compresivamente a la geopolítica mundial.
El 15 de septiembre pasado se firmó Aukus, un acuerdo entre países que conforman un nuevo (anglo) imperio en base a intereses y valores comunes del pasado y que pretenden recuperar prestigio e influencia para el futuro. Se trata de Estados Unidos de Norteamérica, Reino Unido y Australia. La expresada justificación de semejante alianza es la de constituir un partenariado militar para frenar lo que consideran la ‘amenaza’ del gigante chino, el cual podría verse tentado incluso a invadir Taiwán. Es esta una profecía que esperamos no llegue a cumplirse en los años por venir.
Los efectos concretos e inmediatos de la nueva alianza es la renuncia del Gobierno australiano a la compra de submarinos de propulsión diésel que estaba fabricando el holding francés Naval Group, y su reemplazo por submarinos estadounidenses de propulsión nuclear. Pese al declarado compromiso australiano contra la proliferación nuclear, EE.UU con el beneplácito de Aukus facilitará la dotación de ocho submarinos nucleares, lo que convertirá a Australia en el séptimo país del mundo con flota nuclear.
El gobierno francés ha reaccionado ante semejante ‘traición’ con indignación y de manera fulminante. De “puñalada en la espalda”, en palabras de ministro francés de Exteriores, Jean-Yves Le Drian, se ha calificado este gran fiasco comercial. París se ha tomado el acuerdo Aukus como una estafa y una humillación. Las consecuencias económicas suponen la pérdida de un contrato de miles de millones de euros para la industria gala. Sin embargo, y con ser muy importantes, no son los aspectos mercantiles los más relevantes en este desencuentro.
La retirada (llamada a consultas) de los embajadores franceses en Washington y Canberra posee un alto significado político. Se abre a los ojos de Francia y de la Unión Europea en su conjunto un panorama indeseado de confrontación comercial, quizá preludio de conflictos de mayores calados en otras áreas de la diplomacia y las relaciones internacionales.
En realidad, la resurrección del (anglo) imperio en base a su músculo militar y nuclear es otra consecuencia indirecta del Brexit. Tras la decisión de abandonar la UE, y optar por un rol acomodaticio con los EE.UU., el Reino Unido --o Global Britain en palabras de Boris Johnson--y la comunidad internacional anglófona necesitaba plantar cara a su particular ‘adversario exterior’, que no podía ser otro que la propia UE.
Con el Aukus, el nacionalismo inglés revalida sus ‘aires de grandeza’ fuera de la UE. Los continuos conflictos inducidos por el gobierno del inefable BoJo van dirigidos a hacer creer a una minoría de votantes (convertida en ramplona mayoría numérica con el sistema electoral mayoritario británico) que los hijos de Albión son ‘superiores’ al resto de sus hermanos europeos. Ellos no están para ser un socio más en la UE-27. Quieren ser protagonistas en solitario para afrontar sus ambiciones globales. ¿Qué mejor que revivir un (anglo) imperio en busca de mantener su pretendido estatus de superpotencia y de influencia mundial? Tal visión no es compartida por todos los conservadores, y la propia ex premier Theresa May avisaba de que el Reino Unido podría verse arrastrado a una escalada militar en el Pacífico frente a China. Más si cabe dada la delicada situación económica doméstica post-Brexit con la crisis del abastecimiento energético y de alimentos.
El aislacionismo británico por sí mismo conduciría a poco. La puesta en práctica de la vieja idea imperialista de la fortress Britain, en la que la gran isla británica sería un portaviones en mitad del Atlántico comandando a discreción sus intereses geoestratégicos sin depender de la Europa continental, es una ensoñación del pasado. Ahora con el acuerdo Aukus, el Reino Unido busca su protagonismo en Asia y Oceanía de la mano del Tío Sam y, claro está, aportando su condición de potencia nuclear.
No se esperaba de la Administración Biden una iniciativa (anglo) imperial. Por su populismo y ascendencia en el colectivo electoral WASP (Blanco-Anglosajón-Protestante) se pensaba en Trump como un instigador más probable de políticas unilaterales como la que nos ocupa. Quizá algunos analistas pasan por alto que el sistema de valores anglo, y su particular asunción de la confrontational politics (política de confrontación), es transversal a su cultura de self-interest (autointerés).
Bien hará la UE en arropar a Francia, uno de sus socios fundacionales mas determinantes para el prospectivo proceso de Europeización. Hace unos días la Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, declaraba ante la Eurocámara que: “Lo que necesitamos es la Unión Europea de la defensa”. No se trata tanto de constituir a corto plazo un ejército continental, sino de potenciar las relaciones de coordinación entre fuerzas de defensa e inteligencia de los países miembros, ahora precisamente que se teme un resurgir del terrorismo tras los acontecimientos en Afganistán.
En 1991, el ‘Triángulo de Weimar’ fue un intento auspiciado por los ministros de asuntos exteriores de Alemania, Francia y Polonia para sintonizar y profundizar en acciones conjuntas de miembros de la UE. Deseable sería que los otros socios comunitarios mostrasen su solidaridad y apoyo a Francia en esta primera refriega del ‘contraataque’ (anglo) imperial. Nos va en ello nuestra credibilidad como proyecto político en construcción y la preservación de nuestro Modelo Social Europeo.
Conviene actuar. Quizá sin prisas, pero decididamente sin pausas.
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